Usted está aquí: lunes 31 de julio de 2006 Cultura A la tv le debemos ídolos falsos que se caen solos

Entrevista a IGNACIO LOPEZ TARSO ACTOR DE TEATRO, CINE Y TV

A la tv le debemos ídolos falsos que se caen solos

Afortunadamente, la fama es algo que nunca me ha pesado

En vísperas de ser homenajeado por 57 años de carrera profesional, Ignacio López Tarso recuerda con orgullo a sus maestros Xavier Villaurrutia y Salvador Novo, sus personajes y problemas que ha enfrentado en su desempeño

ANGEL VARGAS

Ampliar la imagen Ignacio López Tarso durante la entrevista con La Jornada en su casa de Tlalpan * José Carlo González

Ampliar la imagen El actor lamenta que el escenario de Bellas Artes se haya cerrado prácticamente para el teatro Foto: José Carlo González

La frase fue lapidaria: "Estás cometiendo las dos pendejadas más grandes de tu vida: querer ser actor y casarte". Ignacio López Tarso ríe hoy ante esa confrontación que sostuvo con su padre hace casi 60 años

Y, entre gestos pícaros, la única aclaración que hace es que su matrimonio fue muy feliz y sus padres quisieron mucho a su mujer. Acaso para él está por demás decir que el tiempo le dio la razón.

Igual de acertada, según parece, fue la determinación de cambiarse el nombre. Hecho que se remonta a los inicios de sus estudios de actuación, en 1949, cuando el poeta Xavier Villaurrutia le aseguró que como Ignacio López López no sólo nunca sería famoso, sino que se le dificultaría incluso llegar a ser actor.

Fue entonces que a su mente llegó uno de los tantos personajes de sus lecturas en el seminario: Saulo de Tarso, un centurión romano que logró hablar con Dios y que, con el tiempo, se convirtió en una de las grandes figuras del cristianismo: San Pablo.

Y así, desde hace 57 años se llama Ignacio López Tarso, y como tal figura desde hace varias décadas entre los más insignes actores que ha dado el país, con un vasto y diverso trabajo cultural que lo ubica como uno de los grandes valores mexicanos.

Méritos, los anteriores, por los que recibirá un homenaje en el Palacio de Bellas Artes la noche de este lunes. Con ese motivo, el maestro concede a La Jornada una larga entrevista de más de hora y media, en su casa.

"Me siento halagado y agradecido por este homenaje. También muy emocionado por regresar a Bellas Artes: es el teatro donde comencé mi carrera, aunque ahora parezca vedado para la actividad teatral; sólo se presenta ópera, danza y música sinfónica", señala.

"En 1949, cuando entré a la Escuela de Teatro de Bellas Artes, la única que existía en el país, ése era nuestro teatro. Xavier Villaurrutia fue mi primer maestro, como lo fueron también otros grandes, entre ellos ellos Salvador Novo y Clementina Otero.

"Es un teatro grandioso, uno de los más importantes y bellos de Latinoamérica. En él hice mi primer Shakespeare, una versión de León Felipe de Macbeth; también a mi primer autor griego, Hipólito, de Eurípides, dirigido por Salvador Novo. Prueba de fuego, de Arthur Miller, creo que fue la última obra que hice en Bellas Artes.

"Participé, además, en mucho teatro infantil. Recuerdo que era en las mañanas. Resultaba maravilloso ver cómo se llenaba el teatro de puros chamaquillos de primaria y secundaria."

-¿Qué representa la actuación para su vida?

-Ha sido prácticamente mi vida misma. Me ha ido muy bien, en general. Mi carrera ha sido muy interesante, porque la carrera de un actor se mide por los personajes que interpreta, y me han tocado en suerte varios de los más grandes. Desde algunos de los clásicos griegos, como Edipo Rey y Edipo en Colona, hasta gran parte de los del Siglo de Oro español.

