Usted está aquí: miércoles 12 de julio de 2006 Opinión Nuevos golpes de Estado

Víctor Flores Olea

Nuevos golpes de Estado

Ampliar la imagen Universitarios, ayer ante la embajada de España para exigir la no intromisión del gobierno de Madrid en el proceso electoral FOTOMarco Peláez

Por supuesto, por elemental salud de la República, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) debiera admitir el recuento de voto por voto en todas las urnas. Si no se hiciera, quedaría para la historia la grave sospecha de una elección tramposamente conducida y contada, con demasiadas manchas en el camino. Y lo que es peor: quedaría el gobierno del próximo sexenio, si al final fuera a manos de Felipe Calderón, con un grave y adicional motivo de reclamos.

Ya tendrá bastantes, por los problemas objetivos del país y por las líneas de gobierno y política que asumirá, incrementados por el origen dudoso, y hasta ilegítimo de su autoridad, que será recordado incansablemente por la oposición y por buena parte de la opinión política, y por los mismos poderes públicos, comenzando por el Legislativo.

Si tuviera inteligencia, y tanta seguridad en su triunfo, el primer interesado en ese recuento detallado sería el propio Felipe Calderón. Por eso no sorprende que varios periódicos de prestigio mundial: Financial Times, de Londres, The New York Times o Le Monde, de París, hayan dicho que resulta lógico y saludable que en una elección tan competida se efectúe el recuento voto por voto. Esto ha ocurrido ya recientemente en diferentes países y la experiencia ha sido positiva.

Desde luego, no se sostiene la tesis de que la ley electoral limita las causales de la revisión de los paquetes electorales. El argumento leguleyo puede tener cierto peso en las casillas y en los distritos electorales, pero no valor restrictivo para el tribunal federal electoral, que es la instancia constitucional para asegurar al pueblo de México, más allá de ninguna duda, elecciones transparentes, objetivas y equitativas. Sus fines últimos trascienden la letra de la ley y el tribunal tiene la obligación de precisar su alcance, inclusive el espíritu de la norma. Tal es la función del más alto tribunal de la República en materia electoral. Sobre todo en este asunto absolutamente trascendental para la gobernabilidad y legitimidad de los poderes públicos de México.

Se ha llegado a este extremo, en primer término, por el manejo errático y hasta irresponsable, por no decir controlado por los intereses de los señalados ahora como ganadores, en que incurrió el Instituto Federal Electoral (IFE) en el proceso de la votación y recuento de las papeletas, por su ocultamiento y disimulo de datos que debieron ser absolutamente transparentes y anunciados a la ciudadanía con oportunidad.

A estas alturas sería casi interminable mencionar las "irregularidades" que han sido sustanciadas con detalle. Pero debe recordarse, por ejemplo, el silencio en la página del IFE del domingo y lunes de la semana pasada, de los casi tres millones de votos puestos de lado y no contabilizados. ¿Qué era un acuerdo entre partidos? ¿Por qué no advertirlo en la página del IFE? ¿O mayor número de votos para senadores que para la Presidencia, en un estado como Tabasco? ¿Manipulación cibernética? En todo caso, demasiadas preguntas sin respuesta, o con muy mala explicación, que fomentan fuertemente la desconfianza ciudadana en las instituciones electorales, y su inevitable y severa censura.

Por supuesto, la mayor censura de este proceso electoral sigue siendo su manipulación anticipada por el gobierno y los poderes económicos. Nadie en la ciudadanía ha olvidado el golpeteo sucio y obsesivo del equipo de campaña de Felipe Calderón en contra de Andrés Manuel López Obrador, a lo largo de los meses previos a la elección y con particular dureza en las últimas semanas: su simple recuerdo es indignante y causa repulsa. El dinero que se gastó rebasa por mucho el presupuesto autorizado, y aquí nos encontramos con otro de los aspectos más lamentables de la elección mexicana.

La otra descalificación mayúscula que merece el proceso electoral fue la descarada y continua intervención de Vicente Fox para descalificar a López Obrador y favorecer a Calderón. Aquí entraríamos ya en el terreno de lo que se ha llamado una "recusación abstracta" de la elección, que se refiere a una posible invalidez del entero proceso.

Muchos la han llamado ya elección de Estado, o elección del sistema de poder (político y económico), o inclusive golpe de Estado anticipado. El hecho es que nos encontramos, en esta era de la "sociedad de la información", con un fenómeno nuevo que distorsiona absolutamente los procesos democráticos. En apariencia se cumplen las disposiciones legales, en el terreno de los hechos se violentan abrumadoramente. Puede decirse: hemos entrado a una era en que los golpes de Estado son diferentes, algunos hasta podrían decir que son "constitucionales" y por la vía de los procedimientos legales, pero profundamente falsificados por los poderes "reales" de la sociedad. Golpes de Estado con mayoría de votos, pudiera decirse (evocando el siniestro ascenso de Hitler al poder por vía de las urnas).

Tal parece que en este tiempo ya no son indispensables los militares y los espadones para aterrar a la ciudadanía y consumar los golpes de Estado. La cibernética y los medios de difusión, a golpes de millones y miles de millones, parecen ser ahora suficientes, y tan contundentes como antaño. Pero eso sí, no se altera su sustancia: atemorizar a la ciudadanía e imponerle bajo amenaza el interés de los confabulados, su ideología y modo de ver el mundo. Por supuesto que el caso mexicano no es el primero: ya el mundo ha pasado por otros "ensayos generales": recuérdese la última elección española en que falló la amenaza y se revirtió su resultado en favor de Rodríguez Zapatero. El otro ensayo exitoso fue la última elección de George. W. Bush, con la ciudadanía amenazada por el "terror" internacional.

El objetivo de esta nueva forma de golpes de Estado no es tanto la "subversión" del estado de cosas, sino su mantenimiento forzado cuando peligra. Tal es típicamente el caso mexicano.

¿Triunfará en México esta nueva forma de golpes de Estado que se universaliza? En todo caso resulta repulsivo que la marioneta utilizada ahora "extienda la mano" a los adversarios. ¿Cinismo sin límite? En todo caso debiera recordarse al joven Felipe Calderón que la misma fórmula fue utilizada por un presidente mexicano que ya tramaba el asesinato del 2 de octubre de 1968.

 
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