De locuras
En Historia de la locura, Foucault comenzó el texto con una frase de Pascal: ''Los hombres están tan necesariamente locos que no estar loco sería estar loco por obra de otra forma de locura" y, de Dostoievski, cita: ''No es encerrando al prójimo como se convence uno de su propia sensatez".
Foucault expresa que sería preciso renunciar a la comodidad de las verdades terminales, es decir, desprenderse de los conceptos de la sicopatología contemporánea. Las categorías médicas son alienantes y más valdría atenerse, en mi opinión, a escuchar a Sigmund Freud cuando dice que el síntoma, como el sueño, es un monólogo de la razón sobre la locura y sólo pudo integrarse bajo ese silencio. Por tanto, él escapa de hacer la historia de aquel lenguaje y se determina a transitar por la arqueología de este silencio.
Tal empresa tenía que encararse con toda la cultura occidental. Senda que también encara Jacques Derrida y denuncia con su gramatología y con la reconstrucción, la violencia del logofonocentrismo. La locura, confusamente definida como demencia o enajenación desde la Edad Media, es ubicada como un abismo amenazante, gesto oscuro, vacío, hueco, espacio en blanco, que hay que alienar para no correr el riesgo de contagiarse. Esta asepsia y antisepsia culturales persisten hasta la actualidad.
Para Foucault, como para Cervantes con su ingenioso hidalgo, se hace inaplazable el asunto de hablar de la experiencia de la locura; muy cercanos ambos al Elogio a la locura, de Erasmo: una locura con la que la razón incursiona en un diálogo, una locura con la que se encuentra una distancia óptima, se cabalga junto a ella, proveniente del propio discurso y del discurrir humano, demasiado humano como para ignorarlo, locura a la que sólo se evoca para dirigir su fuerza crítica y demoledora sobre las ilusiones humanas y sus propósitos y, por otro lado, en el envés, una locura que lleva el sello de la tragedia humana: lo trágico de lo humano o lo muy humano de lo trágico.
Foucault señala el siglo XVIII como el marco del rechazo y la proscripción a la locura y así, la locura es recusada, ¡vade retro!
Por un gesto soberano, omnisciente y omnisapiente de la razón que la excluye y la confina al silencio, a la alienación, siguiendo para ello la fórmula paradigmática descartiana: ''Y qué, se trata de locos".
Tal como a Quijano había que refundirlo con sus quimeras y su Dulcinea en el último rincón de un lugar de La Mancha, de cuyo nombre, Cervantes no quiso acordarse.