Usted está aquí: domingo 20 de agosto de 2006 Opinión De olvidos y legados

Rolando Cordera Campos

De olvidos y legados

Hablar sobre el desenlace del litigio electoral puede ser todavía arriesgado, pero la propia convocatoria de la coalición Por el Bien de Todos a deliberar en una convención nacional democrática sobre el qué hacer ante una declaratoria presidencial contraria a sus reclamos habla de que es probable un resultado en esa dirección. En todo caso, prever lo peor no es síntoma de enfermedad necesariamente, aunque no faltarán los muchos sicólogos instantáneos que han surgido en estos tiempos que nos adviertan sobre la confirmación de sus peores profecías, todas ellas ancladas en sus sesudos estudios de la personalidad y el carácter de Andrés Manuel López Obrador.

El argumento basado en el carácter se volvió el mejor camino para evadir el examen de la situación política y social de México, que estaría debajo del despliegue tan poderoso de este supuesto síndrome de la conducta individual que contagia y, a los ojos de los siquiatras de huarache, se vuelve ominosa pandemia de reclamo y mal comportamiento político colectivo. Pero la realidad política del país no se reduce al asalto de unos bárbaros que en realidad ya estaban dentro del reino, ni puede ser conjurada por el rechazo a supuestas o reales conductas disruptivas del orden democrático por parte del cúmulo de preceptores de la corrección democrática que nos ha ofrecido la disputa por el poder presidencial.

Se ha insistido en estas páginas en la importancia crucial que tiene para el futuro de la política y del propio Estado el reconocer el suelo y el subsuelo de pobreza y aguda desigualdad que caracteriza la vida social mexicana del presente. No sobra ahora insistir en ello, aun en la hipótesis, no tan probable como lo desean los otrora exégetas del éxito mexicano en su globalización, de que las masas irredentas convocadas por López Obrador abandonen el escenario central de la República y se desvanezcan en la oscuridad de los barrios, los poblados y los arrabales y unidades habitacionales de los que en su mayoría provienen.

La desigualdad se volvió hecho urbano y juvenil, metropolitano y asimismo provinciano, y de ello tardaremos mucho en olvidarnos, aunque las estadísticas nos vayan a hablar de aquí en adelante del consumo floreciente de electrodomésticos y autos como prueba eficiente de que López Obrador se equivocó en su convocatoria central de que por el bien de todos primero deberían estar los pobres. La victoria sobre esta minoría inventada como tal por los propagandistas a modo de la derecha no traerá consigo un progreso social real de México, pero sí mayor confusión en el debate y mayor ofuscación en el intercambio social y político. Y de eso sí que no se puede culpar al tabasqueño que queda en el foro. Si de culpas se tratara habría que revisar el catálogo de mistificaciones de la economía política de la globalización, hoy erigida de nuevo en canon irrefutable y nada menos que por algunos, en el PRI y fuera de él, de los que al final del siglo fueron sacrificados en el altar de la defensa de la modernización neoliberal.

Pero la huellas de los pasos de este López no quedarán en el guerra florida de los expertos en estadísticas, encuestas y demás parafernalia del análisis social despegado de las viejas realidades que trajo como novedad la intemperancia militante de la coalición. Junto con esto, que no debería desestimarse en las proyecciones de la seguridad política nacional, lo que nos deja la campaña y su secuela de manipulación informativa y prepotencia plutocrática es la debilidad del lenguaje y los símbolos con los que se quiso hacer el exorcismo de los intrusos encabezados por López Obrador.

Tiempo habrá para ocuparse de ello. Por lo pronto, dejemos consignado que no fue aquí, en la presentación de la realidad profunda de México, ni en su recreación como mensaje y reflexión colectiva, donde se perdió la lucha por la Presidencia y un cambio congruente con la existencia y los sentimientos de las mayorías. Si este es y fue el caso, más vale que los triunfadores del momento empiecen a preguntarse por la claves de la razón que no sólo no tuvieron, sino en muchos casos repudiaron en aras de un espejismo.

 
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