Usted está aquí: lunes 31 de julio de 2006 Opinión Ciudad Perdida

Ciudad Perdida

Miguel Angel Velázquez

Más claro, ni el agua

Ministros en la encrucijada poselectoral

Otra vez los mariachis (mediáticos) callaron

Sólo quienes niegan con palabras lo que sus ojos gritan podrían regatear con números mañosos la voluntad ciudadana de ayer domingo en el Paseo de la Reforma, en el Zócalo, en todo el centro de la ciudad de México, durante la manifestación popular más grande que se haya visto en el país y que, se quiera o no, fue histórica.

A las tres y media de la tarde, cuatro horas después de iniciada la asamblea popular más numerosa en la vida democrática de México, salir del Zócalo era casi imposible, por el mar de gente que vino en 9 mil autobuses foráneos y 6 mil locales. Hubo apretujones, empujones, pisotones, pero por sobre todo ello hubo solidaridad. La decisión de una infinidad de personas que asistieron a defender su voto.

Las expresiones de inconformidad por los resultados de la elección del pasado día dos se miraban a cada paso. Por 16 de Septiembre, en el edificio del Club de Banqueros, los muros de tan inexpugnable centro de reunión de los señores del dinero se convirtieron en el muro de los reclamos.

Pero la gente no pintó las paredes. No se usó pintura en aerosol, difícil de quitar. Por el contrario, cada uno de los reclamos estaba escrito en cartulinas, en hojas de cuaderno, en cualquier espacio donde se pudiera expresar, en oraciones breves, punzantes, la indignación de la gente, y los pegaban con cinta adhesiva sobre las paredes color mamey que cubren la fachada del centro de reunión de los banqueros.

Mientras las televisoras, y casi toda la radio, con excepción de Radio Monitor, que dirige José Gutiérrez Vivó, que transmitió el evento en su totalidad, guardaron silencio, se excluyeron del acto político de mayor relevancia en los últimos años, y con ello a muchas más personas de esa que ayer se convirtió en una enorme fiesta de buena política.

Cerca de las cuatro de la tarde se empezó a difundir que Felipe Calderón había visitado el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación; también, que el vocero de la Presidencia, Rubén Aguilar, se había apersonado en el mismo lugar.

Las dos noticias se daban por ciertas, aunque algún noticiario decía que Aguilar había desmentido la especie; no obstante el rumor insistente, se aseguraba que la presencia del vocero había quedado registrada en el libro de visitas del organismo.

Pero nada de eso impedía que la gente empezara a organizarse para el plantón al que convocó López Obrador. Las taquerías, las torterías, los restaurantes del rumbo se llenaron de gente que ya no pensaba irse del Centro Histórico. Hubo quienes ni siquiera perdieron su lugar en la plancha de la plaza mayor de México, allí mismo sacaron su refresco, su toper con frijoles y arroz, y las tortillas que llenaban con algún guiso que traían preparado.

Felipe Calderón, y alguien más de los azules, fue a pedir al tribunal electoral que ya lo diera como triunfador de la elección presidencial, mientras en las calles del centro de México la voz de millones reclamaban el recuento de sus votos.

Es muy difícil saber a quién escucharán los integrantes del tribunal. La presión que ejerció la gente de ayer en el Zócalo, y hoy en los 47 campamentos distribuidos en el tramo céntrico del Paseo de la Reforma, nace de la percepción, o como dice López Obrador, de la seguridad de que hubo fraude en la elección.

A los juzgadores de la elección del pasado día dos se les pide, desde las calles, que se limpie y quede claro, para todos, el proceso electoral, y que no exista duda de quién debe gobernar, por voluntad de los votantes, este país.

Del otro lado, el que gritaba democracia quiere que se cancele lo que millones exigen: el recuento. Felipe Calderón seguramente tiene otras armas de presión hacia los magistrados, y desde luego no necesita de la gente. Así es la democracia.

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