Bruja por adivina
Conocí a Miriam Ruvinskis a finales de los años 60. Ella salía de un edificio frente a una barranca en Lomas Virreyes, de la ciudad de México, al que yo entraba. Se le zafó de la mano la mochila y nos dimos un tope en la cabeza cuando las dos nos agachamos a recoger el bulto caído. En el acto, además se desparramó por la banqueta el contenido, que consistía en libros, un peine, cuadernos, lápices, una manzana medio mordida y no sé cuántos otros objetos que una colegiala puede cargar consigo en el camino, incluyendo escalas declarables o no, entre la escuela y su casa y viceversa. Se nos acercó un señor al que Miriam me presentó como Wolf, su papá. Los vi alejarse y meterse en un coche estacionado en la esquina sin que Miriam me hubiera dicho quién era ella, ni yo a ella quién era yo.
Pasaron uno o dos años antes de que nos volviéramos a encontrar. De nuevo, en una actividad relacionada con asuntos formativos. Un grupo de adolescentes de distintos orígenes presentábamos exámenes en un local oficial para regularizar estudios que por equis razones eran diferentes de los que a nuestra edad se cursaban en el país. Nos reconocimos como viejas amigas. Y esa semana que duró el trámite nos enteramos un poco de quiénes éramos y sobre todo de quiénes queríamos llegar a ser.
Miriam también quería ser escritora y, aunque menor que yo, ya tenía claro que lo único que se necesitaba para alcanzar esa meta era leer y escribir. Hacía una concesión a su papá al esforzarse en acabar la secundaria; si de ella dependiera, estaría meciéndose en una hamaca con un libro en las manos y recorriendo periódicos y editoriales a ver quién se animaba a publicar sus escritos. "¿Qué escribes?" "Cuentos, cosas, no sé, todo. ¿Y tú?" No me animé a confiarle que yo apenas un diario. Me inhibía su arrojo. Si ella hubiera sido la mayor de las dos, yo ni siquiera habría reparado en cómo se me adelantaba y me aventajaba.
Volvimos a perdernos de vista. Y cuando supe nuevamente de ella fue a través de la letra impresa. No recuerdo si era la jefa de redacción del suplemento dominical del periódico El Heraldo, pero sí que colaboraba en él cada semana. Al encontrarla en esas páginas me pareció que yo podría probar ahí mismo mi suerte. Y lo intenté, con buenos resultados. De paso, fue natural que Miriam y yo renováramos nuestro esporádico pero siempre significativo contacto.
Yo seguía a la saga de Miriam. Verla me estimulaba a dar nuevos pasos. No pretendía alcanzarla, pero sí orientarme por medio de sus logros. De modo que en los más bien largos periodos en que no nos veíamos yo la buscaba en las páginas de los periódicos. Así supe que en un momento dado organizó lecturas de cuentos, policiales o fantásticos o de ambos géneros, en La Casa del Lago y creo que llegó a montar una obra de teatro en La Casa de la Paz, cosas en las que no logré verme emulándola. No sé si eran actividades necesarias para uno ser cada vez más escritor, pero a Miriam la mantenían en el medio y a mí estudiándola a unos pasos de distancia.
La encontré en librerías. En la de Cristal en la Alameda sobre la avenida Juárez; en la francesa, cuando estuvo en un pasaje en la calle de Niza, en la Zona Rosa. Sonriente, atractiva. Miriam tiene una sonrisa muy definida. La recuerdo morena, alta, de pelo negro pesado, lacio. Usaba ropa ceñida y parecía consciente y contenta de saberse atractiva. Pero lo que sin duda le daba la energía y vivacidad que su sonrisa y su cuerpo transmitían era saberse escritora.
Un buen día me visitó para darme su primer libro, un volumen de cuentos publicado nada menos que en la editorial Joaquín Mortiz original. Y alguna vez la vi en las instalaciones. Ella salía y yo entraba, probablemente. Luego los acontecimientos se precipitaron. Publicó otra colección. Tuvo dos hijos con un fotógrafo al que me presentó. Creo que la hija mayor se llamaba Morgana. Miriam y el papá se separaron. Con sus niños, se fue a vivir a Estados Unidos; se volvió a casar. Y separar. Cuando Morgana y su hermano crecieron y se fueron de casa, Miriam empezó a pintar. Tuvo una exposición. Alguna vez volvió a México a presentar un nuevo libro. Puso una librería en Berkeley, California, Cody's Books.
Hace un par de años vi a Miriam en un noticiero de televisión. Regresó a México para el sepelio de su papá. Pero no hizo declaraciones. A mí me devolvieron una carta que le envié. Así que hemos vuelto a perder el contacto y me pregunto ahora en dónde, con quién y en qué estará.