ENTORNO TECNOLOGICO
Renace la revolución verde
En 1943, la fundación Rockefeller y la Secretaría de Agricultura de México decidieron financiar a Norman Borlaug (procedente de la Universidad de Minnesota) un programa para la obtención de variedades de trigo de alto rendimiento capaces de resistir el hongo llamado roya de los tallos. Se establecieron dos estaciones experimentales separadas entre sí 10 grados de latitud y con una diferencia de altitud de 2 mil 600 metros.
El desarrollo simultáneo de las variedades en estos dos ambientes permitió acortar a la mitad el tiempo medio de mejora, pero además las variedades obtenidas resultaron aptas para gran variedad de climas y suelos, algo que hasta entonces se tenía por imposible.
Las primeras variedades del programa eran de hecho tan productivas que la gran cantidad de grano hacía que el tallo se doblara y rompiera bajo su peso (fenómeno de "encamado"). Los investigadores entonces buscaron derivar de éstas otras variedades de tallo más corto, cosa que lograron tras hibridarlas con una variedad enana japonesa (Norin 10). Además, los genes de enanismo suministraban un efecto sinérgico adicional sobre la productividad: incrementan el rendimiento en grano a expensas del resto de biomasa, y resisten más los daños por viento y lluvia.
Se obtuvieron, pues, variedades resistentes a la roya, de tallo corto, que evitaban el encamado, y de alto rendimiento bajo condiciones adecuadas de irrigación y de abonado. En cuanto a rendimientos se había dado un paso de gigante, ya que se pasó de las previas 0.75 toneladas métricas por hectárea a 8 toneladas. El centro mexicano fundado por Borlaug se denomina Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (Cimmyt), y a Borlaug se le concedió el Premio Nobel de la Paz.
La mejora del maíz había comenzado antes, en los años 20 y 30, por la empresa Pioneer Hi-Bred (Estados Unidos), al facilitar la obtención de maíces híbridos (dotados del fenómeno de vigor híbrido debido a la heterosis). Los híbridos dobles (procedentes del cruce de dos híbridos sencillos) y la esterilidad masculina (que eliminó el engorro de cortar a mano la flor para evitar la polinización autógama) facilitaron la obtención y abarataron los costos.
Recientemente un grupo de investigación del británico Centro John Innes ha descubierto la base molecular del enanismo de las plantas de la "revolución verde". En una demostración más del poder analítico de la nueva genética, estos científicos han descubierto que los alelos que confieren el fenotipo del enanismo en trigo y en maíz son homólogos del gen GAI de la planta modelo Arabidopsis thaliana, y que todos ellos determinan una proteína que hace que las plantas sean menos sensibles a la hormona de crecimiento denominada giberelina.
La introducción de los trigos y arroces de la revolución verde fue en buena parte la causante de que la producción de grano se incrementara anualmente una media de 2.1 por ciento entre 1950 y 1990, lo que supuso casi triplicar las cosechas, sin apenas variar la superficie cultivada. En el tercer mundo el impacto de las nuevas variedades (asociado a las correspondientes prácticas agrícolas) fue enorme, sobre todo en India, Pakistán, China y países de Latinoamérica. Algunas de estas naciones pasaron de importadoras a exportadoras de grano.
Hay que reconocer que la revolución verde ha sido un factor esencial para evitar hambre en el mundo. Se considera que el aporte energético mínimo por persona es de 2 mil 200 calorías por día. Según la FAO, en los años sesenta 56 por ciento de la población mundial vivía en países con menos de esa cifra, mientras que a mediados de los 90 ese porcentaje había caído a sólo 10 por ciento, y eso a pesar del aumento demográfico y de los conflictos bélicos en muchos de esos países. Pero aun así actualmente la malnutrición afecta a 2 mil millones de personas, y hay 800 millones que pasan hambre en verdad. Aún quedan amplias zonas, especialmente en Africa, en las que el hambre es endémica.
Africa es el único continente que aún no se ha beneficiado de la revolución verde, por lo que según Borlaug habría que hacer esfuerzos allá. En 1972 se creó el Icrisat (instituto especializado en cultivos de zonas semiáridas), con sede en Hyderabad (India) y centros en Africa.
Borlaug y el ex presidente estadunidense Jimmy Carter, financiados por el filántropo japonés Ryoichi Sasakawa, pusieron en marcha en 1986 la iniciativa Sasakawa Global 2000, que a través de estudios pilotos está intentando demostrar la viabilidad del éxito de estas tecnologías en los países subsaharianos, adaptándolas principalmente al mijo y el sorgo.
