Una victoria fácil
En las cuatro semanas anteriores el fenómeno migratorio desde México a Estados Unidos ha sufrido cambios cualitativos de gran importancia. La movilización en masa de los indocumentados en busca de la regularización de su lugar en un país que claramente muestra tener un espacio para ellos en la economía y en la sociedad, no tiene precedente. La decisión de reforzar a la patrulla fronteriza con 6 mil guardias nacionales y la construcción de muros y otros obstáculos en mil 800 de los 3 mil kilómetros de frontera, sí tiene precedente.
En 1969 el mundo se sorprendió porque dos repúblicas centroamericanas habían entrado en guerra por un partido de futbol. Los expertos atribuyeron el conflicto a los efectos desiguales del Mercado Común Centroamericano. El Salvador, con 5 millones de habitantes en 21 mil kilómetros cuadrados, y Honduras, con la mitad de habitantes en cinco veces el territorio salvadoreño, habían funcionado como vasos comunicantes para el excedente poblacional salvadoreño. En el momento del conflicto había casi 500 mil salvadoreños en Honduras que fueron expulsados por una xenofobia inducida y la fuerza armada hondureña en pie de guerra.
El medio millón de repatriados no tenía lugar en El Salvador y, aunque en general no se trataba de las mismas personas, una cantidad semejante inició su camino hacia Estados Unidos, vía México. Así dio comienzo la transferencia poblacional de El Salvador a Estados Unidos que después fue impulsada por la guerra revolucionaria y ahora opera con su propia inercia, a la manera de un sifón. Ridiculizada y corta, la guerra del fútbol dio origen al fenómeno migratorio salvadoreño y dejó una enseñanza en materia migratoria: las fronteras sí se cierran.
Para que el emigrante potencial inicie la aventura es necesario que se cumplan tres requisitos: que exista la opción de trasladarse a una tierra de oportunidades desde donde no tiene ninguna; la decisión de dar solución personal a un entorno social adverso y, por último, la determinación formidable de afrontar los gastos, trabajos y peligros del viaje para después iniciar, en completa desventaja, su incorporación a la sociedad y a la economía que eligió para vivir. Los mexicanos en Estados Unidos han cumplido con creces estas condiciones y ahora buscan la legalidad.
Tanto el carácter cuanto el número de los emigrantes mexicanos en la sociedad estadunidense se han modificado conforme han cambiado las circunstancias en uno y otro lado de la frontera. Cuando el gobierno de Estados Unidos canceló el programa de braceros, en 1964, no logró una reducción del flujo de trabajadores sino solamente su transformación a la calidad de espaldas mojadas, o lo que es lo mismo, de indocumentados. A medida que la oferta de empleo se trasladó de la agricultura a los servicios y cambió de temporal a permanente, los trabajadores migratorios se transformaron en emigrantes definitivos. Desde el lado mexicano, el evento que ha servido de promotor de la emigración fue el advenimiento del neoliberalismo y su política de mano de obra barata y desempleo para atraer la inversión extranjera.
En la era Bush-Fox, el nerviosismo de las instituciones de seguridad, la irritabilidad de la sociedad xenofóbica y los requerimientos electorales del Partido Republicano han generado la presión necesaria para inducir un cambio radical y positivo en la actitud de los emigrantes indocumentados. Han pasado del cada-quien-para-su-santo a la causa común. Ahora son conscientes de su peso y de su fuerza, y se aprestan a conquistar su espacio en la legalidad. Pero eso sucederá al otro lado de la frontera. Lo que ocurrirá de nuestro lado es igualmente drástico, pero negativo.
Contrariamente a lo que se ha dicho, la decisión del presidente Bush de enviar 6 mil guardias nacionales a respaldar a la patrulla fronteriza no es propiamente la militarización de la frontera. Algo o alguien se militariza cuando se pone bajo régimen militar, lo que no es el caso de la frontera. Lo que sí implica es que se dedicará tropa armada, en número de a 10 o 12 batallones, a impedir el paso a los indocumentados. Esos batallones, agregados a la patrulla fronteriza, podrían ser insuficientes para detener el flujo migratorio, pero serán suficientes para hacerlo más arduo, azaroso, peligroso y mortal. Y eventualmente los batallones serán brigadas y divisiones, al igual que el muro era en 1993 de cientos de metros y ahora será de cientos de kilómetros, y finalmente se extenderá de costa a costa. Muro y tropas sí disuaden a los emigrantes. Hay que recordar que van en busca de una vida mejor, no de una muerte heroica.
El gobierno de Estados Unidos ha dado el gran salto a las armas en su empeño por detener la inmigración; se trata de una medida largamente anunciada pero muchas veces pospuesta. Si esta vez es definitiva, habrá que preguntarse, ¿por qué ahora?
La primera premisa es que el pueblo estadunidense le perdona a su gobierno cualquier exceso armado, pero no el fracaso. La segunda es que, como tantas veces sucede, se interpone el factor electoral. Después del 11 de septiembre el presidente Bush decidió hacer la guerra a Bin Laden y a su organización, y para ello invadió Afganistán y derrocó al gobierno de sus antiguos aliados talibanes. Como no capturó a su enemigo ni destruyó a la organización terrorista, no pudo cantar victoria. Para apoyar su relección, fue necesaria otra guerra. Se invadió Iraq y hasta se capturó a Hussein. Pero el pueblo iraquí resiste admirablemente y, una vez más, no se puede cantar victoria. Aunque hay prospectos -Irán, Venezuela, Cuba- una tercera guerra sería electoralmente contraproducente en la opinión pública de Estados Unidos. La conclusión, una cuasi guerra: la movilización de las tropas para defender la frontera, una victoria fácil.
Aunque cabe la posibilidad de que el anuncio tenga el propósito de dar al gobierno de México la oportunidad de gestionar la cancelación del proyecto y ganar un poco del prestigio perdido o, peor aún, de inducirlo a ser él mismo el que movilice las tropas y le haga la tarea a los estadunidenses, para México las consecuencias serán desastrosas. Un gobierno como el actual se limitará a expresar -diplomáticamente- su preocupación, pero no podrá evitar el desenfrenado aumento de la presión que ya ejerce sobre la población y que, al clausurarse el escape, será incontrolable. Un gobierno de izquierda, suave como es la izquierda de hoy, tendrá que parecerse a los de la izquierda de antes para enfrentar la situación.
PD: A los seis extraditados políticos sólo puedo ofrecerles mi vergüenza.