Usted está aquí: jueves 25 de mayo de 2006 Opinión "Que coman churros", sentencia el dominio francés

Leonardo García Tsao

"Que coman churros", sentencia el dominio francés

Ampliar la imagen Kirsten Dunst, quien participa en Marie Antoinette, y Barbie Hsu, quien actúa en Guisi, fuera de competencia Foto: Reuters

Ampliar la imagen Kirsten Dunst, quien participa en Marie Antoinette, y Barbie Hsu, quien actúa en Guisi, fuera de competencia Foto: Reuters

Cannes, 24 de mayo. Muchas expectativas había por Marie-Antoinette, tercer largometraje de Sofia Coppola, sobre la vida de la malograda esposa de Luis XVI. En términos de presupuesto y ambición, el proyecto implicaba un salto mortal en relación con sus películas anteriores y, a la vista del resultado, puede afirmarse que la hija dilecta de Francis ha caído de bruces.

La película no empieza mal: los acordes rítmicos de una pieza de Gang of Four y una tipografía setentera en los créditos iniciales prometen una versión subversiva de la historia, impresión reforzada por la participación de actores tan irreverentes como Asia Argento (¡como Madame Du Barry!), Steve Coogan, Marianne Faithful y Rip Torn. Vana ilusión. Coppola no se ha atrevido a jugar con otros anacronismos fuera de las canciones de rock en la banda sonora (y la tímida aparición de unos zapatos tenis) en su monótono retrato de una babosa frívola que se divierte en la corte comiendo pastelitos y organizando reventones como una Paris Hilton en Versalles.

Si la realizadora intentó hacer un paralelo con las actuales princesas de Beverly Hills -como la propia Kirsten Dunst, la actriz protagónica- estamos lejos de una lectura social y/o crítica del fenómeno. La insular narrativa nunca sale del relamido ambiente cortesano y no muestra, por tanto, las miserables condiciones de vida de la gente que, afuera del palacio, está fraguando una revolución. La impresión final es de una nostalgia por la monarquía, como si la familia real hubiese sido víctima de la chusma por pura mala onda.

Por falta de espacio, no mencioné ayer a la competidora francesa que alternó con Babel, de González Iñárritu. Flandres (Flandes) es otro testimonio de Bruno Dumont sobre su desprecio a la raza humana. Un granjero embrutecido, con el mismo aire Neandertal del diputado Kawahgi, se va a una guerra ficticia en Medio Oriente y es a su regreso del infierno cuando encuentra redención en el amor de una joven ninfómana a la que había fornicado como animalito. El decreciente interés que uno ha tenido por la obra de Dumont se refuerza cuando uno lee en el press book sus teorías sobre el cine: "No quiero construir, yo destruyo y deformo. Es en esa deformación que se da la expresión. Si no la deformara, el espectador vería la realidad tal cual es, pero esa realidad no le enseñaría nada." No cabe duda de que es un mamonazo cuya influencia perniciosa puede detectarse en algún cineasta nacional de similares pretensiones.

Hasta ahora uno había entendido la selección de las películas en competencia. O se trataba de muestras de cine de autor, por muy fallidas que fueran, o de ejercicios formales, como Red Road, el debut de la inglesa Andrea Arnold, que podría considerarse una propuesta de innovación válida. No se explica, entonces, la inclusión de La raison du plus faible (El derecho del más débil), del belga Lucas Belvaux. Con el aspecto de un torpe telefilme, la película narra las penurias económicas de unos obreros que planean vengarse de esa injusticia social con un asalto. Así, Belvaux invierte una hora de metraje para explicarnos verbalmente que a los obreros no les alcanza el dinero. No faltarán los ardientes exégetas de ese petardo entre la crítica francesa, que le atribuirán valores del cine negro clásico o algún otro argumento bizantino para defender lo indefendible.

El afortunado desempeño en Cannes del cine hecho por mexicanos se confirmó con la proyección de El violín, opera prima de Francisco Vargas y versión extendida de su corto homónimo. Si bien la historia tarda en encontrar su ritmo, una vez establecida la relación entre el viejo violinista (Angel Tavira), que ayuda a la guerrilla local, y el capitán (Dagoberto Gama) del ejército que la persigue, la película combina con acierto su postura política con elementos estéticos que evocan a ratos el lirismo campirano del Indio Fernández. Hasta aplausos hubo al final de la función de prensa, cosa rara porque los críticos no solemos expresar nuestra apreciación.

No obstante las opiniones encontradas, las películas favoritas de la crítica internacional hasta ahora son, en orden de preferencia, Volver, de Almodóvar; Iklimler, del turco Nuri Bilgué Zheylan, y Babel. Lo cual, como es costumbre, no significa necesariamente que el jurado estará de acuerdo.

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