El hijo desobediente
Leer la aburridísima vida del candidato oficial de El Yunque, el panista Felipe Calderón, puede proporcionar una terrible idea del siniestro futuro augurado al país en el remoto caso de un improbable triunfo de la derecha fascista manipulando a este individuo. Convencido, como está, de mantener la injusta estructura de dominación elitista que ha caracterizado al país en su historia moderna, promete emplear la mano dura de la represión y el control social para preservar el inequitativo estatus reproductor del sistema.
Quien haya podido deglutir su mediocre trayectoria, plasmada en un remedo de libro, El hijo desobediente, habrá asistido a un desordenado recuento de anécdotas insípidas, grises, monótonas, similares en emotividad y dinamismo a su aburrido ascenso en la burocracia partidista, carrera posible como premio, no a su esfuerzo y voluntad, sino a la cultura del privilegio de la que siempre ha sido depositario.
Hijo de cristero, como él mismo confiesa, planea implantar en la tierra el absurdo del fundamentalismo fanático del que proviene: enemigo de la racionalidad, del progreso, de la solidaridad con los desposeídos, de toda idea de avanzada. Felipe Calderón encabeza el México negro del oscurantismo, de la reacción, de la ultraderecha.
Niega la lucha de clases, pero se encarga de exacerbarla, invocando la histeria y el odio de los oligarcas contra los sectores desprotegidos del país, cuya incipiente organización reunida en torno a la candidatura presidencial de Andrés Manuel López Obrador ha despertado el sentido de autodefensa de las elites, amenazadas en sus intereses.
Representante de las peores tradiciones y lastres de México, Felipe Calderón ya ha demostrado con creces su visión de la política, entendida como medrar con el servicio público en su beneficio y el de su familia, superando con creces los abusos del poder que Acción Nacional siempre estuvo presto a denunciar cuando del régimen priísta se trataba, cuyos excesos durante 70 años fueron reproducidos y palidecieron en el breve espacio de seis años de escándalos con Fox, con quien el candidato oficial se ha comprometido a solaparle la corrupción perpetrada por sus entenados.
La derecha difunde la propaganda con la cual pretende hacer pasar a la izquierda como una fuerza violenta y desquiciada, mientras el PAN sería un partido responsable, pacífico e institucional: nada más alejado de la verdad. Quien crea que ese partido es un dechado de cualidades, bien haría en analizar el testimonio de don Luis H. Alvarez, uno de los pocos panistas honestos y un auténtico luchador por la democracia de este país.
El mismo don Luis ha debido admitir en su libro testimonial, Medio siglo, la violencia empleada por el blanquiazul, cuando atacaba con bombas puentes en el norte del país, así como las reuniones del panismo para planear actos violentos y se asociaban para llevar a cabo agresiones contra la autoridad en aquellos años.
Es mentira, pues, que el PAN pretenda hacerse pasar por una institución pacífica y bien intencionada. Ha demostrado con creces estar pronta a la violencia y la provocación; sus métodos de operación consideran una alta dosis de agresión contra aquellos a quienes ven como sus enemigos de clase.
Contra la reacción y el privilegio es que se antepone la visión progresista de la izquierda, que entiende la democracia como la masiva incorporación permanente de la comunidad en el proceso de toma de decisiones en asuntos de gobierno. En esta concepción avanzada es que encuentra la ultraderecha el verdadero peligro para ellos; es decir, el hecho de que la gente se dé cuenta de que es posible tomar en sus manos el destino suyo y de sus seres queridos, constituye una herejía que la reacción no está dispuesta a dejar progresar. El 2 de julio México tiene una cita con la historia: estoy seguro que habrá de decidirse por el lado del progreso, de la justicia, de la equidad y la libertad.