Usted está aquí: lunes 29 de mayo de 2006 Opinión Sigue la destrucción de la Amazonia

Iván Restrepo

Sigue la destrucción de la Amazonia

Una semana después de haber matado de varios tiros a Dorothy Stang el 12 de febrero pasado, ya estaba detenido por las autoridades brasileñas el autor material del asesinato: Rafael De Neves Sales. La monja de origen estadunidense dedicó 40 años de su vida a organizar a los campesinos e indígenas de la selva amazónica. Una parte importante de esa tarea consistió en luchar contra los poderosos latifundistas del estado de Pará.

De Neves Sales acaba de ser condenado a 27 años de prisión luego de un juicio celebrado en la ciudad de Belem. Su cómplice, Cloaldo Carlos Batista, deberá purgar 17 años. Ambos confesaron que cometieron el crimen por órdenes de Amair Feijoli de Cunha, capataz de una hacienda para el que trabajaban. Este les proporcionó el arma y posteriormente los ayudó a huir por unos días hasta que finalmente fueron capturados. Las investigaciones mostraron que el capataz fue intermediario en el crimen, planeado, ordenado y financiado por los latifundistas Vitalmiro Bastos de Moura y Regivaldo Pereira Galvao, cuya manera de proceder para apoderarse de grandes extensiones de tierra y combatir violentamente la inconformidad campesina fue denunciada en varias ocasiones por la religiosa estadunidense ante las autoridades y en los medios.

Entre los grupos defensores de los derechos humanos y la naturaleza de Brasil, así como entre las organizaciones campesinas e indígenas del estado de Pará, siempre se dudó que la justicia alcanzara a los autores materiales e intelectuales de este asesinato, pues la regla había sido que quienes sobresalían por su liderazgo en pro de la tierra y su conservación fueran victimados y los culpables de hacerlo nunca pisaran la cárcel. Así ha ocurrido en el caso de más de medio centenar de dirigentes agrícolas en Pará y en estados como Minas Gerais, Mato Grosso y Paraná. Esta vez, el gobierno del presidente Lula sentó un precedente muy importante al impedir que la impunidad se impusiera de nuevo y que los intereses de los grandes latifundistas y sus servidores torcieran, como era costumbre, el brazo de la justicia. Además, el mandatario aprovechó la ocasión para reafirmar la soberanía de su país sobre la Amazonia.

Y es que por los días del crimen mencionado, el francés Pascal Lamy, frustrado candidato a dirigir la Organización Mundial de Comercio, había dicho que era necesario "imponer reglas internacionales en la gestión de la Amazonia", a fin de detener el creciente deterioro que registra "el mayor pulmón de vida del planeta". La idea iba en el sentido de convertirla en Patrimonio de la Humanidad y como tal ser administrada. No tuvo que ir muy lejos por respuesta el señor Lamy: diversos funcionarios del gobierno brasileño le recordaron la plena autonomía que cada país tiene en la gestión de sus recursos naturales, asunto que fue muy claramente definido en la Conferencia de Río de Janeiro de 1992 y en uno de sus productos más importantes, la Agenda 21. Le recordaron también que la Amazonia no solamente son plantas y animales, sino que en ella habitan seres humanos que dan sentido y vida a culturas de enorme importancia. Y que en aras de una pretendida "conservación", Brasil no cedería ni un ápice de su soberanía.

Preservar lo mejor posible esa enorme biodiversidad, evitar la deforestación acelerada para dar paso a una agricultura extensiva que pronto entra en crisis, dejando una estela de pobreza humana y natural; hacer que la tierra sea de los que la trabajan y no de quienes, gracias al dinero y al apoyo de los funcionarios, han logrado hacerse de enormes extensiones y controlar a miles de trabajadores agrícolas, fue precisamente la tarea que durante muchos años realizó Dorothy Stang. Pero mientras los latifundistas que la mandaron matar aguardan su sentencia, no cesa la destrucción de la Amazonia. El irracional modelo económico que impone sus leyes en Brasil, y en la mayor parte del mundo, no ha variado durante el gobierno de Lula. Contra ese modelo es que, aún a costa de perder su vida, luchan muchos otros líderes agrícolas y los sin tierra en Brasil y en otros sitios del planeta.

 
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