"Digo suerte, porque claro que los he buscado, pero también han sido cuestión del azar. Por ejemplo, los primeros papeles me cayeron sin que lo esperara ni lo mereciera. Era apenas un alumno incipiente en la academia de teatro cuando me ofrecieron un Shakespeare tan grande como Macbeth y luego Hipólito.

"Oportunidades que me llegaron y que afortunadamente supe aprovechar, a pesar de que estaba muy joven e inexperto. Pero puse todas mis ganas y lo que iba aprendiendo, porque, dije, éstas no se me van.

"Y así, en teatro, he actuado gran cantidad de dramaturgos de diferentes épocas y nacionalidades. De Moliére a Arthur Miller, sin omitir a los mexicanos. Me tocó estrenar, por ejemplo, Moctezuma II, de Sergio Magaña, que es la mejor obra del teatro nacional, aunque, como siempre, habrá quien quiera desmentirme.

"He interpretado también trabajos de Vicente Leñero, Hugo Argüelles, Emilio Carballido, en fin, los mejores autores del país. Empezando mi carrera, estrené El niño y la niebla, de Rodolfo Usigli, y mi primer trofeo de teatro, un Xochipilli, se lo debo a una obra de Carballido, La zona intermedia. Por cierto, el trofeo está hecho en yeso; cuando me lo dieron me dijeron que lo cambiarían por uno de bronce; han pasado más de 50 años y aún no llega ese día."

-¿Nunca ha pensado en tirar la toalla?

-No. Siempre me fue muy bien. Aunque también hubo momentos difíciles, de fracasos en la obra, la taquilla, el reparto o problemas con compañeros. Afortunadamente se dieron muy pocas veces. En general, toda mi carrera ha sido muy grata, de muy buenos recuerdos. Tanto que los malos los he olvidado totalmente.

-¿Qué lo decidió a dedicarse a la actuación?

-Es curioso que mi primer contacto con el teatro fue cuando tenía unos ocho años. Vivía en un barrio muy bonito de Guadalajara, Analco, adonde llegó una de esas tantas carpitas que proliferaban en esa época y a la cual me llevaron mis padres. Desde que me senté, quedé fascinado. Me impactó cómo la gente se olvidó de sí durante dos horas. Pasó el tiempo y reparé muchas veces en ese recuerdo; no supe ni qué actores eran, ni qué obra, ni qué es lo que pasaba, pero lo que allí sucedió cautivó toda mi atención, y eso me maravilló.

"Años después, cuando estuve internado en un seminario, me integré a un grupo de teatro, cuyo maestro me dijo que yo era muy buen actor. Era un seminario en Temascalcingo. Nunca tuve vocación para cura, pero entré allí porque un sacerdote muy amigo de mi padre me recomendó a raíz de que la situación económica de mi casa era muy apretada y no había dinero para mandarme a estudiar a Toluca o la ciudad de México.

"Estuve allí cuatro años e hice varias obras, desde autos sacramentales hasta varios de los clásicos españoles. Fue una época en la que leí mucho, sobre todo teatro, a lo cual me aficioné. Era el lector oficial del seminario, así me cayeron verdaderas joyas de la literatura.

Saulo de Tarso

"Cuando Xavier Villaurrutia, mi primer maestro de teatro, me dijo que no podía ser actor ni tener éxito si mantenía mi nombre tal cual, Ignacio López López, porque no sonaba bien, recordé mis lecturas del seminario y decidí retomar el nombre de Saulo de Tarso, un soldado romano cuya historia me encantaba por teatral.

"Fue un centurión que habló con Dios después de sufrir una caída del caballo y que con el tiempo se convirtió en un gran santo cristiano, San Pablo. Me pareció que Ignacio López Tarso sonaba bien, lo mismo opinó Villaurrutia, y desde entonces llevo ese nombre, incluso legalmente."

-¿Cuántos papeles ha protagonizado en su vida?

-He hecho como 150 obras de teatro y películas justamente 50. Llevo 10 años sin hacer cine, porque no me he puesto de acuerdo, a veces no me gustan los personajes o me ofrecen poco dinero.

