Usted está aquí: domingo 16 de julio de 2006 Opinión De la canoa al Metro

Angeles González Gamio

De la canoa al Metro

Ya hemos hablado en estas páginas de los lagos que rodeaban a la prodigiosa ciudad lacustre de México-Tenochtitlán, que deslumbró a los españoles por su belleza, grandiosidad, limpieza y armonía.

De manera particular les impresionaba la cantidad de canoas que surcaban tanto los lagos como los canales que cruzaban la ciudad, cargadas con frutas, legumbres, flores, maíz, aves, cerámica y cientos de productos más.

Con ese medio de transporte los aztecas llevaron a cabo expediciones y batallas militares contra los pueblos ribereños, llegando a lejanas poblaciones, consolidándose como un poderoso imperio que, paradójicamente, finalmente fue vencido por los españoles, que les atacaron por agua, con los 13 bergantines que Hernán Cortés construyó con la ayuda de sus aliados tlaxcaltecas, y con el apoyo de seis mil canoas.

En el mismo sitio, con las mismas piedras y las mismas manos de los indígenas vencidos, se levantó la ciudad española, que iba a cegar canales para hacer calles para sus carruajes y caballos, que durante tres siglos convivieron con las canoas.

En el siglo XIX surgió la novedad de los barcos de vapor, que surcaban el canal de La Viga. En esa misma centuria llegaron de Europa los primeros coches, que en 1896 inspiraron a Alexander Byron, para construir en el país el primer automóvil. Siglo de acelerados avances tecnológicos, surgieron los tranvías eléctricos, que suplantaron a los de mulitas, que hasta esa fecha habían unido a la ciudad de México con poblaciones lejanas como Tacuba, Santa Fe, Tacubaya, Azcapotzalco, Mixcoac, San Angel y Tlalpan.

Los inicios del siglo XX vieron aparecer los primeros camiones de transporte de mercancías, y en 1912 los autobuses para pasajeros.

Cuando los capitalinos creían haber visto todo en materia de transporte, en los años sesenta del pasado siglo nació el Metro, sobre el que escribió en Excélsior, el 21 de junio de 1967, el talentoso periodista José Alvarado, una de nuestras mejores plumas, quien falleció en 1974:

"...una será la antigua Tenochtitlán anterior al Metro y otra la posterior; como una fue la ciudad porfiriana y otra es la de hoy. Y muy distintos a los de ahora serán los metrousuarios capitalinos del porvenir. El Metro cambiará no sólo el tránsito y el aspecto del burgo sino también la sicología de sus habitantes".

Esta interesante información sobre los distintos transportes que ha tenido la ciudad aparece en la revista A Pie-Crónicas de la ciudad de México, que publican trimestralmente el Consejo de la Crónica y la Secretaría de Cultura del Gobierno del Distrito Federal, cuyo número más reciente, con el sugerente título de Esquina bajan..., está dedicado al transporte en la ciudad. Comienza la revista con una crónica de Felipe Garrido, titulada precisamente "A pie", en la que concluye que es la mejor manera de ir de un lado a otro, de estar con uno mismo, de perseguir esos fantasmas que todos llevamos dentro.

El cronista Edgar Tavares hace una amena descripción de los transportes capitalinos a lo largo de los siglos. Del tranvía de mulitas platica el historiador Carlos Aguirre, y Georg Leidenberger recuerda el ferrocarril de vapor y los trenes eléctricos.

La investigadora del Colegio de México María Eugenia Negrete escribe sobre el problema de "moverse" en la urbe, con cifras espeluznantes; entre otras, la densidad de automóviles por kilómetro de vialidad.

Menciona, como comparación, a la ciudad de los Angeles, con 142 vehículos, Madrid con 256 y la ciudad de México, con 352, lo que ocasiona que sólo alcancemos una velocidad promedio por vehículo de 22.5 kilómetros por hora; a ese paso pronto tardaremos en ir del Zócalo a San Angel lo mismo que se hacía en el tren de mulitas.

En otros temas, una leyenda de la ciudad poco conocida es la que nos relata Bernardo Bátiz Vázquez, quien además de procurador de Justicia capitalino aquí se revela como un magnífico cronista.

"Fuérame dado: testimonio de la ciudad", se titula una extraordinaria crónica de Carlos Monsiváis, donde comparte recuerdos de infancia, experiencias en la preparatoria, de la vida nocturna y diversas facetas de la urbe; verdaderamente gozosa.

El librero-editor Miguel Angel Porrúa brinda sus apreciaciones en torno a la iniciativa para la Ley de Fomento al Libro y la Lectura y, como es costumbre, enriquecen el número extraordinarias imágenes de viejos archivos y otras de gran actualidad, como las de Javier Martínez, que muestran a todo color las transformaciones urbanas, con la construcción de los segundos pisos.

La revista ya está a la venta en Sanborns, Gandhi, Educal, Madero, Pórtico y El Péndulo, entre otras librerías de prestigio.

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