Usted está aquí: lunes 29 de mayo de 2006 Opinión Verano del descontento

León Bendesky

Verano del descontento

El ambiente político que prevalece a sólo cinco semanas de la elección presidencial está muy enrarecido. Del encono y el descrédito mutuo en que se han sumido las campañas, sale a flote la polarización social y la manera en que se descomponen los partidos y se exhiben los políticos profesionales.

Si la política es el conjunto de las ideas, las prácticas y las formas de organización que se asocian con la manera en que se administran los asuntos públicos y se ejerce el poder, puede advertirse que el entorno prelectoral nos aproxima a una situación de creciente descontento.

Se suele hacer referencia a la política como un espectáculo, más cuando quienes se dedican a ella deben pasar por el filtro de la propaganda y de los medios electrónicos de comunicación. Los aspirantes tienen que decir lo que piensan y lo que quieren hacer, han de presentarse como eficaces y decentes, pero además deben actuar y, sobre todo, ceñirse a las exigencias de la publicidad y la mercadotecnia.

Los candidatos aceptan las pautas que fijan las empresas de radio y la televisión, que incluyen los formatos que imponen con sus locutores y conductores, quienes más que cumplir con la meta de informar, padecen la contagiosa enfermedad de editorializar según los criterios que les marcan. Todo eso, y no faltaba más, en nombre de la apertura y la transparencia. En este país no debería confundirse el hecho de que existen algunos espacios democráticos, aunque ello no quiere decir que sea una sociedad democrática.

Una de las cuestiones sobresalientes de este periodo electoral es la manifestación -patente ya- de la crisis del PRI. Esa situación quedó claramente expuesta cuando ese partido perdió las elecciones presidenciales en 2000, pero su origen se remonta más de 20 años atrás. Ya le tocó a Francisco Labastida sentir los efectos de esa crisis; ahora parece que tocará el turno a Roberto Madrazo.

La crisis del Revolucionario Institucional va más allá del importante campo de la elección que está en puerta, pues la que fuera una imponente organización política al servicio del presidente en turno se está resquebrajando. Dejó de ser eficaz como oficina pública con recursos prácticamente inagotables que hacían posible la coexistencia, no siempre bien avenida, de tantos personajes que hoy no tienen una estructura qué los envuelva y los proteja y así ya no pueden coexistir. No los vamos a extrañar.

Tiene un cierto dejo de desdicha y provoca algo de vergüenza ver hoy a tantos señores tan serios y adustos, de edad muy por encima del promedio nacional, de muy largas y tan insípidas historias públicas y carreras administrativas y legislativas, que han dejado una herencia tan pobre, exhibirse diciendo que ahora están convencidos de las virtudes de las plataformas de gobierno propuestas por Felipe Calderón o por López Obrador. Claro que con gran congruencia dicen seguir siendo priístas y sólo piensan en el bien del país.

Hay otros que de plano se han vuelto tránsfugas, han desertado y buscan un nuevo cobijo para seguir teniendo algo de poder y acceso a los recursos del Estado. Ahí están ex gobernadores de varias entidades federativas, ex presidentes del partido, ex altos funcionarios de organismos públicos, ex negociadores del libre comercio y de las reformas económicas con pocos resultados que dejan el barco en pleno naufragio. Se dicen decepcionados, se quejan del liderazgo de Madrazo.

De convicciones ni se hable. Mientras algo aporten en cuanto a votos son todos bienvenidos en el PAN o el PRD, ambos se han dado una transfusión de priísmo. Así, la parte de la política que tiene que ver con quienes gobiernan, administran y, especialmente, con su autoridad, ya no digamos moral sino de carácter público, pasa a plano trasero. Nadie pinta su raya.

El escenario electoral hoy es muy distinto del de 2000, lo que indica bastante de las deficiencias materiales y políticas que deja el gobierno del presidente Fox, envuelto con poco recato él mismo en el dilatado clima electoral. El voto útil que se promovió en esa elección no tiene ahora el mismo carácter, ya se depreció como mercancía política, valió una sola vez, y hasta en el PRI se está promoviendo como expresión de su propia derrota.

El voto no debería emitirse por su utilidad para desplazar al rival, es decir, por su contenido negativo, sino como un medio efectivo de elegir la mejor opción política posible en un momento histórico determinado, en un sentido positivo. La turbulencia que existe actualmente en el plano electoral esconde esa opción.

La manera en que se desdibujan los liderazgos y las alternativas partidarias para presentar a los ciudadanos una oferta de gobierno convincente, incluyendo la forma como se configuran las listas de quienes van a legislar, se suman al déficit que acumulan el sistema político, las instituciones y los políticos mismos.

Y, sin embrago habrá que votar, con la expectativa, tal vez ingenua, de que se pueda superar la inercia que mantiene atorada a esta sociedad en una innecesaria condición de atraso económico, desgaste social y creciente inequidad.

 
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