La gran coalición y la promesa de Liliput
Con la incorporación del ex presidente del PRI, y actual senador de la República por ese partido, Genaro Borrego, a la campaña presidencial de Felipe Calderón, se confirma la tendencia al cambio del sistema político nacional, anunciada el año pasado al calor de la cruzada por el desafuero de Andrés Manuel López Obrador. Los partidos actuales se desdibujan, pero las ideologías que cruzan el foro del poder y de la política más bien se reconfiguran y afirman como los ejes más poderosos del sistema que emerge. Sin desconocer que el centro de este circo extravagante lo ocupe ya la protooligarquía en technicolor que nos presenta la gran corporación mediático financiera. De Bellas Artes al Club Social de los viernes de Reforma.
Acompañado de destacados ex funcionarios del gobierno federal y militantes del PRI, Borrego insiste en que no abandona su partido, pero coincide en lo fundamental con los postulados del abanderado panista. Es muy probable que cuando él y sus compañeros decidan regresar, el PRI no sea ni lo que fue ni lo que a pesar de todo se empeña en ser hoy: una enorme concertación de intereses populares, mezclados con grupos de interés variopintos, negociantes nacionalistas y políticos profesionales, surgidos del juniorato o del vetusto corporativismo sindical, sobrevivientes del gran vuelco neoliberal de finales del siglo pasado.
Con su adhesión al desfile panista, que no parece tener más guía por ahora que el pensamiento más adocenado de la extrema derecha, los políticos priístas, enlazados con un Calderón triunfalista, buscarán añadirle un ligero rosa carmesí al azul y blanco mariano que se ha apoderado del partido de Gómez Morín. Así, se abriría la posibilidad de que una coalición de centro-derecha, articulada por gente bien e ilustrada, se establezca como una de las dos grandes referencias del escenario político nacional antes y después del 2 de julio.
Frente a esta edificación, no tan espontánea como aparece a primera vista -fruto del desaliento provocado por la toma del PRI por parte de Roberto Madrazo y asociados-, se puede vislumbrar otra, articulada por López Obrador y sus aliados, que para tener viabilidad tendrá que ir más allá del PRD y explorar los caminos de un centro izquierda todavía difuso, que no cuenta hoy con las coordenadas estratégicas que le den tonalidad y densidad para gobernar, en caso de ganar el 2 de julio, o de conformar una oposición gobernante después de las elecciones. La ampliación de las alianzas blanquiazules acentúan las exigencias de esclarecimiento discursivo y retórico para un López Obrador acosado por la más sucia campaña de invenciones jamás acaecida en el palenque mexicano, antes, durante y después del PRI.
La coalición de centro-derecha se presenta como la portadora de una continuidad virtuosa: ofrece ley y orden, y promete sabiduría tecnocrática a raudales, además de las autocríticas que hayan podido o querido hacer quienes buscaron lograr las reformas llamadas de estructura antes del gobierno del presidente Fox y que, como él, fracasaron en su empeño.
Sin renunciar un ápice en sus convicciones profundas, Calderón y acompañantes seguramente explorarán nuevos o remozados métodos de persuasión para abrirle paso a su promesa de modernización desde la derecha y de una apertura llevada a los extremos que su victoria les permita.
En realidad, como lo ha mostrado el candidato panista a todo lo largo de su campaña, la gran coalición no puede prometer demasiado sin negar sus compromisos con los factores reales de poder que la respaldan o caer en una incongruencia analítica y doctrinaria. La doctrina en cuestión, por cierto, poco tiene que ver con la del fundador de su partido eje, pero sí mucho con lo que Calderón mal aprendió en la Libre de Derecho y en su fugaz paso por los diplomados del ITAM: más de lo mismo, pero en serio y con mano firme, para poner a trabajar a los flojos, agregaría el presidente Fox, convertido en mariscal de campo de Calderón y hermeneuta generoso de la visión bushiana de la integración de América del Norte.
La ortodoxia económica en la que se regodea Calderón, su desconocimiento inaudito de lo que significa el Estado para sociedades fracturadas como la mexicana, su adhesión entusiasta a la regresividad fiscal disfrazada de tasas únicas y exenciones para los miserables, su propuesta insolidaria y clasista en materia laboral, no anuncian una revolución, aunque sea de derecha, sino un remedo un tanto pueril de la gran promesa del neoliberalismo en que se embarcó el priato tardío. Mucha coalición para tan pocas nueces.