Por Antonio Medina
Córtale
los brazos para que no mate.
Córtale las piernas para que no corra.
Entre la tropa del Ejército mexicano es común que circulen
textos como este, cánticos para los entrenamientos que al
tiempo que hacen menos monótona la tarea, les inyecta “garra”,
coraje y valor para soportar la vida militar. Las letras exaltan
la valentía del soldado y los instan a luchar y vencer la
debilidad, la mediocridad y la pereza. En los campos militares es
usual escuchar el canto común del pelotón. Las frases
se repiten con insistencia al ritmo del trote:
Sácale los ojos para que no vea.
Córtale la lengua para que no hable.
Que no quede huella de un miserable.
Valores peligrosos
Las letras de estos cánticos reivindican los valores propios
de la milicia: la lealtad, el orden, la disciplina, el respeto a
la bandera y el amor a la patria. Enaltecen la masculinidad como
un valor supremo y, particularmente, incitan a odiar al “enemigo”,
a exterminarlo:
En la isla del león dormido se escucha un lamento,
¿
de quién será?
Es un guerrillero ya moribundo que implora tener piedad
Pero a mi mente llegó un recuerdo de muchas vidas que hay
que salvar
“Esas canciones nos sirven de energía para no ser débiles
ante la vida”, comenta Israel, un joven militar de
23 años. Héctor, con apenas 19 años, explica: “No
sabemos quienes las compusieron porque son anónimas. Lo
que sí sabemos es que las han cantado otros militares que
han dado su vida defendiendo al país contra la delincuencia,
el narcotráfico o en desastres naturales, o simplemente
son las que en algún momento pudieron haber inspirado en
el pasado a grandes militares para seguir adelante”.
Al leer las letras de esas canciones, Juan Guillermo Figueroa,
académico
del Colegio de México, plantea que reflejan la verticalidad
de la institución armada y la vida cotidiana de hombres que
están sujetos a una pirámide de autoridad en donde
cada escalón debe obediencia al superior. Por otro lado,
hablan de un alto sentido de pertenencia, propiciado por el adoctrinamiento
que moldea su comportamiento, personalidad y horizonte de vida,
al
tiempo que les hace fortalecer el ideal de lo masculino por encima
de la voluntad, la salud o la vida.
Figueroa sostiene, en su investigación Identidad masculina,
equidad de género y salud reproductiva en el contexto de las
Fuerzas Armadas en América Latina, que la población
masculina que se integra a la milicia presenta características
que la hace más vulnerable a los riesgos que involucran su
salud sexual. La razón es el desarraigo de los jóvenes
militares, además de su bajo nivel de instrucción y
alto grado de pobreza, características que los hace particularmente
leales a los principios de obediencia y disciplina propios de las
instituciones militares.
Estas condiciones de vida y la formación a la que son sometidos
en la institución militar pueden generar actitudes violentas
y autodestructivas que repercuten en su salud sexual, como el consumo
excesivo de alcohol o droga y exponerse constantemente al peligro
por lograr el reconocimiento. Al mismo tiempo, el aislamiento y la
movilidad geográfica constante entre la tropa facilita que
se busque con mayor frecuencia que la población civil masculina
el sexo comercial o prácticas sexuales de riesgo con personas
desconocidas, sean del sexo opuesto o de su mismo sexo.
Sexo y riesgos = valentía
“No soy un cobarde, por eso soy militar”, refrenda Israel en
su plática con Letra S, quien en una misión sufrió un
accidente en el que casi pierde la vida. Salir a salvo le trajo
el reconocimiento de sus compañeros y superiores, quienes
durante su convalecencia en la base de entrenamiento le prometieron
que cuando
estuviera “sanito” lo llevarían con unas viejas
para saciar sus deseos sexuales.
“Una vez que me compuse me llevaron a una zona roja cerca de la base
y me contrataron una chava. Esa fue mi primera relación sexual.
Me sentí mal con mis compañeros porque realmente no
pude hacerle nada. Me cohibí, pero ellos nunca se enteraron.
Después yo solo comencé a visitar esos lugares para
tener sexo, aunque he de reconocer que en varias ocasiones lo hice
sin condón y otras muy borracho. Yo creo que cuando ya has
tenido relaciones con mujeres comienzas a madurar y te ven con más
respeto, pues antes, todos sabían que no había cogido
y se burlaban de mí, me veían como un adolescente”.
Héctor, a su vez, buscó su primera relación
sexual ya era soldado, pues antes, con su novia, no se había
dado la oportunidad. El día franco que buscó una compañera
sexual se topó con un travesti en un bar, aunque precisa: “En
el sexo yo era el activo y él realmente era como una mujer”.
Héctor no se considera gay, pero se dice liberal y sin limitaciones
en el sexo. “Mis relaciones con Perla —nombre del chico travesti
fueron también de amigos. Muchos aquí le atoran con
los gays, sea por dinero o porque les gusta. La diferencia es que
yo sí lo acepto sin problemas y otros tienen esas relaciones
en secreto”.
Para Juan Guillermo Figueroa, los varones mexicanos comparten la
misma cultura machista, pero los militares están sometidos
a un esquema de ejercicio de la masculinidad que se caracteriza por
tener una sexualidad competitiva, muchas veces violenta y vivida
como una fuente de poder y sometimiento, homofóbica y habitualmente
realizada como una obligación. Agrega en su texto citado: “Tienen
una sexualidad mutilada por centrar todo en el placer genital y esperan
ansiosamente el coito en detrimento de la prolongación o calidad
del placer”, lo que los empuja a no protegerse y proteger a
sus parejas sexuales de posibles infecciones de transmisión
sexual.
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