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DE OTROS LARES
No es mucho el cine que se produce en Colombia, y de ese poco tampoco es abundante lo que nos llega, pero eso sí, los escasos filmes a los que tenemos acceso suelen quedarse en la memoria. Eso habla bien de una cinematografía que comparte ciertas características con la mexicana y a la que haríamos bien en asomarnos con más frecuencia.
Escena de Sumas y restas |
Víctor Gaviria es autor del guión y dirige la coproducción Colombia-España titulada Sumas y restas (2004), actualmente en cartelera. Gaviria, a quien usted debe recordar por La vendedora de rosas, aborda el que pareciera ser un tema ineludible para cualquier cineasta colombiano: el narcotráfico. La principal cualidad de esta aproximación consiste en mantenerse a ras de tierra y en no pretender una visión universalista que, casi obligadamente, conduciría a grandilocuencias escenográficas y argumentales sin mayor sustento, que es exactamente lo que suele ocurrir con las producciones foráneas cuando buscan retratar una realidad que les es ajena y en consecuencia sólo consiguen reflejar sus propias distorsiones, en particular aquella que tiene como principal cometido la repartición de culpas y la elusión de responsabilidades.
A Gaviria lo que le interesa es plasmar el ascenso y caída de un ciudadano común, como hubo muchos a partir de la década de los años ochenta en Colombia, particularmente en Medellín, que en mayor o menor medida y más pronto que tarde se involucraron en la producción y el tráfico de estupefacientes. En función de las líneas de un argumento cuya verosimilitud tiene bases en la realidad conocida de primera mano por el cineasta, la súbita bonanza económica anduvo de la mano de una degradación moral que fue haciendo de cualquier persona un corrupto y un corruptor, para quien había pocas salidas puesto que en su entorno pocos o nadie estaban en la disposición de sustraerse a lo que era un auténtico fenómeno social.
Sin la fuerza plástica de La vendedora de rosas, pero sin padecer la concepción más bien tremendista que marcó a María llena eres de gracia, por citar otro filme colombiano reciente de tema similar, Sumas y restas recoge y comunica una sincera preocupación por entender la naturaleza de un proceso que ha marcado radicalmente el rostro de todo un pueblo, y que hasta la fecha sigue manejándose, desde afuera, a partir de un desconocimiento y un prejuicio globales.
ONTOLOGÍAS A RAS DE SUELO
Jean Pierre y Luc Dardenne son corresponsables de El niño (2005), coproducción Bélgica-Francia que, además de Cannes, ha ganado premios en todo el mundo.
A diferencia de cierto cine europeo que durante un tiempo pareció haberse dado a la innecesaria y frustránea tarea de imitar al peor Hollywood, en fechas recientes puede advertirse –lo que tal vez obedezca en mayor medida a un mejoramiento del criterio distribuidor en México-- una suerte de regreso a lo que, sin ir geográfica y culturalmente más lejos, la cinematografía gala sabe hacer muy bien: el retrato intimista; la disección minuciosa de la vida, las vicisitudes y la problemática que, aun siendo la de uno o un par de individuos, de pequeña no tiene nada; la exposición amplia de los conflictos internos, puesto que es internamente como se resuelven o en ciertos casos se agravan la adversidad, las carencias materiales y la ausencia de oportunidades para mejorar económicamente.
El imaginario colectivo, lleno de monumentales imprecisiones --por cierto muchas veces alimentadas desde el cine--, sostiene la veracidad de estampas según las cuales el primer mundo occidental es una especie de Jauja sin fisuras: ayuna de pobres, carente de mendicidad, desconocedora de todo crimen que no sea de alta escuela –de ésos buenos para surtir de personajes malos a una megaproducción--, ese paraíso terrenal no tendría cabida para ninguna clase de paria y su cinematografía debiera estar dedicada exclusivamente a pensar, por la vía de la imagen, ya que tal vez no en cómo parecerse al modelo estadunidense, sí en los vericuetos de un laberinto metafísico en el que debiera introducirse para averiguar las razones del desencanto y la melancolía fundamental de un continente viejo y cansado. El lugar común de dicho imaginario dicta que, resuelta la cuestión de qué llevarse a la boca –como equivocadamente se cree acá que todo mundo vive en Europa--, sólo resta mirarse el obligo ontológico.
A contrapelo de tal prejuicio, los Dardenne ofrecen la historia de una joven pareja desempleada, delincuencial, que se enfrenta a problemas bastante terrenales cuando la precariedad los conduce a la venta de su propio hijo. El niño desmiente, con eficacia, la existencia de un lugar en esta tierra en el que nadie tenga problemas de a de veras.
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