Usted está aquí: sábado 24 de junio de 2006 Política A votar

Arturo Alcalde Justiniani

A votar

Yo voto porque no se vote, prefiero ser un cero muy a la izquierda", escribía el poeta y filósofo Enrique González Rojo en plena época del unipartidismo. Se trataba de una posición política que denunciaba el autoritarismo de un sistema electoral inequitativo, en el que la oposición, en especial la que asumía una visión progresista, no tenía posibilidad alguna de acceder al poder. Después de un proceso lento y complicado de reforma y apertura política, en 2000 los mexicanos optamos por la alternancia en la Presidencia de la República, votando contra el viejo partido de Estado.

En ocho días acudiremos nuevamente a las urnas a resolver temas más cercanos a la gente, a nuestra vida cotidiana y decidiremos el contenido de las políticas públicas. Esta elección es una oportunidad de lograr un país más equitativo y un gobierno más austero y eficiente; de suprimir privilegios que han reducido nuestra capacidad competitiva, y de impulsar verdaderas reformas basadas en las necesidades de la población.

Es cierto que la fuerza mediática puede confundir nuestra última decisión. Hemos presenciado una feria de manipulaciones que pretenden hacernos olvidar el pasado y ocultar el presente; alimentar temores y desconfiar de todas las opciones. Lo peor que nos puede pasar hoy es que la opinión ciudadana no se exprese y que más tarde se hable en su nombre sin que los ausentes tengan posibilidad de defensa. En el contexto de la actual elección, la abstención se convierte en la parte más oscura del proceso en la medida en que no queda claro cuáles son sus motivaciones. Aquellos que no votan porque consideran que con su omisión logran una protesta política deberían advertir que ocurrirá exactamente lo contrario. Al no votar se otorga más fuerza al voto duro, al voto de los aparatos partidarios, al voto cautivo, producto del control corporativo.

Votar tiene un sentido igualitario de gran trascendencia, a pesar de las limitaciones con que un gobierno asume el mando del Estado, debido a sus compromisos prestablecidos. Lo mismo vale el voto del empresario encumbrado, del intelectual destacado, del máximo jerarca religioso, que el de un campesino u obrero; al momento del conteo los votos se suman igual. Lograr que la población vote en favor de su propio interés acreditaría su capacidad de elección y desmentiría el supuesto de que, como afirman algunos analistas, la mayoría empobrecida es "ineficaz políticamente". En una sociedad cuyo principal problema es la inequidad es fundamental cambiar las reglas del juego, pero eso no será posible si los que pueden ganar con el cambio se abstienen de votar.

Un solo voto tiene una repercusión de varias bandas, dependiendo del sector al que pertenezca. Conviene recordar que hoy 85 por ciento de mexicanos ganan menos de cinco salarios mínimos; que la mitad de la población no tiene empleo protegido y que por lo menos 90 por ciento de los trabajadores están impedidos de asociarse con libertad y democracia. Por esta razón se afirma que podemos elegir al presidente de la República, pero no designar al secretario general de nuestro sindicato. Si volteamos hacia las distintas regiones de nuestro país confirmaremos que continúan, si bien a través de formas más sofisticadas y en ocasiones encubiertas por una supuesta legalidad, los esquemas de corrupción y control de antaño. Ahí están como muestras el saqueo a los bosques, el control privado de las aguas, el apoyo incondicional a los banqueros y las viciadas formas de representación política y partidaria.

Las reformas legislativas se han orientado a favorecer más a los pequeños grupos que al conjunto de la población. Simplemente recordemos el caso de las Afores, el intento de aprobar la ley Abascal o el grave despojo que la aprobación de la ley Televisa ha significado para todos los órdenes de nuestra vida social y las futuras generaciones.

Suele afirmarse que debemos votar en favor de las mejores propuestas. Es una verdad a medias, porque muchas de ellas se elaboran con el único fin de atraer el voto, pero más tarde se olvidan. Convendría voltear hacia atrás y revisar quién ha cumplido sus promesas; qué legisladores coincidieron más con los derechos de los ciudadanos, las obligaciones de las corporaciones, el fortalecimiento de la ciencia y la tecnología, el desarrollo educativo y la preservación del medio ambiente. Preguntémonos quiénes han defendido los intereses de campesinos, obreros, clase media, migrantes, pequeños y medianos productores. Buena parte de la inequidad actual deviene de redes de influencia y corrupción que operan en la estructura de los poderes político, financiero y comercial. La acumulación excesiva de riqueza y la desigualdad impiden el crecimiento económico sostenido y afectan nuestro papel competitivo en el mundo. Si bien no de la noche a la mañana, estas reglas pueden modificarse votando en favor de un cambio verdadero, en una jornada electoral en la que, como nunca antes, todos los intereses han salido a flote.

No cancelemos la oportunidad de ejercer la ciudadanía política plena que nos permita vivir en un país más justo, responsable, productivo y con mecanismos más equitativos en la distribución de sus beneficios. Incluso si gana la mejor opción se requerirá de un gran acuerdo político nacional, del que tendrán que emerger finalmente la postergada reforma del Estado y un nuevo pacto social.

Por eso es tan importante que la concertación la encabece un gobernante que no tenga las manos atadas. El próximo 2 de julio tenemos la oportunidad de vivir una nueva alegría ciudadana al saber que estamos construyendo un mejor país para nuestros hijos. Por ello es fundamental participar. Hoy la abstención ya no es un acto de rebeldía.

 
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