Usted está aquí: lunes 5 de junio de 2006 Opinión Huracanes: lo peor puede ocurrir

Iván Restrepo

Huracanes: lo peor puede ocurrir

El jueves pasado comenzó la temporada de huracanes. No se adelantó a mayo, como predijeron algunos expertos, aunque sí hubo lluvias intensas, mucho antes de lo previsto, en Yucatán, Chiapas, Oaxaca, Guerrero y Quintana Roo. Pero en lo que todos los especialistas coinciden es en que existen las condiciones en el Atlántico norte para tener este año una temporada muy activa. William Gray, el "gurú de los huracanes", y Philip Lotzbach, otro reconocido especialista, sostienen que las aguas de dicho océano han aumentado notablemente de temperatura (26 grados centígrados ahora), lo cual es "combustible" para la formación de esos fenómenos, lo que se combina con una baja presión atmosférica. Anuncian 17 tormentas, de las que al menos nueve se convertirán en ciclones. De éstos estiman que cinco tendrán vientos superiores a 178 kilómetros por hora. Son altas las posibilidades de que alguno de los cinco afecte las costa de Florida, en Estados Unidos. Muestran en cambio sus reservas de que Lusiana y Misisipi sufran tan intensamente como el año pasado. En cuanto a la franja costera del Golfo y Caribe de México, precisan que está por encima del "promedio de riesgo" y todo puede pasar.

Luego de las amargas experiencias de los últimos años, los gobiernos de 25 países de América, encabezados por Estados Unidos, México y Cuba, han hecho frente común para tratar de aminorar los efectos de los huracanes. Para el mayor experto latinoamericano en la materia, Lixion Avila, que trabaja en Miami, dicho frente es un gran avance, porque la batalla contra esos fenómenos se gana antes de que comiencen, no cuando están encima de los países y la gente. Agregó que lo más importante sigue siendo la política de prevención, y ésta no se inventa de la noche a la mañana y descansa en buena parte en el intercambio de información meteorológica confiable y oportuna.

Pero dentro de esa política de actuar conjuntamente hay fallas notables. En Chiapas, por ejemplo, el gobierno local acepta que todavía no se reponen de los daños que dejó Stan y las lluvias ya causan problemas y avisan que lo peor puede estar por venir para las comunidades de la costa y la serranía. Igual sucede en Estados Unidos, donde las autoridades acaban de señalar que no pudieron reforzar los diques y compuertas que mantenían a raya el nivel de las aguas en Nueva Orleáns, donde Katrina dejó el año pasado cientos de muertos y daños incalculables en las obras públicas y privadas. Además, ahora se sabe que la zona donde se asienta dicha ciudad se hunde al menos 6 milímetros al año, lo que agravó la inundación del año anterior. Mientras, en Misisipi hay 100 mil damnificados que no cuentan con hogar firme y viven en casas rodantes. Y para acabar de enegrecer el panorama, se teme que un huracán destruya el dique que contiene las aguas del lago Okeechobee, al sur de Florida, lo que afectaría a millones de habitantes. Si eso ocurre en el país que es guardián del universo, en Guatemala, donde Stan mató en octubre anterior a 2 mil personas, apenas se ha reconstruido una tercera parte de las obras arrasadas por el agua y más de 100 mil personas padecen por falta de alimentos, pues perdieron sus cosechas, en especial de maíz, frijol y otros productos de la dieta básica.

Mientras las autoridades presumen que los sistemas de prevención son mejores en cuanto a poner a salvo a la población, no sucede igual con la infraestructura pública y privada: tanto en el Golfo como en el Caribe las poblaciones están al pie del mar, junto con una variada infraestructura industrial, agrícola, turística y de servicios, que sigue creciendo ignorando la realidad de los huracanes. Con el agravante de que se destruyen los ecosistemas naturales que protegen de la fuerza del viento y el agua, como los manglares, arrecifes y bosques y selvas.

No aprendimos de la tragedia que dejaron los huracanes Emily y Wilma en Yucatán y Quintana Roo, y Stan en Chiapas: se sigue construyendo, virtualmente, en la arena. Continúan la deforestación y la pérdida de ecosistemas costeros. Y aunque ningún experto se atreve a anunciar para este año una nueva tragedia, todos sabemos que lo peor puede ocurrir.

 
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