Los peligros de la multitud
La semana pasada los consejeros del Instituto Federal Electoral (IFE) se asignaron una generosa compensación por el arduo trabajo de este año electoral. El premio total es de 404 mil pesos, que deben sumarse al sueldo mensual neto de 161 mil pesos para cada consejero (el salario del consejero presidente es superior). Quizás con la ayuda de estos emolumentos los funcionarios del IFE puedan explicarnos la manipulación del PREP y otras irregularidades en la elecciones de 2006.
Pero lo importante no está en los sueldos astronómicos, sino en la erosión moral y política que conllevan. Desde su nacimiento, el IFE estuvo marcado por la absurda idea de que sus funcionarios debían ganar sueldos muy elevados. ¿Cuál era la justificación? La respuesta nunca fue explicitada, pero la que corría como ríos en época de lluvia era muy clara: de esa manera los funcionarios del IFE no serán comprados y se tendrían elecciones limpias.
En realidad, las cosas pueden funcionar exactamente al revés. Los astronómicos sueldos de unos funcionarios pueden ser un incentivo perverso a la corrupción. Con esos salarios, hay cola de aspirantes, dispuestos a todo, para ocupar el cargo. Con esos premios, lo último que quiere un funcionario es perder su puesto. Por eso no es descabellado pensar que la lógica de los astronómicos sueldos es el mejor preámbulo de la corrupción. Para que no te corrompas, te voy a corromper primero. Para que no te compren, primero te vendes.
La anacrónica visión de instituciones "democráticas" cristalizadas en instrumentos del poder es el enemigo de la verdadera razón democrática. ¿Por qué no se pudo tener un instituto electoral realmente ciudadano sin remuneraciones monumentales? Esto revela uno de los peligros de la concepción tecnológica de la democracia, en la que la multitud no es nada y el momento electoral es todo.
Sin embargo, ése no es el principal peligro de la multitud. La peor corrupción es la que liquidó la vida cívica y anuló la moral de la cosa pública. Por eso lo que está en juego hoy es la reconstitución republicana. Sí, por supuesto, en lo inmediato está el recuento de votos, casilla por casilla. Pero el reclamo de la multitud trasciende con mucho este paso inmediato.
Para entender lo anterior es importante releer las tesis de Spinoza sobre la democracia. Se trata del pensador político más radical y brillante en este tema. Su definición de la democracia pesa hoy más que nunca sobre el quehacer de la multitud: Omnino absolutum imperium. La democracia es el imperio absoluto de todos. Pero cuidado, el término "absoluto" se refiere a lo natural y lo que es eterno, no a la entelequia ideológica del poder absoluto.
La democracia no es una forma de gobierno, análoga en su esencia a otras maneras posibles de organizar lo político. Es el espacio al interior del cual cobra sentido cualquier forma de estructura política. O, en los términos de Antonio Negri, la democracia no es una forma de gobierno, sino la legitimación natural de todas las formas posibles de la organización política de lo social.
La posición de Spinoza es contraria a la eficiencia de los contractualistas, de Hobbes a Locke. También es la antítesis del proyecto de la economía política que pretende cimentar el orden social en el mecanismo de la mano invisible (la tradición fundada por Smith). En su Tratado teológico-político escribe: "De los fundamentos del Estado se sigue que su fin último no es dominar a los hombres ni sujetarlos por el miedo y someterlos a otro, sino librarlos a todos del miedo, para que conserven al máximo este derecho suyo natural de existir y de obrar sin daño suyo ni ajeno. El fin del Estado no es convertir a los hombres de seres racionales en bestias o autómatas, sino lograr más bien que su mente y su cuerpo se desempeñen con seguridad, y que ellos se sirvan de su razón libre y no se combatan con odios, iras o engaños, ni se ataquen con perversas intenciones. El verdadero fin del Estado es la libertad".
Para rescatar esta visión es preciso reconocer los peligros que rodean a la multitud. Hoy en México esos peligros están en tres niveles. Primero, en el riesgo de la corrupción de la vida política y el vacío del espacio público. Este peligro conduce a la distorsión de la democracia que se reduce a una instancia ideológica (y a un instante electoral). El segundo peligro está en el riesgo de violencia y de manipulación. La multitud debe ser inteligente y enseñar el camino de su naturaleza pacífica (que no pasiva). La multitud no tiene miedo, pero tampoco padece la arrogancia del poder. Y el tercer peligro, quizás el más grave, es perderse en la desmesura de su cantidad. Ese extravío la puede llevar al "pragmatismo" y la razón tecnológica de que entre más mejor. La multitud es una y no tiene que estar reunida en una plaza para dejar sentir su potestad. Que la multitud se pierda, con eso medra la cúpula en el poder.