"Es verdaderamente ridículo lo que ofrecen por hacer una película. El cine mexicano anda mal, muy poca producción y, aunque algunas de las pocas películas que se hacen al año han tenido premios internacionales y han metido dinero al cine, una industria no funciona si los filmes no se pagan en su propio territorio."

-¿En cuál ámbito se siente más a gusto o más natural: el teatro, el cine o la televisión?

-Lo que me gusta es mi trabajo de actor, sea donde sea. Aunque reconozco que me inclino un poco más por el teatro. Fue lo primero que probé y es donde se aprende realmente a ser actor. El teatro le da al actor la oportunidad de hacer un personaje de principio a fin con absoluta continuidad; levantándose el telón, uno no pude detenerse por ningún motivo.

"El teatro exige al actor una disciplina muy especial que no exigen ni el cine ni la televisión, la cual consiste en reconstruir todos los días el mismo personaje. Y así sean mil funciones, el actor tiene que llegar al camerino antes de la función, encerrarse con llave para que nadie lo moleste y volver a pensar en lo que ha aprendido del personaje y la serie de resortes emotivos que necesita buscar para emocionarse y emocionar a su vez al público.

Todo es mentira, menos lo que dice el actor

"En el teatro todo es mentira, menos lo que representa el actor. Lo que dice, si lo hace con convencimiento, llega directamente al público y establece de inmediato una complicidad.

"¡Claro que a veces uno se cansa o hasta fatiga de representar al mismo personaje durante 100 o mil funciones, y llega a sentirse árido, seco, sin emociones!; pero para eso están la concentración y el esfuerzo; las tablas, pues.

"En el cine y la televisión la forma de trabajo es diferente, todo por fracciones, sin continuidad en las escenas, y el actor no tiene mucho tiempo para prepararse entre toma y toma; es muy agotador, pero me gusta mucho y me divierte. Sin embargo, lo que más me gusta y gozo, reitero, es el teatro."

-¿Cuáles han sido sus personajes más entrañables o difíciles de representar?

-En teatro, de Shakespeare, el Rey Lear; de los griegos, Edipo Rey; de los románticos, Cirano de Bergerac, un personaje hermosísimo: ¡Imagínese, un espadachín, un tipo enamorado que es poeta; qué más puede pedirse!

"De cine, me gusta mucho Macario, personaje que da el nombre a la película, la cual fue nominada al Oscar como mejor filme extranjero en 1960 y por la cual recibí en San Francisco el Premio Golden Gate como mejor actor, además de haber sido invitado a presentarla en la India, Rusia e Israel.

"Me gusta mucho también el mudo de El hombre de papel, rol que me valió recibir por segundo año consecutivo el premio Golden Gate. La recuerdo enormemente, porque me divertí a lo grande haciéndola.

"Son entrañables para mí, además, mis actuaciones en El gallo de oro, al lado de Lucha Villa; La vida inútil de Pito Pérez, Tarahumara y Los albañiles, filme que ganó el Oso de Plata en Berlín. Y de la televisión, me es grato sobre todo mi trabajo en las telenovelas históricas, en las cuales he participado en tres."

-¿Y se ha avergonzado de algún papel o actuación?

-No propiamente, pero sí he participado en verdaderos fracasos. Mi primera película, La desconocida, dirigida por Chano Urueta, por fortuna le hace honor a su nombre y es totalmente desconocida. ¡Pinche película!, es malísima, una ridiculez; el personaje era muy malo.

"Esa primera incursión hasta me puso reticente contra el cine, pero cuando me dieron personajes importantes, cuando estuve con los meros meros, con María Félix, Dolores del Río, Pedro Armendáriz, el Indio Fernández y Gabriel Figueroa, puro gallón, pues la cosa cambió y comenzó a gustarme de nuevo."

