Usted está aquí: jueves 18 de mayo de 2006 Opinión Justos castigos

Olga Harmony

Justos castigos

La publicación de Así es el teatro de la muy querida amiga y respetada colega Alegría Martínez hizo que, una vez más, me confrontara con mi oficio de crítica teatral, pues al escuchar a los presentadores del libro de críticas y crónicas de Alegría referirse a su oficio y honestidad, revisé -sin ánimo de competencia porque entre nosotras nada puede ser más absurdo que eso- mi propia deontología. Desde luego nunca acudo al revanchismo de reales o supuestos agravios y nunca, aun en la época en que escribí para el teatro, se me ocurrió que pudiera usar mi espacio para sacar provecho. Escribo esto porque me llegan rumores de algunos males que ya suponía erradicados -quienes lo hicieron en el pasado pronto tuvieron nombre y apellido y su malicia perdió el veneno con que se suponía estaba empapada- de que todavía hay quien lo está haciendo. Y si yo tuviera enfrente a ese ''quien" le diría, al cabo de tantos años que llevo en esto, que pierde el tiempo en extorsionar a directores o productores y productoras, porque las cosas se saben tarde o temprano y la mano negra pierde su eficacia. Para volver a lo que iba, he de confesar que en cambio me crea mucho conflicto no hablar bien de teatristas amigos a los que aprecio por su trayectoria y desempeño, pero la imparcialidad (no creo en la objetividad) también consiste en esto, es decir, en poder analizar lo hecho por gente bien estimada.

Todo este deshilvanado preámbulo es para referirme a Justos castigos que el grupo potosino El rinoceronte enamorado presenta en esta capital. Es bien sabido que el colectivo, que cumplió diez años con la reposición de la entrañable Pescar águilas y un justo homenaje a su creador, Jesús Coronado, es uno de los más sólidos referentes del quehacer teatral en los estados, con variadas y sólidas muestras de su trabajo. Ahora, la idea de Jesús de entramar a los trágicos griegos con el sabor popular de José Alfredo Jiménez, como para demostrar que las historias míticas -en este caso la referente a La Orestiada y lo que a ella atañe del ciclo troyano- tienen su traducción en las tristes letras de las canciones y en hechos que igual se pueden dar en cualquier lugar y tiempo, en teoría resulta estupenda. El problema es que el director y autor de la dramaturgia no partió de la historia de traiciones y matricidio que narran los griegos para reconstruir una historia regional que se apropiara de los hechos y los contara con su propio lenguaje, sino que utilizó textos de Esquilo, Sófocles y Eurípides y los mezcló a lo que visualmente -aun con el vestuario poco convencional de Angustias Lucio- ocurre en una región mexicana, con algunos cambios de parlamentos. Se antoja bastante absurdo escuchar a Orestes decir que debe vengar a su padre porque así se lo manda el Santo Niño de Atocha por no invocar a los dioses, entre otras cosas que resultan igualmente chocantes, como puede ser que Clitemnestra justifique el asesinato de Agamenón como venganza por el sacrificio de Ifigenia, del que el público puede ignorar todo y del que no se dan mayores datos. La dramaturgia a base de los tres grandes trágicos tiene serios problemas.

Coronado logra momentos de gran plasticidad, apoyado por la escenografía de Rosa Luz Marroquín y la iluminación de Xóchitl González, como es que los rebozos en la cabeza de las mujeres vueltas de espalda configuren un paisaje estilizado, o la gran manta de retazos bajo la cual las Erinias asoman en busca del matricida o, en fin, casi todos los momentos de su trazo, con los conjuntos perfectamente entonados. También logra que su elenco baile la coreografía de Pedro Arredondo y cante, gracias al entrenamiento de Antonio Orta, con buena voz las canciones de José Alfredo Jiménez complementadas con la música original de Armando Corado. Se advierte un gran cuidado, tanto de planteamiento como de producción en el montaje, pero a los problemas de la dramaturgia se añade que los actores -lo que incluye al mismo Edén Coronado que ya ha dado sobradas muestras de su talento- no logran el tono trágico que los textos imponen. Así, la excelente propuesta naufraga, a mi ver, porque le queda muy grande a la capacidad actoral del grupo, que en otras empresas menos ambiciosas ha dado excelentes escenificaciones.

 
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