Ciudad Perdida
El Trife confirmó lo que ya se sabía
Ultrajaron consejeros la credibilidad del IFE
A la luz del fallo, inviable un gobierno espurio
Es oficial: la elección presidencial está sucia, y no tanto por las porquerías que seguramente se hicieron en cerca de 12 mil casillas, o en casi la mitad de los distritos electorales, como usted guste, sino porque Luis Carlos Ugalde, el presidente del Instituto Federal Electoral, y el dream team que formó, en ese organismo, la señora Elba Esther Gordillo, le han mentido, con dolo, a los habitantes de este país.
Para ponerlo más claro. Con el dinero de los impuestos que pagan los contribuyentes, los consejeros del IFE mandaron hacer una serie de anuncios en radio y televisión, con la intención deliberada de engañar, de simular, a sabiendas de que se había cometido un fraude, es decir, un acto contrario a la verdad.
No caben ya las disculpas. No se podría decir, por ningún motivo, que se trata de actos aislados, que los errores matemáticos se dan en todas las elecciones. El Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación nos ha puesto, oficialmente, frente a los ojos, una verdad que no acepta indulgencias: los consejeros del IFE cometieron un fraude en contra de toda la población del país.
La elección está sucia y ellos lo sabían. Era fácil que desde ese organismo, el IFE, se hubiera ordenado la apertura de las casillas donde ahora el tribunal ordenó un nuevo escrutinio, pero en lugar de ello echaron mano del recurso fácil de mentir por radio y televisión, con el dinero de los ciudadanos.
Para este caso ya no importa quien gane o quien pierda, los consejeros del IFE mintieron. No hubo transparencia electoral ni la suma honesta de los sufragios, ideas con las que anunciaron una supuesta elección ejemplar.
Todo se derrumbó dentro del IFE. Y que quede bien claro, no se trata de atacar a la institución, que urge de reformas profundas, sino a quienes ultrajaron su credibilidad, que era su único activo político real.
El móvil todos los sabíamos: imponer a Felipe Calderón, con la autoridad que le daba ser la institución garante de la democracia, pero no se puede defender en la tele lo que se trampeó en las urnas, y el juego quedó al descubierto.
Y así las cosas, por pura vergüenza, virtud escasa entre los seguidores de la señora Elba Esther, los consejeros del IFE deberían haber renunciado ya, pero como no hay vergüenza, habrá que esperar un poco a ver quién les da el empujoncito.
Ahora, con el nuevo conteo de más de 4 millones de votos el resultado, casi seguramente, se transfigurará, pero en el muy lejano caso de que eso no suceda, existe la certeza de que la diferencia de votos entre Calderón y López Obrador se acotaría aún más, lo que hace inviable, de todos modos, el gobierno de Feli-pillo.
Sí, ya sabemos que ahora vendrá la cantaleta de que en la democracia se gana por un solo voto, y tal vez sea verdad, pero se gobierna con el consenso de la gran mayoría, y esa no la tiene el panista.
Por ello, el clima de inseguridad en todos los niveles, en todos los ámbitos, pondría en jaque, de la misma forma, las posibilidades de desarrollo del país, en manos del panista. El ancho de la banda de movilidad política del azul no sería más que el de una liga, y eso lo saben ya, con certeza, los inversionistas.
Por eso, además, Feli-pillo no puede ser el próximo habitante de Los Pinos. Para quienes lo han respaldado ya no puede ser quien asegure que el mercado, por ejemplo, seguirá estable y con buena salud, la duda razonable de que su triunfo, en caso de que lo impusieran, vendría del fraude, sería motivo de boicots, huelgas de compras, de suspensiones en el pago de impuestos y de la imposibilidad de gestar cambios en las leyes.
Felipe Calderón se ha convertido, a querer o no, en un peligro para el desarrollo de México. Eso ya es una verdad incontrovertible y así, con él, ya no habrá quien arriesgue.