Usted está aquí: domingo 20 de agosto de 2006 Política La transición de las revoluciones políticas a las sociales

Guillermo Almeyra /I

La transición de las revoluciones políticas a las sociales

En Oaxaca presenciamos la alianza de la gran mayoría de las clases medias urbanas con los sectores organizados y radicalizados del movimiento obrero y con la protesta comunitaria indígena y campesina. Decenas de municipios tomados, la ciudad capital ocupada desde hace tres meses por los maestros, preparan la expulsión del gobernador y demuestran que frente al poder estatal "legal" está surgiendo un poder legítimo, basado en la autonomía y en la autorganización. Es una lucha democrática, social, que enfrenta a las clases principales y que incorpora la rebelión indígena. Oaxaca dio el triunfo electoral al PRD, pero el movimiento no está sometido a éste, al extremo de que López Obrador "olvida" Oaxaca (y Atenco) aunque radicalice su discurso y llame a la autorganización popular. Hay en Oaxaca un enfrentamiento entre dos poderes, el popular y el oficial. Al mismo tiempo, en el resto del país la resistencia civil de masas contra el fraude electoral pasa poco a poco a convertirse en desobediencia civil y en movilización por un programa no sólo democrático sino también social, para cambiar el país. Los métodos de lucha son también "oaxaqueños". Está surgiendo un gran movimiento social duradero, que se radicaliza y que producirá grandes cambios en la conciencia y politización de los sectores populares que lo integran y, además, crisis en los aparatos políticos, incluido el PRD, porque éstos deberán pronunciarse sobre los objetivos y las luchas de ese movimiento. Asistimos así a una revolución política democrática ("sufragio efectivo", o sea respeto al voto, no al fraude) que pone a México en la hora latinoamericana y podría abrir el camino a una transición hacia una revolución social en uno de los países más importantes de América Latina y en el único que tiene una larguísima frontera con la primera potencia imperial mundial, la cual es un factor "local" de primer orden. Por eso es necesario reflexionar un poco sobre la dinámica de las revoluciones latinoamericanas triunfantes o fracasadas.

El siglo pasado, en América Latina, está constelado por revoluciones políticas triunfantes a medias o fracasadas. Se destaca, pero como excepción, la transición veloz -1959/1961- de una revolución política victoriosa en Cuba a una revolución social. Aunque muy esquemáticamente quiero, pues, marcar las diferencias que existen entre la Revolución Mexicana, la boliviana de abril de 1952, la guatemalteca de 1954, la cubana de 1959, la venezolana de los años 90, la boliviana actual y, por último, la revolución amarilla que se está organizando y profundizando. Todas ellas comparten características: crisis en las clases dominantes, radicalización de las dominadas, grietas o rupturas en los aparatos represivos, intervención de Estados Unidos, evolución de las clases medias urbanas, movilización campesina, tradiciones de organización de los trabajadores, existencia o creación de nuevos liderazgos y de nuevas ideas políticas, crisis de dominación y de hegemonía. Pero esos factores no tienen igual peso en cada experiencia local ni se combinan del mismo modo y, además, una cosa era Estados Unidos por la primera década del siglo pasado, e incluso en los años 60, y otra hoy, en la "guerra preventiva".

Ante un aparato de Estado que ha perdido consenso y que tampoco puede contar demasiado con la represión brutal, se diferencian de las clases explotadoras y dominantes vastos sectores sociales y surgen grietas en los aparatos de dominación (ejército, jerarquía eclesiástica y en la casta de los intelectuales "orgánicos"). A este proceso en las cumbres de la sociedad se unen procesos nuevos en los llanos: cambios en el conservadurismo cultural y político, ruptura con la casta política y sus partidos, autorganización, nuevas ideas revolucionarias y nuevos líderes que corresponden a ellas, capacidad de socializar luchas y experiencias y de desarrollar la defensa de lo tradicional, que está en peligro con la transformación de ese mismo mundo en nombre de otra modernidad, de otra política, de otro tipo de Estado. La capacidad de autorganización de los oprimidos y dominados y la crisis de los explotadores y dominadores y de sus ejércitos, base de los estados capitalistas, en cada país depende de su historia social y de la de su lucha de clases. Pero es posible sacar algunas conclusiones que podrían ser útiles.

Empecemos por la Revolución Mexicana. Sus objetivos declarados inicialmente eran democráticos, no sociales. Sus organizadores integraban el establishment (Madero era un industrial, Carranza, un gobernador porfirista). Las clases medias urbanas, en su mayoría, estaban contra el régimen porfirista, las clases capitalistas estaban divididas (los ganaderos del norte no tenían los mismos intereses que los azucareros del centro o que los hacendados porfiristas). Los trabajadores organizados y politizados eran pocos, pero activos y decididos. Todos compartían la cultura liberal que un puñado de revolucionarios cultos (los jacobinos semisocialistas de la Constituyente) mezclaba con los vagos aires socialistas de una época previa a la Revolución Rusa. Estados Unidos era entonces sólo una potencia local en el Caribe, no la primera potencia mundial, y no tenía poderío militar. Podía pues convivir con Pancho Villa; además, los líderes revolucionarios eran pragmáticos y no antimperialistas y nacionalistas, con excepción, quizá, de Carranza. En cuanto al ejército -con algunas muy notables excepciones-, estaba unido detrás de Porfirio Díaz, que había sido un importante jefe militar. Esos eran los ingredientes de la revolución democrática: veremos después cómo se combinaron.

 
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