Usted está aquí: miércoles 12 de julio de 2006 Política Obispos mexicanos y la circunstancia poselectoral

Bernardo Barranco V.

Obispos mexicanos y la circunstancia poselectoral

En el pecado se lleva la penitencia. La jerarquía católica se muestra inquieta, como diversos sectores sociales, por la disputa poselectoral. De hecho, desde el inicio de las campañas electorales los obispos advirtieron serias amenazas a la estabilidad social. Históricamente, salvo excepciones, la Iglesia católica ha rechazado la subversión del orden social; en este proceso la mayoría de los obispos fueron razonablemente prudentes y mantuvieron un tono conciliador que contrastó con la actitud envalentonada y retadora mostrada por muchos prelados en las elecciones intermedias de 2003. Ahora fue diferente, por lo menos en el ámbito público: la moderación prevaleció. Así se refleja en el reciente mensaje de la presidencia de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), Madurez democrática, en el que se manifiesta: "La sociedad debe hacer un esfuerzo de reconciliación entre las distintas opciones políticas... Es ahora el tiempo de la concordia y búsqueda de acuerdos entre los candidatos, los partidos, el gobierno federal y los gobiernos estatales, las organizaciones civiles y toda la sociedad."

Sin embargo, algunos obispos quisieran apresurar estos momentos de incertidumbre y dar rápida vuelta de hoja a la historia de estas elecciones, proclamando el triunfo de Felipe Calderón. Por lo menos así percibimos al cardenal Juan Sandoval Iñiguez, genéticamente imbricado al panismo local. En el editorial del rotativo que él dirige, El Semanario, califica a Andrés Manuel López Obrador como un mal perdedor que puede poner en riesgo al país: "lloran como plañideras lo que no supieron ganar como hombres". Mientras el semanario de la arquidiócesis de México Desde la Fe, propiedad del empresario Vázquez Raña, determina que "no hubo irregularidades durante la jornada electoral", salvo alguna anécdota.

Si bien por la estabilidad social el episcopado mexicano se opuso al proceso de desafuero de López Obrador, es palpable la simpatía de amplios sectores del clero por Calderón, una nueva versión del candidato confesional. En lo público muchos obispos fueron discretos pero en las cañerías del subsuelo prevaleció la afinidad católica. Pese a ello, los obispos saben que el proceso electoral no está concluido y que cualquier precipitación o visible cargada clerical podría tener efectos adversos tanto a la Iglesia como al propio panista.

Una lectura cuidadosa de los mensajes, comunicados y entrevistas de la dirigencia de la CEM muestra la enorme desconfianza no sólo al descrédito de la clase política, sino a su incapacidad para generar acuerdos que generen certeza y gobernabilidad. Los obispos perciben síntomas de descomposición de un sistema que ensaya a tientas una transición democrática con actores políticos que no están a la altura de la nueva circunstancia. Dirigencias políticas cerradas y un gobierno errático. Por ello el insistente llamado a una reconciliación nacional o escenarios de catástrofe.

En un artículo comentamos que la jerarquía católica se ofrecía como instancia mediadora que favoreciera el diálogo y tendiera puentes entre los grupos en disputa. Sin embargo, algunos colegas me han hecho ver que la jerarquía de la Iglesia católica no tiene la autoridad moral, no entre la población, sino ante las dirigencias de los propios partidos, para tal propósito. No se trata sólo de la sombra del 2003, sino de las acciones de actores religiosos claves y emblemáticos de la Iglesia, que han mostrado sus inclinaciones políticas. Pese a los esfuerzos mediadores y de contención del clero de Guanajuato, monseñor Martín Rábago, presidente de la CEM, no deja de ser percibido como un prelado íntimamente ligado a Fox y al panismo. Lo mismo ocurre con el cardenal Sandoval, quien exhortó a la feligresía a no dar su voto a los candidatos que estén en favor del aborto, la eutanasia, las uniones homosexuales y la anticoncepción, en "fidelidad a la moral natural y cristiana". Es decir, la moral cristiana como criterio político electoral para definir opciones, en clara alusión al candidato perredista. El todopoderoso cardenal de Guadalajara afirmó: "Si nos dejamos llevar por mesianismos utópicos y por soluciones fáciles pero imposibles, irreales, también estamos atentando contra el futuro democrático del país". En ese mismo tenor se encuentran Emilio Berlié, Norberto Rivera y Onésimo Cepeda, este último enfrentado abiertamente a la dirigencia del PRD, cuya confrontación ha acabado en los juzgados. Probablemente Carlos Aguiar, secretario de la CEM, y Sergio Obeso, obispo de Jalapa, sean los prelados con mayor capacidad de interlocución, a diferencia de los representantes tradicionales, gastados en sus intereses con el poder.

La jerarquía se siente inquieta con la incertidumbre. La Iglesia católica, no lo debemos olvidar, es ante todo una institución religiosa cuyas acciones sociales, o incluso políticas, tienden a proteger, fortalecer y expandir su misión e intereses culturales y materiales. Si bien una buena parte de los obispos y el bajo clero se inclinan por Felipe Calderón, como un presidente católico, como una nueva oportunidad para reinsertar sus pretensiones históricas, también es cierto que otra parte del clero y de los obispos cuestionarán la continuidad del modelo y las políticas económicas que probablemente asuma Calderón. En suma, el clero simpatiza con Felipe Calderón por compartir valores morales cristianos, pero no así su proyecto económico de país; la Iglesia histórica y doctrinalmente ha cuestionado el modelo económico liberal. Paradójicamente, el clero no comparte con Andrés Manuel López Obrador muchas actitudes políticas, sin embargo mira con agrado el acento social de su proyecto económico.

 
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