-¿Cuáles considera que son las principales diferencias entre el trabajo del actor hoy día con el que se hacía a mitad del siglo pasado?

-Algunas cosas cambian, pero el trabajo del actor es el mismo, y lo es tanto en teatro y cine como en televisión. Lo que realmente vale de trabajo de un actor es su comportamiento intelectual y emotivo, aspecto que se maneja desde hace varios siglos atrás. En ello radica la base de este oficio.

Pulir la vocación

"Para ser actor no es suficiente haber nacido con la vocación, también hay que pulirla. Es una actividad que requiere de mucha disciplina y estudio. Sólo con la práctica se logra madurar, y eso es cuestión de años. Uno debe ir al personaje, no éste a uno.

"El físico es importante, pero la base del actor es el sentimiento, el pensamiento, lo intelectual y lo emotivo. Cuando eso se consigue, uno puede vestir al personaje como le dé la gana, pues la verdad de su esencia ya está lograda.

"A la televisión le debemos la creación de pequeños ídolos falsos, que se caen por sí solos cuando no hay sustento, práctica ni vocación. Hay muchas figuras, sobre todo en Hollywood, que son famosísimas y ganan mucho dinero, pero nunca han pisado un teatro; en éste es donde se aprende y se hace uno actor.

"El éxito de muchas de esas 'estrellas' de televisión y cine es mucho de cámara, como Tom Cruise o Bruce Willis. En México, por ejemplo, Pedro Armendáriz tenía una facha increíble, unos ojos atigrados, fascinantes, y llegó al teatro con muchas participaciones en cine, pero simplemente no fue una buena experiencia para él, no le gustó, porque su carrera en el cine estaba basada en ese físico tan apantallador que tenía."

-¿Hasta qué punto es cierta esa percepción de que la vida del actor es idílica?

-Imagino que algunos actores sí han de tenerla, sobre todo los que se hacen millonarios. Es una profesión igual de satisfactoria, difícil, demandante y variable como todas las que existen.

La vanidad del actor

"Lo que sí es que el aplauso y el reconocimiento de la gente son incomparables, algo que se aprecia muchísimo. Uno como actor es vanidoso y debe reconocerse que los elogios y la fama son algo lindo.

"Afortunadamente, la fama es algo que nunca me ha pesado; aunque nunca podré compararme con Pedro Infante, a quien se le amontonaba la gente y a veces hasta lo agredían físicamente para quitarle algo, como un botón, y si era de la bragueta, mejor. Eso debe ser en verdad muy molesto."

-¿Cuál considera que es su principal experiencia o aprendizaje que le han dejado estos 57 años de trayectoria artística?

-He aprendido a ser actor, para decirlo sucintamente. Desde un principio quise serlo y me ha costado trabajo y tiempo, práctica constante; he aprendido a ser disciplinado, a ser puntual a cumplir con mi trabajo y a disfrutarlo, porque no hay otra manera de hacerlo que disfrutándolo; no funciona de otra forma.

"Una de las principales enseñanzas de Xavier Villaurrutia fue el respeto por el texto, lo mismo que por el autor, el escenario y el público, así como por el propio trabajo como actor.

"Me decía que es un trabajo que debe enriquecerse día con día, y me pedía que subiera al escenario cuando el teatro estuviera vacío, para que lo reconociera, me apropiara de él y me sintiera cómodo. Sólo así, aseguraba, uno puede lograr la autoridad para plantarse frente al público.

"Sostenía que sólo cuando se lograba que el público se interesara realmente en ver y oír al actor, entonces éste podía ya regodearse y gozar el personaje. Uno de los puntos principales que deben tenerse en cuenta en el escenario es gozar el momento y divertirse.

"Lograr realmente que sea un juego, muy serio y respetable, pero un juego, sin importar cuán tan difíciles o complejos sean los personajes. Un juego en el que te acompaña el público durante hora y media o dos horas sin pestañar y luego exploten los aplausos. No hay, en verdad, recompensa más grande."

 
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