Avenida Juárez y calle López
Ampliar la imagen José Ramón, Andrés y Gonzalo, hijos del candidato de la coalicion Por el Bien de Todos Foto: Carlos Ramos Mamahua
Ampliar la imagen Pancarta con imágenes inesperadas, en avenida Juárez, rumbo a la Plaza de la Constitución Foto: Pedro Miguel
Ampliar la imagen Andres Manuel López Obrador, en el campamento instalado ayer en la Plaza de la Constitución Foto: Carlos Ramos Mamahua
Los encargados de la nomenclatura urbana en tiempos posrevolucionarios, tan desconocidos como trascendentes, jamás imaginaron que por esta esquina -avenida Juárez y calle López-, y bajo la gran estatua laureada, una multitud enlatada en su propia determinación habría de saludar el paso del Peje con el grito de "¡Presidente!" Tal vez este punto de la ciudad no sea el único en el que se intersecan el señor López y el presidente Juárez, pero los símbolos son así: paradójicos, recurrentes, irreverentes.
Por ejemplo, Karl y Vladimir Ilich no se dieron por aludidos con la puya que Monsi lanzó a Stalin en la penúltima asamblea informativa ni se enteraron de que algunos los consideran no gratos y pasaron muy orondos, flanqueando a Flores Magón, bajo la mirada adusta de Juárez. Como era de esperar, el Benemérito guardó la compostura.
La iconografía es vasta y hubo lugar para Zapatas y Villas; en el discurso de la Poni, vista en la pantalla, cupieron Hidalgo, Guadalupe Victoria, Morelos, Lázaro Cárdenas, Rubén Jaramillo. En el del Peje hubo espacio para Madero. Los no tan despistados vendedores de camisetas seguían promoviendo al Che y a Marcos: por algo habrá sido, porque su olfato comercial no se equivoca nunca.
También tuvo cabida en este espacio, disputado para la existencia, milímetro a milímetro, por un montón de miles, el logotipo del PRI, cuya corriente Benito Juárez recordó en una enorme manta que el triunfo de la reacción es moralmente imposible. No sólo eso. Si vino uno de cada 10, uno de cada ocho, de quienes votaron por el Peje, entonces hay que precisar la frase juarista: el triunfo de la reacción, con todo e hildebrandos, es matemáticamente imposible.
Aquí nos tocó mirar, diría Cristina Pacheco, porque llegar al Zócalo fue imposible, y a 10 cuadras del corazón de la asamblea se sintió la misma asfixia que en la plaza de hace quince días. La marcha en el Distrito Federal tuvo movimientos espejo en Bizancio: se sigue debatiendo cuántos ángeles caben en la punta de un alfiler y cuántos ciudadanos se requieren para colmar toda la superficie no construida del primer cuadro. Aquí, por lo pronto, a la vista del Benemérito, y hasta sin contar los iconos históricos que desfilaron, hubo muchod más de los que caben.
Pedro Miguel