Sólo esa causa pudo colmar otra vez el Zócalo
La gente se administró el antídoto del fraude
Nadie se engañó pensando que era el final feliz esperado
Ampliar la imagen Durante la convención nacional democrática, ayer frente a Palacio Nacional Foto: José Antonio López
No, lo que sucedió ayer por la tarde en el Zócalo no fue, todavía, el final feliz prometido por Luis Mandoki. Ante un millón de personas que acababan de "desconocer" a Felipe Calderón, de proclamar la "abolición del régimen" y de "reconocer" como "legítimo presidente" de la República a Andrés Manuel López Obrador, éste aceptó el cargo, sobre todo, "como un acto de resistencia civil" porque, agregó, es "lo que más conviene a nuestro movimiento".
Y por eso la gente de arriba -que se desplazaba sobre la superficie del asfalto capitalino en pequeños grupos que se alejaban del Centro Histórico, tal como habían llegado, portando sobre el pecho el gafete de la convención nacional democrática (CND)- avanzaba entre las primeras sombras de la noche con el puño en alto, martillando el aire al repetir: "Se ve, se siente, tenemos presidente".
Pero también por eso, porque la decisión de otorgar un cargo simbólico era un acto de rebeldía y una victoria moral rotunda, la gente de abajo, la que en esos momentos viajaba en Metro atiborrando los vagones de la línea azul, en cuanto se cerraban las puertas del convoy gritaba con toda el alma: "¡Es un honor estar con Obrador!", y luego, "¡Felipe, entiende, el pueblo no te quiere!", y después, "¡con este relajo, Calderón se va al carajo!"
Si la gente de arriba no sorprendía a nadie porque en las calles del primer cuadro hasta los vendedores ambulantes portaban el escapulario de cartoncillo enmicado que los acreditaba como delegados de la CND, la gente de abajo sorprendía a quienes esperaban en las estaciones del Metro y de repente veían llegar esos ruidosos trenes subterráneos, cargados de eufóricos obradoristas, que de alguna manera emulaban a las huestes ferroviarias de Pancho Villa en 1916.
Nadie se estaba chupando el dedo, nadie se engañaba creyendo que al cabo de 48 días de sacrificios el plantón había conseguido su propósito: para todas y para todos, el veneno del fraude electoral del 2 de julio aún estaba allí, pero la etapa de la resistencia que estaba terminando les había inyectado el antídoto indispensable para seguir en pie de lucha.
De lo contrario, si no estuviese tan pero tan necesitada de ese contraveneno, la gente no habría acudido ayer al Zócalo en semejante cantidad, desde todos los estados del país, fascinada por la posibilidad que prometía la CND en el instante climático: la de levantar la mano para "reconocer" a Andrés Manuel como "presidente legítimo" de la República o para nombrarlo "coordinador nacional" de la resistencia.
Y cuando ese instante llegó, antes, durante y después de la lectura de la pregunta a cargo de Jesusa Rodríguez y Eduardo García Barrios, la gente, la plaza, y las calles aledañas repletas a más no poder, otra vez, volvieron a rugir deletreando la palabra "¡Pre-si-dente! ¡Pre-si-dente!"
Para dar ese grito único de tres tiempos, la gente sin duda había trabajado a lo largo de estos dos años y medio: inicialmente en la lucha contra el desafuero, más tarde en la campaña electoral, después en la batalla contra el fraude y ahora en la resistencia que ayer se comprometió a "abolir el régimen de corrupción y privilegios", a "impedir la privatización del petróleo, la energía eléctrica y la educación pública" y, desde luego, a "refundar" las instituciones republicanas.
Pero incluso para formalizar ese programa que, de paso, "abolirá el régimen de corrupción y abusos", la gente tuvo ayer que volver a empaparse a partir de las 4 de la tarde, cuando un repentino chubasco frenó el paso de los caminantes que poco a poco llenaban el Zócalo y los obligó a replegarse bajo los portales de 20 de Noviembre (a los que estaban más cerca de ellos), a guarecerse bajo plásticos y paraguas (a los que traían esas previsoras cosas consigo) o simplemente a soportar el agua helada, estoicamente, sonriendo con ese rictus inexplicable que los mexicanos ponemos ante las desgracias (a los que nomás no tenían para dónde hacerse).
En la etapa más intensa del chaparrón cientos de soldados de la Policía Federal Preventiva se tapaban la cabeza con sus escudos de plástico alineados ante la fachada del Palacio Nacional, encarnando el vivo recuerdo de lo que hoy en día significa el apellido Fox y la oferta de mano dura que esconde bajo la manga el apellido Calderón.
Allí, en los humildes y morenos, pero odiosos robocops vestidos de gris, que se cubrían con sus escudos antimotines, y al mismo tiempo en las sonrisas de decenas de miles de hombres y mujeres que desde todas las partes de la plaza aullaban "¡aaaayyy!" cuando el viento les arrancaba el agua a las nubes con más fuerza, también estaban los dos proyectos de futuro que tratan de imponerse en lo inmediato sobre el destino de México.
Minutos más tarde, cuando la lluvia se fue, de todos los cuerpos humanos comenzó a brotar un calorcito extraordinario que secaba las ropas propias y ajenas, y mientras nuevos ríos de gente desembocaban en la plaza, frente al palacio de Fox las grúas de López Obrador terminaban de armar el templete, que había sido desmontado la víspera para cederle el espacio al desfile militar de ayer por la mañana, al que también se colaron militantes de la resistencia que, entre los soldados y los tanques, mostraron pancartas de rechazo a Calderón, a grado tal que las bandas de guerra debieron subir el volumen de sus tambores y cornetas para acallar los gritos de protesta.
Ahora, después de la lluvia, como si la gente se alegrara al saber las noticias de esa jugada matutina, los rostros sonrientes se multiplicaban por cientos de miles no sólo en el Zócalo sino en la multitud que atestaba el arroyo y las banquetas de 16 de Septiembre, Madero y 5 de Mayo hasta el Eje Central, en el asfalto de 5 de Febrero, 20 de Noviembre y Pino Suárez llenas casi hasta Izagaga, y dentro de la calle de Brasil, donde ya no cabía un alma hasta la plaza de Santo Domingo.
Las sonrisas expectantes, deseosas de que la CND comenzara de una vez, se esfumaron cuando Elena Poniatowska pronunció el nombre de Cuauhtémoc Cárdenas y se convirtieron en colosal rechifla que duró más de un minuto. Luego volverían a instalarse sobre las mejillas y las bocas para saludar cálidamente a todos los demás oradores, en especial a Rafael Barajas y a Luis Javier Garrido, a los líderes de los tres partidos que ayer fundaron el Frente Amplio Progresista, a los ciudadanos que integrarán la comisión política nacional de la CND, a los que impulsarán el congreso constituyente y a los que estarán encargados de dirigir la comisión de resistencia civil, de los cuales, sin embargo, uno fue rechazado por un sector de la plaza al grito de "¡Imaz no!, ¡Imaz no!", que surgió desde atrás y fue avanzando hasta el centro de la plaza como un vestigio de la influencia que Televisa tuvo alguna vez sobre los militantes de la resistencia, antes de volverlos invisibles para el resto del universo, tema que dará de qué hablar en los próximos días sin duda.