Concesiones en nombre del dios comercio
Toronto, 12 de septiembre. El alemán Werner Herzog no es el único autor que se ha visto en el 31 Festival de Cine de Toronto con menos renuencia a hacer una película comercial. También el francés Patrice Leconte ha regresado con Mon Meilleur Ami (Mi mejor amigo) al tipo de comedias facilonas que hacía al comienzo de su carrera. La premisa gira en torno de un comprador de antigüedades (Daniel Auteuil) que se descubre sin amigos, pero él le apuesta a su socia que ya encontrará uno. Para ello contrata a un taxista parlanchín (Dany Boon), con gran facilidad para entablar conversaciones y recordar información trivial.
Si bien el encuentro entre dos tipos solitarios podría recordar a su anterior El hombre del tren -conocida sólo en video en México- la trayectoria de esta simpática comedia es bastante más previsible y complaciente. Podría tratarse de la mejor realización de alguien como Francis Veber. Pero para Leconte es poca cosa. No sería nada raro que Hollywood esté en tratos para realizar pronto un remake protagonizado por Ben Stiller y Owen Wilson, digamos.
Hablando de géneros previsibles, en la sección Midnight Madness (Locura de Medianoche) se presentó All the Boys Love Mandy Lane, opera prima de Jonathan Levine, y una aportación válida a la llamada slasher movie. Aunque la película comienza con el sacrificio de jóvenes tontos y reventados como en cualquier imitación de Halloween/Viernes 13, gran parte de la tensión deriva de la presencia distante e inalcanzable de la rubia más deseada de la prepa, la Mandy del título. Levine filma con un estilo por encima de la norma, pero son los últimos 20 minutos, de gran intensidad y una sorpresiva vuelta de tuerca, los que la apartan del montón de derivados similares.
Un baño de sangre bastante más pretencioso se escenifica en Macbeth, enésima adaptación cinematográfica de la obra de Shakespeare, y tercera situada en el mundo gangsteril (las anteriores son Joe Macbeth y Hombres de respeto). Ahora la intriga se establece en el bajo mundo de Melbourne, pero el australiano Geoffrey Wright comete el error de mantenerse fiel a los lineamientos del texto e inclusive a los diálogos en verso, cosa que se contrapone a la realidad contemporánea de armas de fuego y teléfonos celulares. La recreación no es lo suficientemente estilizada como para asimilar las convenciones medievales, y las intentonas de modernizarlas -las tres brujas caracterizadas como colegialas satánicas- son más bien ridículas.
Como se señalaba al comienzo del festival, debe haber mucha manga ancha en la selección y por eso se llega al exceso de 351 títulos. Sólo así se explica la presencia de algo como Bella, primer largometraje de Alejandro Monteverde (nacido en México, pero criado en Estados Unidos), hecho al servicio de su estrella -y productor- el también mexicano Eduardo Verástegui, quienes los muy memoriosos recordarán como galán telenovelesco y ex integrante del grupo Kairo. En efecto, la película recuerda a una telenovela de Telemundo -ni siquiera del Canal de las Estrellas- y su inclusión en un programa supuestamente prestigioso debe haber estado sujeta a palancas, favores o alguna otra irregularidad. Preferimos sospechar eso a pensar que alguien realmente la encontró meritoria.