"Fraude, fraude, fraude", consigna de los simpatizantes; ofrecen apoyo incondicional
"Llegaremos tan lejos como quiera el pueblo", asegura López Obrador
Ampliar la imagen Defensores del voto celebran cada palabra del candidato de la coalición Por el Bien de Todos en el Zócalo capitalino Foto: Carlos Ramos Mamahua
No acababa de formular su pequeña lista de cuatro grandes medidas "contra la imposición de un presidente espurio" cuando la gente se apresuró a gritar que sí, que ya, que desde luego las aprobaba. Andrés Manuel López Obrador tuvo que frenar un poco el desbordado entusiasmo. "Espérense, déjenme decir las propuestas", advirtió. Y una vez que la muchedumbre que abarrotaba el Zócalo ratificó, una a una, las acciones de la nueva etapa de la resistencia civil pacífica, el candidato de la coalición Por el Bien de Todos afirmó que llegará "tan lejos como quiera el pueblo".
A diferencia de las reuniones anteriores, que empezaron a darse en la Plaza de la Constitución el sábado 8 de julio, en la de ayer no se escuchó tanto la consigna de "¡Voto por voto, casilla por casilla!", y en lugar de ésta cobró mucha más fuerza la simple, la espantosa, la nauseabunda palabra "fraude", repetida con insistencia.
Antes de López Obrador, el diputado Horacio Duarte leyó un informe preliminar sobre los resultados del recuento en las 11 mil 839 casillas ordenado por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (el tribu), y después de oír cada uno de los terribles datos, la gente a coro exclamaba: "¡Fraude, fraude, fraude!"
"En 3 mil 74 casillas hay 45 mil 890 votos de más", denunciaba Duarte, y decenas de miles de voces le respondían: "¡Fraude, fraude, fraude!" Y entonces Duarte añadía: "En 4 mil 368 casillas hay 80 mil 392 votos de menos". Y otra vez: "¡Fraude, fraude, fraude!" Ante lo que el diputado resumió: "Así, de un total de 11 mil 839 casillas examinadas, hay irregularidades en 70 por ciento de las mismas, esto es, en 7 mil 442, donde faltan o sobran 126 mil 282 votos".
Sobre la indignación colectiva se había impuesto, hace muchos días, el azoro ante el silencio pavoroso de los medios. En la esquina de 20 de Noviembre, colgados con pinzas de ropa a los mecates de un kiosco de periódicos, las portadas de los publicaciones hablaban de un país llamado como el nuestro, pero distinto y distante en el tiempo, ubicado muy lejos del siglo XXI y de las bondades democráticas que éste supuestamente traería consigo.
"Coalición evalúa levantar plantón de Reforma-centro", afirmaba una cabeza de ocho columnas, pese a que durante la conferencia de prensa ofrecida por los líderes de la coalición, la tarde anterior, éstos habían dicho que los campamentos permanecerán donde están hasta que se resuelva el conflicto.
"Con más de 80 por ciento de votos contados, no hay variación", declamaba otra carátula. "TEPJF: objeciones al recuento, sin validez". Y así, con diversas variantes sobre el mismo tema, los demás repetían lo mismo. En los postes de las calles aledañas al Zócalo brillaban complementariamente pegatinas con los colores de la bandera nacional y una leyenda: "Los mexicanos no debemos permitir que nos divida el odio de López Obrador". Algo con aroma a inmundicia estaba pudriendo el aire.
16 de septiembre, el límite
Antes de la llegada de López Obrador, que en las primeras horas de la mañana bajó de un avión procedente de Tapachula, y se dirigió al Zócalo para dar la vuelta a la plancha saludando de mano a hombres, mujeres, ancianos y niños que repetían a gritos su apellido, la gente se acomodaba en el asfalto, se apretujaba con lentitud hasta quedar codo a codo, y comentaba como si hablara de la lluvia o del frío de este oscuro verano que desde el 2 de julio, y ya pasaron seis domingos desde entonces, las televisoras nacionales no han documentado una sola de las irregularidades "aisladas" que según el discurso en boga sufrió el "ejemplar" proceso.
