Usted está aquí: miércoles 28 de junio de 2006 Política Bajo la Lupa

Bajo la Lupa

Alfredo Jalife-Rahme

Alianza energética Rusia-Irán: ¿nueva "OPEP del gas"?

A fortiori, es improbable que las petroleras anglosajonas, que controlan a sus respectivos regímenes irredentistas, sean sacadas del juego gasero global sin inmutarse. Por lo menos, venderán muy cara su evicción euroasiática

Ampliar la imagen El presidente ruso, Vladimir Putin, durante una reunión con diplomáticos, ayer en Moscú Foto: Reuters

Ampliar la imagen Aspecto de los trabajos de tendido del gasoducto al Báltico, cerca de Boksitogorsk, unos 300 kilómetros al oriente de San Petersburgo; la construcción de este ramal se inició en diciembre pasado Foto: Ap

En vísperas de la cumbre del G-8 en San Petersburgo, que tiene como prioridad temática la solución (sic) de la crisis energética mundial, Igor Tomberg devela que "Rusia e Irán, los dos más importantes productores de gas del mundo, concluyeron un acuerdo estratégico que defiende sus intereses comunes, así como los de Pakistán, India, y probablemente también los de Turkmenistán y China" (Red Voltaire, 23/06/06).

Igor Tomberg pertenece al solvente Centro de Estudios Energéticos de la Academia de Ciencias de la Federación Rusa, quien hace hincapié en que "por ahora, el futuro económico de una buena parte de Asia parece estar asegurado, cuando el de Estados Unidos, y en menor medida el de Europa occidental, se encuentra amenazado (sic)".

Según Igor Tomberg, el acuerdo binario entre Rusia e Irán se concretó al margen de la cumbre del Pacto de Shanghai (ver Bajo la Lupa, 18 y 25/06/06), mejor conocida como la hexapartita Organización de Cooperación de Shanghai (OCS-6), que subsume un "Yalta gasero en Eurasia", lo cual significa el "reparto entre los dos principales productores mundiales de gas natural: Rusia abastecerá a Europa, mientras Irán venderá su gas a India y Pakistán".

Tangencialmente a la cumbre del Pacto de Shanghai, que tomó un vuelo inusitado, el zar ruso Vladimir Putin anunció que Gazprom, la segunda trasnacional mundial detrás de la petrolera estadunidense Exxon-Mobil, se haría cargo de la construcción del gasoducto Irán-Pakistán-India desde el punto de vista financiero y técnico, lo cual representa una bofetada en pleno rostro al obstruccionismo del belicoso régimen bushiano, que buscaba su torpedeo mediante fuertes presiones y chantajes a India y Pakistán, como si estos países deseasen su propia perdición masoquista.

La jugada magistral de la teocracia chiíta iraní, que posee la segunda reserva de gas mundial detrás de Rusia, saca de quicio a Estados Unidos mediante un gasoducto que había planeado hace 10 años para conectarse con Pakistán e India a lo largo de 2 mil 775 kilómetros (casi la transfrontera entre Estados Unidos y México), a un costo de 7 mil millones de dólares y que será concluido en los próximos cuatro años. Los indigentes energéticos India y Pakistán recibirán primero 35 mil millones de metros cúbicos de gas; esta cifra se duplicará cinco años más tarde. El proyecto en su totalidad estará bajo la custodia de Gazprom, que ha comenzado a expandirse a escala planetaria como el principal brazo armado energético de Rusia.

Con el reparto geopolítico del gas en Eurasia entre Rusia e Irán, podrían salir beneficiados tanto India como Pakistán, pero también China cuando el gasoducto estratégico Irán-Pakistán-India sea prolongado a la provincia china de Yunnan, a juicio de Igor Tomberg, quien aduce que los "riesgos políticos del proyecto han disminuido sensiblemente (sic)".

Sin duda, constituye una hazaña épica digna del Maharabatha hindú que un gasoducto ruso-iraní reconcilie los intereses futuros de India y Pakistán, pero quizá Igor Tomberg peca de candidez extrema cuando desestima la capacidad de daño letal de la pérfida dupla anglosajona Bush-Blair, que puede descarrilar el proyecto en cualquier momento.

