Leonardo Padura resuelve en una novela su relación de amor-odio con ese escritor
''Contra la falsedad espectacular de la vida de Hemingway, sí disparo''
Al autor del relato El viejo y el mar ''no se le daban las historias de largo aliento''
El narrador cubano trata de hacer justicia al Nobel estadunidense ''en sus miserias y dolores''
Ampliar la imagen Ernest Hemingway y Fidel Castro, en La Habana, 1959, en fotografía de Alberto Korda, tomada del libro Alberto Korda: diario de una Revolución (Edizione Aurora)
Para muchos en Cuba, Ernest Hemingway es poco menos que un santo. Un héroe. Una leyenda. También lo fue para el escritor Leonardo Padura, hasta que descubrió ''la falsedad espectacular" de la vida del autor de El viejo y el mar.
Entonces pasó de la admiración y el amor al desencanto y el odio. Así anduvo durante años, arrastrando el conflicto hasta que un día decidió resolverlo por medio de una novela, Adiós, Hemingway. Para ello no se le ocurrió nada mejor que endosarle el conflicto a Mario Conde, detective y escritor frustrado, personaje de su tetralogía de novelas policiacas Pasado perfecto, Vientos de cuaresma, Máscaras y Paisajes de otoño.
A propósito de Adiós, Hemingway (Tusquets Editores), Leonardo Padura (La Habana, 1955) responde a La Jornada un cuestionario por correo electrónico, del cual enseguida se ofrece una versión.
-¿Cómo se inicia su ''encarnizada relación de amor-odio" con Hemingway?
-La relación de amor vino primero y fue intensa y apasionada: cuando yo era un ''pretendiente" a ''aprendiz" de escritor, leí a Hemingway como un desaforado, sobre todo sus cuentos, y me enamoré de su estilo, su forma de resolver las historias sin que aparentemente ocurriera nada (la técnica del iceberg la llamaba él) y, para colmos, me pareció que aquel tipo capaz de escribir de ese modo había vivido como debían vivir los escritores: entre aventuras, rodeado de gentes famosas, en los cafés de Montparnasse, en pesquerías y cacerías y, lo más importante, tener una casa como la Finca Vigía, adonde comecé a ir como en peregrinación. Luego mis gustos se ampliaron, se complicaron, dejé de ser ''pretendiente" para ser ''aprendiz" de escritor, pero Hemingway me acompañó y guió en ese proceso.
Actitudes mezquinas
Con los años, prosigue Leonardo Padura, ''el mundo cambió, la literatura cambió, yo cambié, pero quedó el amor por cuentos como La breve vida feliz de Francias Macomber, Los asesinos, Un gato en lluvia, por Islas en el golfo y Fiesta, por la técnica del iceberg y por la lección de que si quieres ser escritor en algún momento debes renunciar al periodismo..."
Entonces, sin embargo, ''la vida personal y pública de Hemingway fue la parte que empezó a resquebrajarse, a complicarse en esa relación amor-odio, pues empecé a tener noticias, conciencia, juicios sobre sus actitudes mezquinas respecto de varios amigos (Sherwood Anderson, Gertrude Stein, Scott Fitzgerald, John Dos Passos) y a comprender que aquella vida luminosa que vivió había sido, en realidad, como una puesta en escena que servía para iluminar al escritor y su fama. Y eso cada vez me gustó menos, hasta que llegó el momento de hacer el balance que no me sentía dispuesto a hacer en un ensayo literario, sino de una forma más cercana, más íntima, y de ahí surgió la idea de esta novela".
-¿Sus diferencias con el autor de El viejo y el mar son literarias, ideológicas o ambas?
-Como ves, creo que no son ni literarias ni ideológicas (aunque también lo son), sino más bien humanas. Ideológicamente él fue un hombre cercano a la izquierda, luchó con la izquierda y en general tuvo un pensamiento progresista aunque algo dogmático, como era frecuente en una época en la que las cosas eran muy en blanco y negro, creo que más que ahora. Y yo soy un hombre que prefiero los matices. Literariamente, mientras tanto, creo que algunas de sus novelas han envejecido (especialmente Por quién doblan las campanas) y la razón fundamental es que no se le daban las historias de largo aliento y su mundo se expresaba mejor en relatos o novelas más breves como Fiesta, El viejo y el mar o Islas en el golfo, que es tres novelas en una.
-¿Le endosó el conflicto a su personaje Mario Conde para que él dijera lo que a título personal usted no se atrevía a decir de Hemingway, para que él hiciera el trabajo sucio?
-Mario Conde es uno de mis mejores amigos y yo no sería capaz, como hizo Hemingway, de jugarle esa mala pasada a un amigo. Creo que la novela trata de hacer justicia con la figura de Hemingway, vista desde su humanidad: en sus miserias, pero también en sus dolores más recónditos; por eso escojo al Hemingway final, al que ya no vive entre famosos, sino que se enfrenta a sí mismo como si fuera un personaje de uno de sus relatos: es el Hemingway que debe luchar con la locura, la enfermedad, la muerte y el olvido, y Conde me ayuda a mirarlo desde ese ángulo con una perspectiva que lo juzga pero que, sobre todo, trata de entenderlo y de ubicarlo en esa encrucijada final que lo llevó a suicidarse. Además, no creo, para nada, que Hemingway salga mal parado en mi novela; más bien por el contrario, rescato lo mejor que pudo haber en él, por ejemplo, ciertas fidelidades.
-¿Está de acuerdo en que su novela sea vista como una implacable denuncia de ''la falsedad espectacular de la vida de Hemingway"?
-Sí, creo que sí, porque contra esas falsedades sí disparo con una escopeta de dos cañones. Pero jamás contra su literatura.
Mitificación literaria y extraliteraria
-¿Qué costos ha tenido para usted este acto de iconoclastia en Cuba, donde Hemingway es poco menos que un santo?
-En Cuba la novela ha gustado mucho, aunque varias personas me han comentado que llevo demasiado ''recio" al pobre Papa. El problema es que la mitificación que de él se ha hecho en Cuba es literaria y extraliteraria. En el segundo caso se le ha convertido en una especie de atracción turística, que, como todas, tiene sus falsedades, y una de ellas es el gran amor por Cuba que muchos dicen que sintió, cuando en realidad si Hemingway vivía allí era porque no quería vivir en Estados Unidos y porque no podía vivir en España, luego de la victoria franquista.
''Entonces Cuba fue una buena opción, sobre todo por su cercanía a la corriente del Golfo, donde tanto le gustaba pescar. Y aunque no deja de ser cierto que cultivó una amistad respetuosa con los pescadores cubanos, que entregó al 'pueblo' la medalla del premio Nobel (está en la capilla de los Milagros del santuario de la virgen de la Caridad del Cobre, la patrona de Cuba), también lo es que tuvo pocos amigos cubanos, escaso conocimiento de la realidad del país y de su gente, y casi ninguno de sus escritores, por poner un ejemplo significativo.''
-Una vez publicada la novela, ¿cuál es el saldo de su tormentosa relación con el autor de Adiós a las armas?
-Me quedo con el escritor y trato de olvidarme del hombre; me quedo con la magia de Finca Vigía y lo veo en París o en Madrid como una estrella de Holly-wood; rechazo sus fundamentalismos y salvo su amistad con los pescadores que le contaban historias que luego él convertía en literatura.