Informados
Da la impresión de que en buena media se siguen observando y analizando los acontecimientos políticos en el país con ojos que tienen muchas dioptrías. Los criterios convencionales, las pautas que rigen los juicios, los puntos de vista que se proponen están siendo insuficientes para apreciar una situación que se sale cada día más del cauce de lo que era considerado normal, pero que ya no puede ser.
Se sigue hablando del marco de las instituciones como si nada les hubiese ocurrido, pero que están en el centro del conflicto; se hace referencia a las conductas que son admisibles cuando ya han sido desbordadas por todas las partes involucradas; se apela a los actores políticos para que se comporten como exigen las buenas costumbres de la política, en un momento en que esas formas ya han sido ampliamente rebasadas.
La brecha entre lo que ocurre y el modo en que eso se percibe e interpreta se ensancha a la vista de todos y no puede taparse con un dedo -aunque sea acusador. Así sólo se hará más difícil restablecer alguna forma de entendimiento en la sociedad que está dividida y confrontada. Pero la brecha crece día con día sin que nadie sea capaz de contenerla, o quiera hacerlo.
En este marco cada vez más tenso se van cumpliendo las fechas del calendario, transcurso que, por cierto, no garantiza que las pugnas amainen, y más bien parece que ocurre lo contrario.
El primero de septiembre fuimos claramente informados. En la arcaica ceremonia anual en que se presenta el presidente en turno ante el Congreso, Vicente Fox no pudo decir su mensaje en el acto de entrega de su último año de gobierno. No obstante, fuimos expresamente informados del estado que guarda la nación.
Nos enteramos de que el conflicto político es tan grave como se sabía y que no cabía esperar otra cosa sino lo que pasó. La disputa política entre el PRD y Andrés Manuel López Obrador con el PAN y el presidente Vicente Fox es demasiado larga y tan evidente que ya nadie puede sorprenderse de lo que está pasando.
El duelo se ha acrecentado desde la elección del 2 de julio. El gobierno federal mandó cercar rigurosamente el Congreso y la zona aledaña porque está de lleno en el pleito. Esta cuestión no debe relegarse como si no fuese un hecho de relevancia política y legal que aprovechó el PRD para tomar la tribuna del Congreso. A pesar del encono prevaleciente, esa decisión del Presidente, que tenía un elemento de provocación, debería distinguirse de la toma de las calles por parte del movimiento de protesta encabezado por AMLO, cualquiera que sea la postura al respecto de esa acción.
En el Congreso ya se sabía también lo que iba a suceder. Es infructuoso apelar a las costumbres parlamentarias en una situación de tirantez política y social como la que enmarcó el día del Informe. No se debería olvidar que esas prácticas parlamentarias ya se habían forzado prácticamente al extremo con el proceso del desafuero al entonces jefe de Gobierno. Esos son los hechos y en todos ellos, sea quien sea el que los aliente, hay responsabilidades que ahora no se pueden desconocer.
Hoy, tal vez sea necesario, para todos los involucrados, separar cuando menos tres aspectos de la situación. Uno tiene que ver con la observación y la narración de los hechos; esto no quiere decir que se exija una objetividad o imparcialidad totales, que no son propias de la lucha política, pero, en todo caso, eso es parte también de la condición que se discute. Otra cuestión es que parece conveniente dejar de lado las posturas moralistas que exponen la fragilidad del entorno y quieren imponer un molde al que ya no se ajustan las circunstancias. En tercer término, es cada vez más hueco pretender construir un sistema de interpretación de la realidad del país y querer encajar en él los hechos.
La imagen del presidente Fox llegando a un Congreso sitiado por la fuerzas policíacas y militares que su gobierno envió es contraria a la democracia que proclama y cuyas pautas de comportamiento le exige a sus opositores. Esa es una imagen que muestra la debilidad a la que él ha llevado su presidencia, que debe informar a la nación arropado por las cámaras de la televisión, y la incapacidad a la que ha llegado para crear las condiciones para conducir el país. Su responsabilidad es en eso muy grande y de un sentido aún mayor dada su investidura y a la que él mismo apela, la que también debe exigirse al movimiento opositor que encabeza AMLO.
Se debe hacer un ajuste de la visión de lo que está pasando en el país -corregir las dioptrías- para adecuarse al nuevo teatro de los sucesos, entender mejor la naturaleza de los participantes y el clima que se ha creado, adaptarse a las nuevas posiciones que han ido tomando las partes en la confrontación y, también, la gente en su perspectiva cotidiana. Tal vez desde ahí, y no desde la terca postura de lo que era la norma, la costumbre y el marco de los privilegios, se puedan empezar a armar las piezas para que esto funcione en términos de lo que, tal vez, todavía podemos llamar el bien común.