A nuestro entender, la falla del análisis trascendental de Igor Tomberg radica en que borda la expansión de las redes de Gazprom sin tomar en cuenta el muy previsible obstruccionismo anglosajón: "la unificación de las redes de transporte de gas ruso e iraní permitirá que Gazprom participe en la administración de la casi totalidad el sistema de gasoductos asiáticos", que integraría el "existente gasoducto entre Turkmenistán e Irán". Su optimismo es desbordante: "seguirá Asia central, lo cual resultará en un mercado del gas que reunirá a Turkmenistán, Irán, Pakistán, India y China". ¡Nada más!

Por conveniencia coyuntural, los estrategas rusos desestiman la creación de una "OPEP del gas" (que sumaría a Libia y Argelia) para no provocar oleajes en vísperas de la cumbre del G-8 en San Petersburgo. Pero llama la atención que el tema se encuentre en el aire: "¿Se perfila una nueva OPEP?" (Stephen Boykewich, The Moscow Times, 22/06/06), y que merece ser elucidado en el futuro.

Dicho sea con humildad de rigor, desde septiembre de 2002 ya habíamos explorado tal perspectiva, "¿Una OPEP del gas?", en nuestro libro Los 11 frentes antes y después del 11 de septiembre: una guerra multidimensional (Editorial Cadmo & Europa, 2003): "Es evidente que existe un traslado (shifting) paulatino de la utilización de petróleo al gas, más barato y menos contaminante que el anterior, al que muy bien podría sustituir en la próxima década. Este evento, inocuo en apariencia, está afectando toda la geopolítica energética desde el golfo Pérsico, pasando por el mar Caspio, hasta Siberia (...) Las relaciones de Rusia e Irán, respectivamente primera y segunda potencias gaseras globales, provocan cefaleas a cualquier analista superficial".

En ese momento no se detectaban los alcances de la alianza gasera ruso-iraní que dejó crecer la dupla anglosajona Bush-Blair debido a sus catastróficos errores en Irak, y que tampoco los europeos continentales supieron evitar. Hay que reconocer que, después del irredentismo anglosajón en los Balcanes en 1998, aquel "triángulo geoestratégico" (entre Rusia, China e India), que había vislumbrado el dirigente ruso Evgeny Primakov, ha funcionado más de lo previsto en términos gaseros y ahora ha incorporado a su seno a Irán.

Igor Tomberg sopesa correctamente que Rusia saca ventaja de que un "competidor potencial" en el ámbito gasero como Irán "dirija sus recursos hacia el este, lo cual disminuye sensiblemente (sic) la oportunidad para que los europeos diversifiquen sus fuentes de abastecimiento", y festeja que Rusia implemente "su propia estrategia de diversificación de crear mercados. Un golpe magistral geopolítico en vísperas de la cumbre del G-8 de San Petersburgo".

En esta línea de pensamiento, ¿por qué Irán no habría de diversificar a su vez la venta gasera a Europa, y hasta a Estados Unidos? Una cosa es la ostpolitik (política hacia el este) de Irán, y otra su westpolitik (política hacia el oeste), que aún no ejercita, así como Rusia vende profusamente su gas a Europa y hasta a la dupla anglosajona de Estados Unidos y Gran Bretaña. Falta ver cómo se acomodarán los intereses energéticos europeos y estadunidenses con la teocracia iraní.

Lo que sí es relevante es que Irán "no desea competir con Rusia" en el ámbito gasero, sino más bien "coordinar sus actividades en el mercado mundial, que incluyen la política de precios y transporte. La alianza gasera ruso-iraní podría llegar a controlar 43 por ciento de las reservas mundiales probadas y definir (sic) en el largo plazo los principales parámetros de desarrollo del mercado euroasiático y mundial", según Igor Tomberg.

A fortiori, es improbable que las petroleras anglosajonas, que controlan a sus respectivos regímenes irredentistas, sean sacadas del juego gasero global sin inmutarse. Por lo menos, venderán muy cara su evicción euroasiática, lo cual, en un descuido, puede llevar a una tercera guerra mundial en el perímetro del triángulo geoestratégico del mar Negro, mar Caspio y golfo Pérsico. Es más complicado de lo que destila el cándido optimismo de Igor Tomberg.

 
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