En 1991 salieron las primeras variedades de sorgo de mayor rendimiento. Otro problema que se está encarando es la gran pérdida de cosechas debidas a las plantas parásitas del género Striga, responsable de pérdidas hasta de 40 por ciento. Sin embargo, la inestabilidad política en numerosos países africanos, junto con las malas infraestructuras de transporte y comercialización, es una limitación que habría que remover cuanto antes. Desgraciadamente, la mayoría de estos países no pueden hacer grandes esfuerzos inversores, debido a las políticas restrictivas impuestas por el FMI.
El acceso al agua es uno de los principales factores limitantes. Las mismas prácticas agrícolas recientes hacen gran uso de agua. Entre 1961 y 1996 las zonas irrigadas pasaron de 139 a 263 millones de hectáreas, permitiendo el cultivo de regiones áridas y las cosechas múltiples en climas monzónicos. En la actualidad, 40 por ciento de la producción mundial de alimentos procede de tierras irrigadas.
Los niveles freáticos están disminuyendo en todos lados, principalmente el medio oeste y suroeste americano, la cuenca mediterránea, India y parte de China. El ritmo de consumo está muy por encima del de recarga de los acuíferos.
En 2025 podrían ser 3 mil millones de personas las que carecieran de agua para usos esenciales, por lo que es iluso pensar que se puedan seguir ampliando indefinidamente los regadíos. Además, ya se está utilizando casi todo el terreno cultivable sometido a régimen de lluvias.
La irrigación ha causado daños ambientales, principalmente por acumulación de sales tóxicas en terrenos mal drenados. Los futuros proyectos de irrigación serán cada vez más caros, hasta que sean económicamente inviables, incluso con financiación pública. Para 2025 casi 40 países (incluyendo India, China y casi toda Africa) tendrán serios problemas de aprovisionamiento de agua, con el riesgo de que intenten cultivar terrenos marginales que serán dañados a corto plazo.
Conforme se intensifique la escasez de agua se irán acentuando los problemas de reparto entre distintos sectores (la agricultura consume actualmente 70 por ciento, la industria 20 por ciento, mientras que el 10 por ciento restante es para consumo humano y residencial).
La revolución verde no afectó a numerosas plantas de cultivo de las que dependen numerosas poblaciones del tercer mundo: plátanos, batatas, ñame, mandioca, etcétera, y que constituyen cultivos de subsistencia de pequeña escala y minifundios. La agricultura de subsistencia, practicada sobre todo por mujeres, mantiene a mil 400 millones de personas pobres, y produce entre 15 y 20 por ciento del suministro alimentario global.
Por ahora, la nueva ingeniería genética agrícola, centrada en la transferencia de uno o dos genes, es un enfoque limitado y a corto plazo, del que se están beneficiando sobre todo grandes trasnacionales, y que ha dado lugar a un amplio debate social. Está por ver si este enfoque aún reduccionista es capaz de integrarse en una agricultura al servicio de los más desfavorecidos y de la sustentabilidad ambiental.
Sin embargo, la biotecnología moderna es mucho más que las plantas transgénicas que las trasnacionales están poniendo en circulación. Las técnicas de ADN recombinante y la actual caracterización del genoma de las plantas cultivadas y de las silvestres constituyen un pilar esencial de los planes a largo plazo para las mejoras agrícolas del siglo XXI. Para romper el actual "techo" de productividad habría que "rediseñar" de manera radical las plantas de cultivo, objetivo que se ve aún lejano.
Por ejemplo, se empieza a encarar la manipulación genética del mecanismo de apertura y cierre de los estomas. En climas secos, sería conveniente que los estomas se pudieran cerrar más eficientemente, con objeto de que la planta perdiera menos agua y se pudiera incrementar la fotosíntesis. En los suelos encharcados y climas húmedos, habría que lograr lo contrario, dejando más tiempo los estomas abiertos. Se están buscando caminos para ello mediante la manipulación del metabolismo del ácido abscísico, que rige el cierre de los estomas.
La manipulación directa de la fotosíntesis es una tarea tremendamente difícil, por la cantidad de genes implicados y su complejo control. No sería extraño que tal objetivo quedara permanentemente fuera de nuestro alcance actual en biotecnología.