Usted está aquí: viernes 8 de septiembre de 2006 Política La cargada se adelantó a los diputados que llevaron a Calderón el bando solemne

El michoacano recibió el documento de manos de Jorge Zermeño en la colonia Del Valle

La cargada se adelantó a los diputados que llevaron a Calderón el bando solemne

Sin rubor alguno, personajes de toda laya buscaron promover agendas y proyectos variopintos bajo el cobijo de siglas sindicales priístas y oscuros membretes corporativos

ROSA ELVIRA VARGAS Y CLAUDIA HERRERA

Ampliar la imagen Calderón enmedio de su cuerpo de seguridad Foto: Cristina Rodríguez

Un circunloquio que se antojaba interminable fue la respuesta con la que Felipe Calderón Hinojosa recibió, no sin cierto arrobo, el bando solemne con el que ahora sí, oficialmente, termina el proceso electoral para la renovación del Poder Ejecutivo federal.

Al michoacano se le veía con la actitud y la emoción de quien recibe un diploma académico de manos de sinodales a modo. Esta vez no hubo invitados especiales para la ceremonia.

Y era la culminación de un también interminable día donde la cargada fue asomando sin rubor. Donde personajes de toda laya, pero de lujosos vehículos, trataban de promover su agenda y proyectos; de hacerse presentes bajo el cobijo de unas siglas sindicales, de organizaciones de alcaldes, de membretes corporativos y de la fuerza del dinero.

Desfilan todos y salen muy orondos, con su probadita de gloria.

Pero por la tarde, el acto casi íntimo de la entrega del bando solemne lo cumplen cinco legisladores -de cuatro partidos políticos- que llevan una encomienda precisa, y atestiguan algunos colaboradores cercanos del panista y la prensa.

Fue un acto más en el tercer día de Calderón Hinojosa formalizado como ganador de la Presidencia de México, donde se hace evidente que ha sido montado con la intención ingente de enviar señales de legitimidad, de transmitir un hecho consumado e irreversible.

El dicho bando solemne, un documento enmarcado de manera sencilla, debe pesar lo suyo -en más de un sentido-, pues mientras hablaba Jorge Zermeño Infante, presidente de la Cámara de Diputados -esta vez mucho más de lo que sin duda tuvo oportunidad de hacerlo el primero de septiembre en San Lázaro-, el diputado Antonio Javier López Adame, del Partido Verde Ecologista de México, apoyaba el documento en su pie izquierdo, sin ningún disimulo.

Felipe Calderón Hinojosa se ha metido en una camisa de fuerza con su discurso de estos días. Convoca en el vacío a la reconciliación y al mismo tiempo trata de convencer de que todo se rige ya bajo pautas de normalidad institucional, legal y política.

''Hago votos para que con este punto final del proceso electoral se inicie una nueva etapa de reconciliación, de diálogo entre los mexicanos'', plantea en ese discurso inasible y reiterativo, en el cual había dicho antes que ese bando solemne ''contiene la decisión expresada por todos los mexicanos el 2 de julio''.

Así, ante el vacío evidente que hicieron a este acto los diputados de la coalición Por el Bien de Todos -aun cuando hay miembros de la misma en la mesa directiva de San Lázaro-, Calderón enseguida hace profesión de fe legislativa: ''Sé de la vitalidad de los legisladores mexicanos; estoy plenamente consciente de que la pluralidad expresada en el Congreso es una gran fortaleza de la nación. Por eso quiero externar mi respeto reiterado y mi reconocimiento a los legisladores de todos los partidos políticos sin excepción...''

Era ese, acto formal y obligado, el final público de un día que se combinó con la cargada corporativa. O lo que antes le decían besamanos.

Y como no se ha diseñado ningún mecanismo para difundir el contenido de las conversaciones, ni parece haber interés en tenerlo, durante algunos segundos la escena se repite: Felipe sale a despedir a sus visitantes en actitud de ''qué bueno que vino'' y se regresa a la casa.

Entonces, las rejas se abren para que los fotógrafos capten el instante. Claro, ya en ese momento las vallas bloquean el paso a la casa ''de transición'' a todo transeúnte que no traiga cámara o grabadora, o no se logre identificar como chofer o ayudante del ilustre que fue recibido por Calderón.

Gamboa Pascoe, presente

Primero arriban los líderes del sindicalismo oficial, de la infaltable Confederación de Trabajadores de México (CTM), claro. Y resulta casi conmovedor verlos en su actitud priísta para presentarse ante el Partido Acción Nacional (PAN), si bien es un ejercicio que ya realizaron hace seis años. Porque además, casi todos son los mismos de entonces, aunque ahora los encabeza Joaquín Gamboa Pascoe, y hace seis años lo hizo el finado Leonardo La Güera Rodríguez Alcaine.

De todos modos es inevitable recordar a Filemón Arcos, líder de los trabajadores de la música, quien apenas a fines de junio entonaba su trillado repertorio para las huestes de Roberto Madrazo Pintado, en el mismo Monumento a la Revolución.

Luego llegan los alcaldes de dos de las tres organizaciones de ediles que existen en el país. Y es que aquella, donde se agrupan los munícipes del Partido de la Revolución Democrática, por supuesto no asiste.

Pero desde las ciudades de Guadalajara, Morelia, Puebla, Torreón, Hermosillo, Chihuahua, Pachuca, Naucalpan y otros lugares, los presidentes municipales se ven porque Felipe Calderón les ofreció, ahí mismo, enviar una iniciativa al Congreso para permitirles la relección inmediata.

Y por la tarde aparecen los controladores del mercado de valores. Qué más se puede pedir, si además esa pasarela estuvo, dirían los clásicos de las notas de sociales, ''engalanada'' por Guillermo Ortiz, el presidente del Banco de México y con el cual, en teoría, tendrá que trabajar Calderón Hinojosa durante la primera mitad del sexenio.

Para el poderoso jefe del banco central se abrió el portón del estacionamiento de la casona de San Francisco. Y aunque el banquero tuvo que esperar diez minutos a que Felipe regresara de un almuerzo con los senadores de su partido, también fue ampliamente recompensado: el designado presidente electo seguirá ''a pie juntillas'' la ortodoxia macroeconómica de los últimos diez años. O sea, cambio de jinete pero no de caballo. ¿Podrá Vicente Fox estar más feliz? ¿Francisco Gil Díaz? ¿Ernesto Zedillo? ¡Qué va!

 
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