Usted está aquí: lunes 5 de junio de 2006 Opinión Atenco y la tortura sexual

Carlos Fazio

Atenco y la tortura sexual

De manera paulatina, la información sobre la represión gubernamental en San Salvador Atenco fue desnudando los aspectos más horrendos del protofascismo mexicano. De la mano de una guerra antisubversiva que no se atreve a decir su nombre, irrumpió en México la tortura sexual; una doble tortura. Los testimonios de las presas políticas en el penal de Santiaguito, en el estado de México, no dejaron lugar a duda: revelaron que sus captores-violadores tuvieron un mismo patrón de conducta sádica y lasciva. Señalaron que fueron encapuchadas o les cubrieron la cara con su ropa; las desnudaron de manera violenta; las sometieron al peor trato verbal y a insultos sexistas ("putas", "perras", "hijas de la chingada", "pendejas"), mientras las golpeaban con saña en todo el cuerpo; tocaron sus genitales y ano con brutalidad; en muchos casos las penetraron con dedos y/u objetos, y en alguno con el pene; varias fueron obligadas a hacer sexo oral, en algún caso de manera tumultuaria; durante varias horas fueron sometidas a torturas física, sicológica y moral; las amenazaron de muerte; las mantuvieron incomunicadas y en estado de indefensión física y mental, y a todas se les negó asistencia médica y legal de su confianza, lo que aumentó su vulnerabilidad.

El caso Atenco exhibe un cambio en la modalidad represiva del régimen de Vicente Fox y los organismos de seguridad del Estado. Con un antecedente: las técnicas de "interrogatorio" utilizadas contra los y las altermundistas detenidos en el marco de la cumbre de Guadalajara, en 2004, combinaban ya distintas formas de tortura con la desnudez de la víctima, la humillación, el ataque lascivo. Ahora, en Atenco, la participación de más de medio centenar de elementos policiales en actos de violación en masa no puede explicarse por una suerte de "epidemia sádica". La conducta del torturador no puede comprenderse sólo desde una perspectiva pulsional. Por ello se puede deducir que los abusos, violaciones y otras aberraciones sexuales perpetradas por los "agentes del orden" durante el traslado de las prisioneras de Atenco a Santiaguito derivaron de una orden superior, que no fueron "desviaciones" a la "norma" perpetrada "de manera individual" por algunos "malos elementos" de la policía. Que no sólo se siguieron los códigos militares de los ejércitos coloniales de ocupación, que hacen del cuerpo femenino un objeto, un botín de guerra para el vencedor y una venganza o castigo contra el enemigo. No. La violencia erótica y la "colonización del cuerpo de las mujeres", según la expresión utilizada por Lydia Cacho, es la concreción del poder que otorga la autoridad. Pero además esa forma de violencia forma parte de la tortura, que es un hecho prioritariamente político. Quienes aplicaron tormentos físicos, sicológicos y sexuales en contra de las detenidas y los detenidos, ¿existe la denuncia de un varón violado con un tolete?, cumplían órdenes superiores.

Las mujeres fueron violadas y ultrajadas de manera intencional, como medio de degradación humana y desmoralización, de aniquilación y desvalorización. En ese sentido, como dijo la dirigente del Grupo Eureka, Rosario Ibarra, fue "una violación de Estado". Y como apuntó Adolfo Gilly, "se violaron mujeres, seres humanos, no (sólo) derechos humanos". Pero es necesario inscribir esos hechos como parte de otra cuestión: la de Atenco fue una acción de tipo contrainsurgente. Y en ese marco, la tortura busca generar un sentimiento de terror en el resto de la población. Los mandos del operativo, el vicealmirante Wilfrido Robledo, jefe de la Agencia de Seguridad del Estado mexiquense, y el general de brigada Ardelio Vargas, jefe del estado mayor de la Policía Federal Preventiva, ¿apoyados por el experto en contraterrorismo Genaro García Luna, director de la Agencia Federal de Investigaciones?, señalaron a la opinión pública que actuaron en contra de un grupo de "secuestradores" y "delincuentes". Es en ese contexto que hay que analizar los hechos, incluida la tortura con su componente sexual.

Cabe enfatizar que la tortura es instrumento político de la dominación violenta ejercida a través del Estado, que busca crear un clima de miedo en la población. Es una actividad intencional y premeditada, programada de manera sistemática y científica para la producción de dolores físicos y síquicos, que además constituye un asalto violento a la integridad humana. Pero la tortura y su ejercicio actual en México van más allá de las raíces etimológicas del concepto (del latín torquere, tortus; tortura-retorcer, atormentar, infligir dolor). También es una demostración de poder y reflejo de la relación entre los detentadores de ese poder y los reprimidos.

En términos políticos , la tortura es el nivel represivo más agudo del enfrentamiento de las fuerzas sociales a través de sus representantes envueltos en una relación donde la dominación y lo inerme reflejan, en su dialéctica, conflictos ineludibles del sistema. Aparte de obtener información -aspecto no prioritario en el caso Atenco-, la finalidad de la tortura es destruir y quebrantar al sujeto. Destruir el ser-humano-concreto y el-ser-político para, por medio de la ejemplificación, aterrar a la población y a los opositores del régimen.

La tortura sexual contra las mujeres de Atenco constituye una violación generalizada o sistemática intencional. La responsabilidad criminal no es sólo de los elementos policiales que materializaron el hecho, sino también de los mandos superiores que ordenaron a sus subordinados actuar así. Unos y otros no deben quedar impunes. Hay que exigir justicia para impedir que se legitime el nuevo Estado violador.

 
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