Desde el templete y a través de las potentes bocinas colgadas con grúas alrededor de la plaza cantaban los instrumentos de la orquesta sinfónica de niños y jóvenes de Nezahualcóyotl y los teléfonos celulares tomaban fotos de cartulinas con letreros como ese que aún tenía energías para rimar: "Si del PAN ya estás harto, come pejelagarto". Pero, a diferencia de otras asambleas, la de ayer no era de catarsis, de alivio, de recargar las pilas del alma sino más bien de reflexión, de echar números y sacar cuentas, ya no tanto en votos robados, multiplicados o perdidos, sino en días de resistencia, en semanas de lucha, en años por venir y en qué condiciones y bajo qué tipo de régimen de gobierno, si en democracia o en pesadilla.
Por eso, cuando Andrés Manuel tomó la palabra después de Duarte y de los gritos de "¡fraude, fraude, fraude!" que le estaban quedando chicos al descontento general, sobre la plancha del Zócalo se impuso el silencio. Y tras los agradecimientos del candidato a sus seguidores y para colocar en el sartén los ingredientes que le darían sabor al platillo, entró en materia anunciando que el movimiento podría continuar en donde está, "por años si fuera necesario".
Entonces, como para desmentir a quienes creyeron que bravuconeaba el pasado lunes, cuando habló a las puertas del TEPJF y anunció que más allá del conflicto electoral esta lucha es para "transformar las instituciones de una manera o de otra", ayer volvió sobre el punto y en nombre de quienes sienten frío al ver que para los medios no existen pero no por eso se consideran vencidos, leyó con enjundia:
"El objetivo de nuestro movimiento es salvar la democracia (...) y si no se respeta el voto ciudadano se están socavando las bases democráticas de la República y se está violando la Constitución. Pero el pueblo ha dicho ¡hasta aquí! ¡Se acabó la república simulada! ¡Nunca más la violación a los principios que garantizan el interés del pueblo! ¡Nunca más a instituciones dominadas por el poder y el dinero! ¡Nunca más permitiremos que se instaure un gobierno ilegal e ilegítimo en nuestro país! (...) Con el apoyo y la decisión de la gente, con el poder soberano del pueblo, llevaremos a cabo los cambios y las transformaciones que necesita el país".
Y planteó cinco objetivos: combatir la pobreza y la "monstruosa desigualdad", defender el patrimonio de la nación para impedir "la privatización de la industria eléctrica, el petróleo, la educación pública, la seguridad social y los recursos naturales"; hacer valer el "derecho público a la información", porque "la apertura de los medios es una conquista de los mexicanos y no permitiremos un retroceso"; enfrentar la corrupción y la impunidad para que el gobierno deje de ser "un comité al servicio de una minoría" y, punto número cinco, emprender una "renovación tajante de todas las instituciones civiles" aclaró.
Para algunos fue como "un discurso de toma de posesión" con el fin de encabezar un gobierno alterno al del país que reflejan los medios y que la gente de a pie hace años bautizó como "foxilandia". Para otros, López Obrador estaba doblando la apuesta a sus adversarios, cosa que hizo que muchos fruncieran el ceño preocupados y otros saltaran y aplaudieran con júbilo.
Sólo en ese marco se hicieron comprensibles la cuatro grandes medidas de la nueva etapa de resistencia -acudir masivamente a la ceremonia en que el TEPJF "entregará la constancia de mayoría al candidato de la derecha", ir en masa al Congreso de la Unión el día del último informe de Vicente Fox, celebrar la fiesta del Grito en el Zócalo y realizar una Convención Nacional Democrática "con representantes de todos los pueblos del país para decidir en definitiva el papel que asumiremos en la vida pública de México".
Hace tres domingos, la gente congregada en el Zócalo y el Paseo de la Reforma hasta la entrada a las Lomas de Chapultepec vivió de algún modo el minuto más largo del tiempo cuando López Obrador propuso la idea del plantón. Ahora, después de la reunión de ayer, muchas de esas personas se preguntan si los días que faltan de hoy al 16 de septiembre serán los más cortos de nuestro joven siglo.