Usted está aquí: lunes 31 de julio de 2006 Política Periodismo y liberación

Carlos Fazio

Periodismo y liberación

En general, comunicación remite a medios masivos. Y se nos ha hecho creer que en un mundo "globalizado" vivimos en la Sociedad de la Información. Existe, en verdad, una sobresaturación informativa. Pero, ¿quién pone los contenidos? ¿Quién controla la producción y difusión de la noticia? ¿Cómo podemos diferenciar lo riguroso y valioso de lo manipulado y superficial? ¿En beneficio de quiénes circula esa información? Como dijo Eduardo Galeano, "nunca tantos han sido tan incomunicados por tan pocos. Cada vez son más los que tienen el derecho de escuchar y de mirar, pero cada vez son menos los que tienen el privilegio de informar, opinar y crear".

No es común que la gente al abrir un periódico, escuchar una radio o elegir un canal de televisión sepa quiénes son sus propietarios, quiénes los mantienen mediante la publicidad, qué relaciones poseen con el gobierno o las empresas. En México existe un acelerado proceso de concentración de los medios. Al duopolio privado de la televisión -controlado por dos plutócratas que integran la lista de magnates de la revista Forbes: Emilio Azcárraga Jean (Televisa, Cablevisión, Radiópolis) y Ricardo Salinas Pliego (Tv Azteca, Elektra, Banco Azteca, Iusacell, Unefon)- ha venido a sumarse ahora el Grupo Empresarial Angeles (GEA), cuyo principal accionista es Olegario Vázquez Raña, dueño de los hoteles Camino Real y los hospitales Angeles. GEA controla el Grupo Imagen, que acaba de adquirir el Canal 28 de televisión, y que está integrado, además, por Imagen Informativa, Reporte 98.5 y el periódico Excélsior. Esos tres consorcios, el Grupo PRISA, propiedad de la familia Polanco de España (asociada aquí con Televisa Radio) y otra media docena de concesionarios privados controlan los medios electrónicos del país.

Según la UNESCO, la información "es un bien social". Pero esos conglomerados mediáticos responden a un capital. A los intereses de sus dueños. Para ellos la información es una mercancía. Un capital que tiene como objetivo vender productos y crear hábitos de consumo. Esos consorcios que dominan tecnologías y contenidos han convertido a los medios masivos en insaciables maquinarias para obtener mayores tasas de ganancia en el más breve tiempo. Más allá de las contradicciones intercapitalistas y la competencia, a consecuencia de la confluencia de tan poderosos intereses se ha establecido de modo tácito un "consenso mediático" que opera como una gran maquinaria de la dictadura del pensamiento único. La clase dominante marca sus posiciones político-ideológicas a través de los medios y ya no, como antaño, vía los partidos. Los medios se han convertido en un verdadero poder articulador de la plutocracia. Bajo esas condiciones, la posibilidad de expresión pública de las voces críticas y de los sectores subalternos es mínima. Y cuando lo logran, éstas son tergiversadas de manera sistemática.

El periodismo no es el "cuarto poder". Es parte del poder a secas. Forma parte de un único poder que responde a la lógica de dominación de clase, de propiedad de los medios de producción y de acumulación de la tasa de ganancia. La batalla de las ideas se sigue jugando en el terreno cultural. Lo saben muy bien quienes tienen la sartén por el mango. La "información" surge de la decisión previa de gente que piensa lo que hay que pensar y construye la "noticia" en función de sus intereses.

Por conducto de sus intelectuales orgánicos y asalariados -Enrique Krauze, Jorge G. Castañeda, los hermanos Federico y Jesús Reyes-Heroles González Garza, Pedro Ferriz de Con, Mario Ramón Beteta, Joaquín López Dóriga, Víctor Trujillo y quienes les hacen eco-, los medios crean y alimentan mitos. Su poder y su magia invisibles corroen las conciencias y percepciones.

Los "guardianes de la democracia" fomentan el unanimismo, la amnesia, el olvido. Fabrican y construyen estereotipos. Demonizan a los de abajo. Criminalizan a los sucios o impuros. Los convierten en un "peligro" para México. Los tachan de "ilegales" y "violentos", en contraposición a los "pacíficos y "legales". Transforman a las víctimas en victimarios. En la coyuntura, por ejemplo, cometieron la canallada de respaldar al embajador de Israel, David Dadonn, quien tuvo la desfachatez de asociar a quienes se solidarizaron con los palestinos y libaneses víctimas de la ocupación genocida de los neocolonialistas sionistas, en "cómplices" del "terrorismo árabe", concepción que tiene un fondo profundamente racista y fascista.

No hay periodistas "neutrales", "apolíticos" u "objetivos". Quien afirma eso miente o es ingenuo. Casos como el desafuero de López Obrador, la violencia en Sicartsa, Atenco y Oaxaca, y ahora el fraude electoral, han desnudado todo un andamiaje propagandístico mediático pro "institucional" que se sostiene en la mentira, la tergiversación y en campañas miserables de odio y de miedo. O de autoelogio y autolegitimación, como ocurre ahora con la defensa a ultranza del Instituto Federal Electoral. Pero los medios no son todopoderosos; han perdido credibilidad. Y están pasando cosas. Mucha gente recupera la palabra -que es vida, memoria, elaboración, liberación-, sale a la calle, participa de la resistencia civil pacífica y le va poniendo su verdadero nombre a las cosas. El capitalismo se llama capitalismo. El fraude, fraude. Algunos saben que el problema no es el modelo, sino el sistema. En ese contexto, la tarea de los trabajadores de la comunicación es esencial: tienen la posibilidad de romper desde adentro los filtros y las censuras, abiertas o encubiertas, mediante las cuales se des-informa, des-educa y manipula a la sociedad. No es tarea fácil. Pero se hace camino al andar.

 
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