La encrucijada y la inteligencia
Si la democracia es fundamentalmente tierra de todos, por su apuesta tolerante e incluyente, la elección democrática es tierra de nadie. Allí donde los caminos de todos se cruzan surge la duda y la incertidumbre individual sobre cuál será el mejor rumbo a tomar. Y, naturalmente, sobre cuál es el rumbo que decidirá la mayoría de los ciudadanos.
No es casual que en las encrucijadas aceche la esfinge del tebano para amenazarnos con enigmas. Las encrucijadas nos obligan a detener el paso y, al mismo tiempo, son una invitación a continuarlo.
Después de que elegimos un destino en un cruce de senderos, las encrucijadas vuelven a convertirse en lugar de paso y en el sitio de encuentro en que otros, por distintos motivos o por otros similares a los nuestros, optaron por igual camino.
No es casual que en esos lugares de incertidumbre los griegos dialogaran con los muertos, con sus contemporáneos y con los símbolos de su destino. Tampoco que la duda nos obligue a pensar. Por cierto: me agrada la idea de que Edipo venciera a la esfinge sólo con la inteligencia. Ojalá ésta sea el instrumento esencial el 2 de julio.
Comparada con la democracia inglesa, la cultura democrática en nuestro país es joven. Hace apenas cien años el poder se imponía de manera cotidiana con la fuerza de las armas y hace poco más de tres décadas la tentación autoritaria reprimió, de manera brutal, a un grupo de jovenes estudiantes que exigían cosas tan básicas que cualquier conservador de nuestros días no dudaría en aceptar.
Aún persisten viejas formas del poder autoritario que surgen en los sitios más inesperados: en los hogares, las fábricas, las oficinas e inclusive en la plaza pública. La intolerancia es uno de esos signos negros que debemos extirpar y que, por desgracia, la pasión electoral ha encendido en nuestros días. No olvidemos que la pasión es corta de palabras y de entendimiento y está presta, las más de las veces, para actuar.
La propaganda política en general busca poner nuestros ojos en otras partes y no en los lugares donde en realidad están sucediendo las cosas, como escribía George Orwell. Y su intrumento básico es el ajedrez de las pasiones.
Escribí líneas arriba que nuestra democracia aún es joven, pero, con todas sus imperfecciones, garantizará, estoy seguro, una jornada electoral sin mayores contratiempos. Al escribir esto último no pienso sólo en los actores políticos ni en las instituciones que tienen el deber de garantizar este proceso, sino también y fundamentalmente en los ciudadanos, en aquellos que en 2000 acudieron a las urnas y hoy lo volverán a hacer.
Ellos, nosotros, todos deberemos elegir cuál sera el rumbo político del país. Después de la encrucijada del 2 de julio también todos deberemos con buen paso y confianza colaborar para construir un mejor país. Necesitamos valernos de la inteligencia en el momento de votar y también en los días por venir.