Yamaha 300
Me parece bastante ridículo tener que casi presentar a un teatrista mexicano de amplísima trayectoria, miembro del Sistema Nacional de Creadores, traducido ya al francés y al alemán, pero poco conocido del público citadino porque nació, vive y crea en Sonora, aunque en el medio teatral sea muy conocido y reconocido. La terrible centralización que vivimos hace que nos regocije que por fin sea estrenada por la Universidad Nacional Autónoma de México una obra de Cutberto López quien, entre muchas otras actividades que ha desarrollado en su vida -parece que ha hecho de todo en el teatro a pesar de tener una licenciatura en administración pública- es un preciado funcionario de la Universidad de Sonora (Unison). Cutberto es uno de los más importantes dramaturgos vivos que tenemos en México y, para quien se interese más en su obra tras conocer Yamaha 300, están varias publicaciones, entre ellas los textos aparecidos en Tramoya, el volumen editado por la Unison y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CNCA) con el título Entre el desierto y la esperanza, con varias obras, algunas recogidas en la Colección Centena que coeditan El Milagro, y CNCA con el nombre de Durmientes.
Yamaha 300 toma su nombre de la embarcación en la que los "pangueros" apodados Animal y Cananis transportan droga desde el Mar de Cortés hasta el sur de Baja California. Los entramados del narcotráfico con el poder y policías, aun de alto rango, están presentes en las terribles noticias de decapitados, jueces asesinados, policías corruptos y las pugnas entre los diferentes cárteles de la droga que diariamente, a veces a plena luz del día, cobran muchas víctimas. Cutberto López no pretende descubrir el hilo negro, sino dramatizar uno de los más graves problemas con que se enfrenta la sociedad mexicana y lo hace desde el punto de vista primario de Animal, para quien su lancha es sinónimo de libertad, casi ingenuo al sentirse todopoderoso ("me como a ese Tiburón", llega a decir en un juego de palabras), buscando dinero para casarse con su prometida. Tiburón es el verdadero capo de una banda y tiende sus redes de poder, no sabemos hasta qué niveles, pero éstos están ya afincados en la imaginería popular, para la que los constantes "ajusticiamientos" entre narcos no se podrían dar sin apoyos muy grandes de funcionarios de todas las jerarquías. El lenguaje empleado es rudo, a veces gracioso, muy convencional el del sacerdote, y pinta a los diversos personajes de este mundo, lo que acredita su oficio dramatúrgico. Otro dato de ese oficio es que no lleguemos a saber el contenido de las fotografías que busca Tiburón, con lo que la acción se envuelve en el misterio.
El autor pide varios escenarios. Uno, el primordial, el de la lancha, otro, la casa de Vero y otros lugares en donde se ubica Tiburón: una iglesia -en donde la extraña mezcla de los narcotraficantes de brutalidad y ánimo religioso, casi superstición, se hace presente- y un buque guardacosta. Pide también una tempestad y avionetas que tiran paquetes, entre otros efectos más cinematográficos que escénicos, que son resueltos con gran solvencia por el director Antonio Castro en una simplísima escenografía de Sergio Villegas que consta de dos grandes paneles transparentes, uno de los cuales se sube para mostrar diversos espacios y una baranda que sería el buque guardacostas, con ayuda del sonido y la música de Antonio Fernández y afincándose en el texto y la actoralidad. Un muy buen momento es el de la iglesia y el espacio de Vero, con su gigantesco oso, nos habla de candor juvenil. La lancha, sin escenografía especial, ocupa casi todo el escenario y sus dos navegantes bromean, sufren tormentas, reciben los paquetes de droga que caen del telar.
El elenco, con vestuario de Mauricio Ascencio, es muy bueno, Hernán Mendoza confirma su bien ganada fama de buen actor como Animal, al que presta una bravuconería y una alegría de vivir que nos hace sentir lástima del oficio al que se dedica. Joaquín Cosío encarna a su brutal Tiburón con su fuerte presencia y su capacidad actoral. Fermín Martínez es un excelente Cananis, que da su vuelco de conducta. Pilar Padilla, apenas bien como Vero. Los otros actores dobletean con gran aptitud algunos papeles. Sergio López (quien además de actor es un serio investigador de los edificios teatrales, a quien se deben excelentes libros en la materia) es lo mismo Nachito, que el rígido oficial o el untuoso sacerdote. Dagoberto Gama es Jorge y el corrupto capitán, y Adrián Aguirre es Raúl y el monstruoso Energúmeno.