Usted está aquí: jueves 10 de agosto de 2006 Opinión La ocupación

Soledad Loaeza

La ocupación

El Distrito Federal es una ciudad ocupada. Desde hace ya tres semanas los lopezobradoristas están instalados a lo largo del Paseo de la Reforma en una operación que nos divide, obstaculiza el tráfico, restringe la libre circulación de personas, incide sobre el buen funcionamiento de establecimientos comerciales. Esta operación se ha impuesto como una medida de fuerza sobre los habitantes de la ciudad que por diferentes razones no compartimos la causa de AMLO. Los ocupantes cuentan con el apoyo de servicios y servidores públicos que responden a sus necesidades y a las de su líder. También ha quedado fuera del espacio público y bajo el control de un partido político la avenida emblemática de la capital de la república, al igual que lo está el Zócalo, aunque desde hace muchos años éste dejó de ser la plaza en la que nos reconocemos todos los mexicanos.

Como ocurre en todas las ciudades ocupadas, en poco tiempo se ha instalado la rutina, sólo que en nuestro caso los ocupantes han logrado hacerlo con más celeridad que los demás. Debe ser la costumbre. En unas cuantas horas armaron tiendas de campaña, mesas de comedor, sillas, catres, televisiones, conexiones eléctricas, baños portátiles, con ciencia y paciencia colocaron televisiones, mantas, pancartas, áreas de juego para prescolares, colchonetas de yoga, y zonas de esparcimiento donde unos cuantos ocupantes matan el tiempo con partidas de dominó y de ajedrez, aprenden a pintar por número, toman bebidas de moderación, echan una cascarita, bailan o dormitan plácidamente mientras llega la comida. Para muchos de ellos, si no es que para todos, estos días han sido una temporada vacacional memorable. La prensa publica imágenes de una kermés, poco concurrida tal vez, pero no hay duda que los ocupantes se entretienen, mientras los habitantes de la ciudad prensan las manos en el volante o se amarran la lengua para controlar el enojo que les produce la impotencia.

La tranquilidad que se respira en la zona de ocupación es envidiable para los demás que, en cambio, tenemos que hacer despliegue de ingenio y perseverancia para llegar a los compromisos de trabajo o a las citas familiares que nos obligan a atravesar la zona de ocupación. No sólo eso. A diferencia de los ocupantes, los demás vivimos en la incertidumbre. Esta reacción es un éxito para la estrategia del vocero Fernández Noroña, pues ése es justamente su objetivo. Cada vez que habla nos advierte con tono más que intimidatorio que lo que estamos viviendo hoy es poca cosa frente a lo que viene. No sabemos qué sigue, pero nos han dicho que será peor. De manera inevitable un sentimiento de inseguridad, así sea mínimo, asalta a todo aquel que no es ocupante y que se atreve a caminar por la zona restringida. Es cierto que en general los ocupantes simplemente ignoran a los transeúntes, pero uno los ha visto tan fieros, el discurso de su líder tiene un tono tan combativo, sus denuncias contra quienes no piensan como él son tan rabiosas -y cada día más-, que uno camina temeroso de que lo identifiquen como alguien ajeno a ellos. Bajo la mirada complaciente que la autoridad sostiene sobre los ocupantes, los demás nos sentimos por completo desamparados. Habrá quien considere que quizá lo mejor es unirse a ellos, por lo menos para recuperar el sentimiento de seguridad que nos ha regateado la ciudad desde mucho antes de que todo esto ocurriera, y que ahora se ha acrecentado. Entre los más desesperados surge la tentación de pedirle al TEPJF que ya, que le reconozca a AMLO todos los votos que él quiera, que lo declaren presidente, y nosotros nos comprometemos a no volver a votar nunca más para no provocarle disgustos.

Más allá de estas reacciones de desesperación, los habitantes de la ciudad que no participamos en la ocupación estamos luchando por desarrollar una rutina. No será tan difícil. Durante ya casi 10 años los gobiernos perredistas nos han sometido a un duro entrenamiento en el que hemos aprendido a esperar pacientemente mientras los paristas hacían machincuepas sin ton ni son en la vía pública o los quejosos de todo el país eran bienvenidos al Zócalo por las autoridades locales, que les prometían resolver conflictos que nada tenían que ver con la ciudad. Una vez aquí los arropaban, les daban una plataforma para protestar contra las autoridades federales y los integraban a sus huestes. Enorme disciplina desarrollamos los defeños durante la construcción del segundo piso del Periférico, entonces, como ahora, vivimos muchas horas atorados en enredados embotellamientos, en cortes de calles, controlando los nervios, el cansancio y todo aquello que pone diariamente a prueba las reglas de convivencia. Ahora de nuevo nos hemos visto obligados a reorganizar nuestros calendarios, horarios y trayectos, a modificar nuestra rutina de trabajo o de diversión; pero seguramente lo lograremos. Aprendimos a ceder, respondimos con flexibilidad. Es seguro que volveremos a votar.

Hay que tener confianza. Estos tiempos tan duros también templan nuestra resistencia.

 
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