Católicas
por el Derecho a Decidir
La libertad de conciencia en la coyuntura electoral
La separación
entre el Estado y las iglesias es un logro indudable en el difícil
camino democrático de nuestro país, así como herencia
de una generación de mexicanos que se fue haciendo en medio
de cuartelazos, guerras civiles e intervenciones extranjeras. Indudablemente
quienes impulsaron la Reforma, como Benito Juárez, dejaron una
huella honda en el corazón de nuestro país.
Juárez, como muchas personas de su época, era un creyente
católico que no aceptaba los privilegios y las riquezas del alto
clero, contrarios al Evangelio y obstáculos para la igualdad de
las y los ciudadanos y el bienestar del país.
Desde nuestra convicción republicana, nos asumimos como herederas
y herederos de la generación de la Reforma y de Benito Juárez. Éstos
nos legaron su responsabilidad y su servicio; su confianza en el pueblo;
su lucha por separar lo religioso y lo político para evitar injusticias;
su empeño para constituirnos en un país independiente,
y sus esfuerzos por mejorar nuestras relaciones fundados en el respeto,
la ley, la igualdad y la paz.
Estamos de acuerdo con la separación entre las Iglesias y el Estado;
algunos documentos de nuestra Iglesia, entre ellos el Concilio Vaticano
II, el Código de Derecho Canónico y la primera encíclica
del papa Benedicto XVI, así como muchísimas católicas
y católicos, aprobamos la separación entre las Iglesias
y el Estado. Reconocemos que esta división es sana porque ayuda
a distinguir lo religioso de lo político.
Unas tareas son la misión y la competencia de la Iglesia y otras
las del gobierno y las de los partidos políticos (Gaudium
et spes 76). La Iglesia no sustituye al Estado ni pertenece a ningún partido
político (Encíclica Deus caritas est, 28 a y 31 b). (Cfr.
Código de Derecho Canónico, Canon 287 No. 2).
En materia religiosa se debe respetar la libertad de conciencia (Dignitatis
humanae 2). Debe evitarse que la igualdad jurídica de la ciudadanía
sea lesionada por motivos religiosos; el poder público no puede
imponer ni impedir opciones religiosas (Dignitatis humanae 6). La sociedad
debe protegerse contra los abusos cuyo pretexto sea la libertad religiosa
(Dignitatis humanae 7).
Los y las católicas pensamos que la separación entre las
iglesias y el Estado ayuda a nuestra Iglesia Católica a: Colaborar
con la paz social. Reconocer que hay otras Iglesias y que ninguna está por
encima de las demás, todas son iguales y valiosas ante la ley
y ante Dios. Dejar de intervenir en asuntos de Estado y en políticas
públicas dirigidas a toda la población. Reconocer que sus
miembros, como creyentes y ciudadanos, tomamos diferentes decisiones
morales, sexuales, reproductivas, políticas y partidarias, y que
ellas no nos alejan de nuestros derechos ni de Dios.
Estar vigilantes para que nuestra jerarquía no se desvíe
de su misión eclesial, no traicione el Evangelio alejándose
de la vida concreta de la comunidad de fe ni establezca compromisos políticos
con ningún gobierno, candidato o partido político. Vivir
la democracia que pedimos a otros mediante el respeto de los derechos
de la feligresía, el incremento de su participación real
en la toma de decisiones –como la elección de nuestros obispos –,
la rendición de cuentas de la autoridad, el reconocimiento de
la libertad de conciencia y de expresión, por ejemplo.
En estas elecciones hicimos un llamado a nuestra Iglesia a respetar las
leyes en materias electoral y religiosa, y en especial a la mayoría
de nuestros obispos para que vivan sus palabras.
Este
Artículo fue elaborado con información del número
8 de la Hoja Dominical Informativa libertad de Conciencia del Observatorio
Eclesial y Católicas por el Derecho a Decidir.
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