Usted está aquí: sábado 12 de agosto de 2006 Opinión San Miguel a los 28

Juan Arturo Brennan

San Miguel a los 28

San Miguel de Allende, Gto. Avalado por una larga y sólida tradición, el Festival de Música de Cámara de San Miguel de Allende cumple 28 años de existencia ininterrumpida, sustentada por una singular combinación (y no es chascarrillo político oportunista) de cambio y continuidad. El cambio está señalado por los esfuerzos incluyentes de la nueva directiva. En lo que se refiere a la continuidad, se ha conservado la vocación académica del festival, mientras que lo más importante es, sin duda, que la calidad de los grupos convocados sigue siendo de primera, lo que fue evidente en los conciertos a los que pude asistir en esta ocasión.

El Cuarteto Vega ofreció un concierto informal, narrado, con entrada libre, que no provocó el lleno esperado en el Teatro Angela Peralta. Al interior de un muy bien ejecutado programa destacó sobre todo el Cuarteto K. 590 de Mozart, tocado con un enfoque instrumental de arcos ligeros, texturas transparentes y dinámicas bien matizadas, todo ello conducente a una bienvenida claridad de ideas tanto en la forma como en los estados de ánimo.

Notable en especial, el contraste de ambientes expresivos logrados por el Cuarteto Vega en el robusto Minueto del Cuarteto K. 590, así como la precisión en el perfil de las complejas figuraciones del cuarto movimiento.

En el resto del programa, los cuatro músicos chinos (avecindados en Estados Unidos) hicieron una lúcida y cerebral versión del Concertino de Stravinski, se atrevieron a blusear con languidez dos piezas de Gershwin, se aproximaron con buena intención a la vena sentimental de un tango de Gardel y ofrecieron un par de piezas folclóricas chinas como muestra de sus raíces culturales.

La noche siguiente, el Cuarteto San Petersburgo hizo una muy atractiva versión del Cuarteto No. 11 de Shostakovich, emotiva y profunda pero sin llegar a los extremos de paroxismo expresivo que otros cuartetos suelen creer indispensables para tocar la música del atribulado compositor de San Petersburgo. Gracias a ello, la peculiar y heterodoxa estructura del cuarteto surgió con una lógica impecable, tanto en la forma general como en las particularidades de fraseo y articulación en cada movimiento.

Después, una cálida versión del Cuarteto No. 1 de Borodin, bienvenido por ser menos conocido y difundido que su Cuarteto No. 2, destacando sobre todo la atención a los principios constructivos cabalmente clásicos aplicados por el compositor.

Para concluir, el Cuarteto San Petersburgo tuvo la colaboración de la estupenda pianista rusa Olga Kern y el contrabajista Russell Brown para el Sexteto de Glinka, obra deliciosa de principio a fin y que, en manos de este muy bien ensamblado grupo, fluyó de manera orgánica, sin parches ni costuras, en especial por el trato dado por los músicos a las influencias schubertianas que colorean la pieza.

A la noche siguiente, los chinos y los rusos arriba reseñados se reunieron en un rico y bien pulido grupo para interpretar un programa netamente romántico, encabezado por una atractiva novedad: el oscuro, denso y potente Octeto de Woldemar Bargiel (contemporáneo de Brahms) en cuya ejecución brilló sobre todo el registro bajo del doble cuarteto, ante algunos momentos inciertos de su región aguda. El programa concluyó, después de una ejecución fragmentaria de Souvenir de Florence, de Chaikovski, con una noble y bruñida ejecución del Sexteto Op. 18 de Brahms, particularmente brillante en la intención expresiva de su evocativo segundo movimiento.

De un tiempo a esta parte, el festival ha tenido algunos logros interesantes. Por ejemplo, el hecho de que en el contexto de una rehabilitación no del todo exitosa, el teatro Angela Peralta presenta ahora un escenario sobrio y austero, todo en negro, que en contraste con su anterior aspecto propicia la concentración cabal en los músicos y la música.

Por otro lado, en apenas su primer año a cargo del festival, la nueva directiva ya ha comenzado a dar pasos firmes hacia lo que, desde siempre, ha sido meta fundamental: convocar a una mayor cantidad de público mexicano para que el festival deje de ser, como lo ha sido hasta ahora, una serie de conciertos casi exclusivos para la comunidad de expatriados estadunidenses. Todavía falta mucho por hacer en este ámbito, pero los esfuerzos están encaminados en la dirección correcta.

Sin duda, el festival crecerá aún más en este y otros sentidos, cuando sea posible superar las trabas burocráticas que aún significan un lastre para su cabal funcionamiento.

 
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