Usted está aquí: miércoles 14 de junio de 2006 Opinión La concordia y el futbol

Javier Aranda Luna

La concordia y el futbol

La concordia es uno de los mayores bienes de la República. Sin ella sus instituciones se erosionan. Al ser el resultado de distintas voluntades sobre el bien común, la concordia permite el sano desarrollo de la sociedad. No se trata de pensar igual, sino estar de acuerdo en los asuntos esenciales. Las grandes ciudades son clara muestra de los beneficios de la concordia.

Judíos y musulmanes, cuáqueros, carmelitas, ateos, homosexuales, obreros y artistas buscan, por ejemplo, la seguridad en las calles: rechazan el robo, condenan al asesino, repudian la pornografía infantil, procuran la paz y están dispuestos a luchar por mantener la libertad.

Ahora que los expertos nos hablan del México dividido por el proceso electoral, llama la atención que cosas tan simples despierten el furor patriótico, el sentido de pertenencia a un territorio lingüístico (¡Viva México jijos de la chingada!, ¡Qué chingón! ¡Culeeeros!), la gastronomía emergente, pletórica de picantes y de grasas (en forma de chicharrón, salsas, guacamoles), y se logren alianzas obrero patronales que ya quisiera cualquier sindicato (en fábricas, iglesias y oficinas la hora del partido no acepta dudas).

Si esto es así, ¿por qué insistimos tanto en los desacuerdos?

Ya sé que un partido de futbol y sus consecuencias no es la mejor metáfora de un Estado funcional en términos de concordia. Pero también sé que la pasión futbolera que convoca a mineros y comerciantes, banqueros y hombres de empresa, desempleados, monjas, limpiaparabrisas, estudiantes y analfabetas es un buen ejemplo de lo que podríamos lograr en otros terrenos.

Nadie duda, para seguir con los ejemplos, que conviene fomentar la lectura, dar oportunidades para la educación y el trabajo, garantizar los servicios mínimos de salud, erradicar la impunidad, la corrupción o en aumentar, en general, los niveles de bienestar de los mexicanos.

Podrá decirse que existen formas diferentes para llevar a cabo esos propósitos, pero nadie puede dudar que para incrementar el hábito de la lectura se necesitan libros al alcance de la mano, niños sanos, aulas, bibliotecas, maestros mejor capacitados y mejor pagados, espacios en los medios de comunicación masiva que muestren que con la lectura multiplicamos nuestras posibilidades de ocio y ensanchamos nuestra idea del mundo.

Por lo demás, nuestros acuerdos no dependen sólo de nosotros mismos. ¿O usted cree, sinceramente, que algún plan económico influirá más en nuestros bolsillos que la expansión del mercado chino o las turbulencias de la Bolsa en Nueva York?

Tampoco hay que olvidar, por otra parte, que los bienes culturales han sido los primeros productos globalizados en la historia. Los clásicos griegos, ingleses, españoles, alemanes nos han alimentado por generaciones y nuestra escritura maya, nuestra arquitectura (de la Pirámide del Sol a Luis Barragán), nuestra cocina, nuestros novelistas, pintores y poetas han enriquecido el patrimonio de la humanidad.

Pese al crispado ambiente electoral, las campañas negativas, la irresponsabilidad de algunas voces de la opinión pública, necesitamos fortalecer la concordia, darle lugar a nuestros puntos de encuentro, a nuestros acuerdos que nos permiten saber todos los días que en la democracia, como en el balompié, existen acuerdos mínimos que nos marcan, por ejemplo, cuando estamos fuera de lugar.

 
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