Usted está aquí: sábado 24 de junio de 2006 Ciencias Tormenta en Nueva Zelanda, origen del fuerte oleaje que afectó América

Las olas gigantes alertaron en días pasados a México, El Salvador y Perú, entre otros países

Tormenta en Nueva Zelanda, origen del fuerte oleaje que afectó América

El fenómeno ocurre cada año en las costas del Pacífico, explicó Artemio Gallegos, investigador de la UNAM

Hay irresponsabilidad del gobierno al desatender la observación de los puertos, consideró

TANIA MOLINA RAMIREZ

Una gran tormenta en Nueva Zelanda provocó las olas gigantes que azotaron costas mexicanas, centroamericanas y sudamericanas del océano Pacífico en esta semana.

Las olas cruzaron desde Oceanía hasta lamer la tierra del continente americano.

El oceanógrafo físico Omar Lizano, del Centro de Investigación en Ciencias del Mar y Limnología, de la Universidad de Costa Rica, escribió, en respuesta electrónica a una consulta de La Jornada, que el fenómeno "se originó en tormentas ocurridas en el océano del Sur, que desde abril (hacia el invierno en el hemisferio sur) nos empiezan a mandar oleajes desde tormentas que se abren al Pacífico una vez que salen de Nueva Zelanda. Esta última fue de gran energía y con periodos muy altos (oleaje de rompimiento fuerte sobre la costa), lo cual produce apilamiento de agua sobre la costa, y que cuando está la marea alta (no ha sido una de las más altas, pero sí es alta en relación con otras) produce impactos costeros, como los que se han reportado".

Julio Sheinbaum, oceanógrafo del Centro de Investigación Científica y de Educación Superior de Ensenada, explica que se trata de "mar de leva".

Estas olas son creadas por una tormenta tropical, acompañada de vientos muy fuertes -explica Artemio Gallegos García, investigador del Instituto de Ciencias del Mar y Limnología, de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en entrevista telefónica.

La tormenta levanta olas de 10 a 15 metros, que conforme avanzan pierden altura pero se hacen más anchas, "de cresta a cresta pueden medir hasta un par de kilómetros. Casi no se ven, no son de gran altura, pero llevan determinado ritmo".

Estas olas gigantes, también conocidas como mar boba, "son ondas muy largas, con movimiento lento pero periódico: cada medio minuto, cada 40 segundos, suben y bajan", dice Gallegos García. Estando en el mar, en un barco, "sólo se observan cuando casi no hay oleaje".

Estas olas tienen una latitud pequeña, pero "mueven grandes cantidades de agua, y por eso tienen ese efecto al llegar a una bahía".

Al acercarse a la costa, las olas chicas se montan sobre esta ola grande, la cual puede "alterar la bahía".

Gallegos García ilustra "los modos normales de la bahía": tenemos una tina. Con la mano agitamos el agua. Si movemos la mano muy rápido nos salpicamos. En cambio, si movemos la mano con ritmo, aunque no sea con mucha energía, podemos impulsar el agua fuera de la tina, como ocurre con las enormes olas.

Hay distintas formas de tinas. "Cada forma, según el contorno, acepta cierto ritmo de la mano".

O sea, el agua se derramará dependiendo de la tina y del movimiento del agua; de la misma manera, la forma de la bahía y el oleaje determinarán cómo entra el agua a tierra.

"Irresponsabilidad" gubernamental

En estos días, los oleajes han afectado diversos sitios de las costas americanas. En Centroamérica, las olas gigantes llegaron a Guatemala, Honduras, Nicaragua y El Salvador, y provocaron la evacuación de cientos de personas. En El Salvador, las olas alcanzaron hasta seis metros. En Perú hubo "oleajes anómalos de fuerte y mediana intensidad".

En México, las marejadas del lunes pasado llegaron a Guerrero, Oaxaca, Michoacán y Chiapas. Provocaron el desalojo de cientos de pobladores y turistas.

Gallegos García explica que se trata de un fenómeno que ocurre cada año en esta temporada (a veces con mayor fuerza) en las costas del Pacífico.

Si bien es difícil prever este tipo de olas, "debería haber observación en los puertos, para registrar el impacto de estos fenómenos". Deberíamos tener "registros visuales, grabaciones con fecha, tiempo y lugar", sobre todo "en los puertos con navegación importante.

"Se debe observar sistemáticamente, así como se observan los coches que se pasan los altos. Si aquí lo usan para multar choferes, no veo por qué no hacerlo con el mar. En comparación con los daños que causa, los costos son migajas."

El investigador denuncia que "es una irresponsabilidad cómo el gobierno desatiende la observación sistemática. En otros países hay sistemas de registro. Con los años tienen estadísticas y pueden llegar a advertir estos fenómenos.

"De manera estadística, se podría decir 'estos son los lugares más afectados; en tales no conviene construir, etcétera'", considera Gallegos García. Si se construyen instalaciones cada vez más cerca del mar "tendrá que haber una respuesta; al mar nadie lo detiene", concluye el investigador.

 
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