México roto
A partir de las elecciones presidenciales del 2 de julio las viejas fracturas de México se ahondaron y resquebrajaron al país en dos. Los que creen y los que no creen. Los felices y los descontentos. Los que piensan que el Instituto Federal Electoral (IFE) y Luis Carlos Ugalde son honestos y los que consideran que son deshonestos. Los que ondean las banderas por el supuesto triunfo de Felipe Calderón y los que están convencidos de que Andrés Manuel López Obrador fue víctima de un megafraude. Los que aseguran que la democracia triunfó y los que consideran que las votaciones nos remiten a nuestro origen embrionario: el sur. Los que saben que los observadores extranjeros son una farsa y los que los avalan.
Quienes hace seis años votaron contra el Partido Revolucionario Institucional, en aras del cambio y a favor de la democracia, quedan, a partir del 2 de julio y por tiempo indefinido, con un vacío inmenso y gran enojo. Vacío que alarma porque resulte lo que resulte, en caso de que se lleve a cabo el conteo de los votos, los representantes de la democracia, el IFE y Ugalde han perdido el respeto y la confianza de la mayoría de los mexicanos. Tiempos complicados los de hoy y más complicados los de mañana. El cambio de gobierno ha quedado atrapado en un impasse a la mexicana. En un callejón sin salida digno de la corrupción añeja del PRI y de los nuevos vicios de quienes nos gobiernan.
Alejado de maniqueísmos y de partidismo, lo que más preocupa es la división del país. No hay duda de que la geografía y la población quedaron fracturadas, inestables. Mientras no se cuente con el veredicto final del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación el desasosiego y la desazón serán no sólo constantes, sino riesgos reales para la estabilidad social. Cuando se conozca el resultado final, sea quien sea el vencedor, las fracturas y los sinsabores persistirán por tiempo indefinido. Tomará mucho tiempo remendarlas. Dos Méxicos es un gran peligro. Un México que cree y otro que no cree es la tónica que nos regirá durante mucho tiempo. Sepultar la transparencia de las elecciones fue un acto decimonónico. Ahondar las diferencias es una grave irresponsabilidad. No hay duda de que el IFE es el culpable. Qué tiempos, señor Ugalde, los de José Woldenberg. Dos Méxicos "nuevos" en un México de por sí ya dividido y enfermo representan un riesgo inmenso.
Obviamente es fundamental saber quién triunfó. Esa es una de las fracturas que más urge reparar. Lamentablemente, cuando se sepa quién fue el ganador la zozobra persistirá; la inquina y las dudas por la incompetencia del IFE contribuirán al descrédito del futuro presidente ante los habitantes de uno de los dos Méxicos rotos. La imposibilidad para gobernar y mejorar al país se ahondará. Esa es mi visión: llena de escepticismo, pero quizás real. No es posible en estos tiempos ser optimista. No es posible barrer hacia adelante observando cómo se desmorona el esqueleto e intentando dejar al lado los millones y millones de pesos que se gastaron en la gesta electoral.
Las otras fracturas, las que competen al IFE, a Ugalde y a Fox, son más profundas. Son las que hacen añicos los huesos. Las que requieren mucho tiempo para consolidar. Son las que nos regresan a nuestro hogar. Al sur profundo: al de las siete décadas del PRI, al de los siglos de miseria, al de la falta de credibilidad, al de Luis Echeverría, Carlos Salinas y Gustavo Díaz Ordaz. Al sur que empieza en la frontera con Estados Unidos y acaba en la de Guatemala. Al sur tan cercano y tan nuestro.