La campaña (de Fox) "va de pelos"
Según Vicente Fox el proceso electoral "va de pelos y viento en popa". Tales muestras de superficialidad y autismo político se complementan con otra afirmación en absoluto ingenua: no se espera una "elección cerrada", pues la diferencia entre los aspirantes "cada vez se separa más". Dicho en lenguaje llano: todo va bien porque Felipe Calderón, dice Fox, tiene un paso inalcanzable que lo aleja de la temida lucha voto a voto que podría decidir al vencedor del 2 de julio.
Las palabras del mandatario, recogidas por Roberto Rock y José Luis Ruiz, de El Universal, tal vez no demuestren científicamente la existencia de una "elección de Estado", pero ilustran muy bien la hipocresía de un gobierno que, a título del ejercicio de la libertad de expresión, actúa parcialmente a favor de sus intereses partidistas.
Qué pronto se ha olvidado que la democracia en México -a diferencia de otros países- es fruto de los esfuerzos sostenidos durante décadas para expulsar al Ejecutivo de los procesos electorales, es decir, para dar autonomía al Instituto Federal Electoral (IFE), jurisdicción plena al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) y garantías a los partidos y ciudadanos de que la voluntad popular se respetará, independientemente de quien gane y cualquiera que sea la diferencia de votos a favor del vencedor.
Todavía hace seis años, el mismo Fox y su partido denunciaban la utilización de los programas sociales del gobierno a favor del PRI e, incluso, el ahora Presidente calificó de "marranadas" algunas resoluciones del TEPJF que no le gustaron. Más todavía, al inaugurarse la jornada electoral alertaban sobre el fraude en ciernes, anticipando un posible desconocimiento de los resultados si éstos no les eran favorables.
En fin, podíamos haber supuesto que el presidente de la alternancia actuaría con celo para no dar pie a sospechas, pero no ha sido así, lamentablemente. A la vista están las quejas de los partidos y también el hartazgo de muchos ciudadanos ante el deterioro de las campañas, el abstencionismo anunciado que la retórica presidencial parece querer alimentar.
Esa es la realidad. Lo que está en juego no es la libertad del Presidente para expresar sus opiniones o difundir los logros de su administración, sino el uso electoral de esa libertad y esos logros para impulsar la campaña de uno de los candidatos, aun con riesgo de incurrir en delitos tipificados por la ley. Sin embargo, el Presidente abandona su papel de jefe de Estado y sale a la palestra a batirse por Felipe Calderón en nombre de sus propios derechos ciudadanos, como si el ejercicio reponsable del poder pudiese considerarse como una inadmisible cesión personal y política. Sería ingenuo pedirle "neutralidad" a un político en activo, pero al funcionario sí se le puede exigir respeto hacia los demás y, más aún, visión de Estado para entender los daños que la polarización de las campañas puede traer a la convivencia después del 2 de julio.
El vuelco presidencial a la campaña está muy lejos de pertenecer al ámbito de la "normalidad democrática". Por el contrario, lo más grave de todo esto es que el Presidente, que se dice demócrata, no reconoce la legitimidad de los adversarios del PAN y piensa en ellos como "un peligro", de modo que se trata de impedir, a cualquier precio, que consigan ganar las próximas elecciones.
Si bien se prodigan los elogios oficiales al pluralismo como fuente de la democracia, a la hora de la competencia el gobierno y su partido reviven el fantasma del miedo, la alergia ante el cambio, cuyos contenidos ellos mismos se han encargado de erosionar. Al Presidente de la República sólo le preocupa que venza el candidato del PAN, sin importarle para nada el "día después" de las elecciones. ¿Alguien cree que la polarización actual desaparecerá por arte de magia? ¿Por qué evitar el diálogo del Presidente con los candidatos? ¿A qué vienen los desplantes machistas ante las quejas de los partidos de la oposición?
La combinación del poder de los medios electrónicos y la abulia de la autoridad, junto con el mesianismo de la derecha militante, han creado una situación de grave riesgo para la democracia mexicana que apenas cubre sus primeras elecciones federales. Se trata de crear un consenso negativo contra López Obrador, sin importarles para conseguirlo sacrificar los avances democráticos logrados en décadas. Pero ésa es una ilusión insostenible. La república no sería tal sin reconocer esa pluralidad "hasta sus máximas consecuencias" en el marco de la ley.