Editorial
Editorial
La acumulación de conflictos en las postrimerías de este sexenio ha llegado a un grado por demás preocupante. Con la tensión poselectoral resultante de campañas desaseadas, un gobierno entrometido en ellas y un pésimo desempeño de la directiva actual del Instituto Federal Electoral, las posibilidades de superar la confrontación se cifran en el civismo de la ciudadanía y en la perspectiva de que los magistrados del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) resuelvan las impugnaciones con honestidad, sensatez y sentido constitucional.
Pero la polarización política no es sino el resultado más reciente de un sexenio política y socialmente desastroso, que tiene el mapa nacional plagado de focos rojos. El conflicto oaxaqueño, por ejemplo, ha llegado a una situación muy volátil en la que confluye una diversidad de intereses contrapuestos.
Por su parte, el pleito desatado por el gobierno con el sindicato minero dista mucho de haberse resuelto y la autoridad laboral, con su empeño en montar provocaciones con una mano y dibujar panoramas idílicos con la otra, puede provocar un incendio en la industria extractiva del país.
En tanto, el conflicto en Chiapas no ha sido resuelto, ni en 15 minutos ni en todo un sexenio, mientras la situación general de los pueblos indios sigue siendo, a más de 12 años del alzamiento chiapaneco, una asignatura pendiente del México oficial.
No son los señalados los únicos nubarrones. La presencia de la delincuencia organizada en diversas zonas del país ha creado regiones enteras sin ley; las corporaciones policiales locales se desmoronan bajo el poder de fuego y cooptación de los cárteles de la droga y los gobiernos estatales se ven abandonados a su suerte, frente a un enemigo dotado de armamento cada vez más poderoso y un financiamiento inagotable.
Asimismo, en el ámbito federal el deterioro institucional es más agudo que nunca, y la Presidencia de la República parece responder a dos únicas motivaciones: terminar de componer una representación del país escapista y contraria a la realidad, e imponer, a como dé lugar, su propia sucesión, independientemente del resultado, hasta ahora desconocido, que hayan arrojado las urnas el pasado 2 de julio.
La ausencia de autoridad que se reportó en todo el sexenio, ejemplificada en forma temprana cuando la figura presidencial se desentendió de la toma a mano armada de las instalaciones de Canal 40 por una fuerza paramilitar enviada por Tv Azteca "¿Y yo por qué?", preguntó Vicente Fox cuando le preguntaron si estaba dispuesto a enfrentar ese acto ilícito, es hoy más acentuada que nunca y permea la pirámide del poder. En estos meses finisexenales da la impresión de que las dependencias marchan con inercia propia en ninguna dirección específica.
Ante los diversos conflictos por los que atraviesa el país, es claro que el factor principal de contención, prudencia y preservación de las leyes y la convivencia es la conciencia de los propios ciudadanos.
Es necesario que en esta circunstancia difícil e incierta los integrantes individuales de la sociedad y las organizaciones civiles eviten toda tentación de vulnerar la paz, de infringir las leyes y de propiciar nuevos conflictos o el recrudecimiento de los existentes.
El país debe aprender, por decirlo de alguna manera, a gobernarse solo y a poner el ejemplo a su clase política, a sus funcionarios y a sus representantes, que hasta el momento no han mostrado esa capacidad.