Fox, un peligro evitable
El cuadro está terminado aunque su manufactura ha sido desordenada. Las piezas que lo integran se han ido colocando con clara improvisación, a la vista de todos. Es difícil voltear hacia otro lado para no ver o, al menos, sospechar lo que se viene empujando desde la punta de la pirámide del poder: la tentativa de la policracia que domina las decisiones cupulares por imponer, sin titubeos y a pesar de riesgos evidentes, a Felipe Calderón como el próximo presidente de México. Los medios para concretar tal fin son variados y muchos llegan hasta la ilegalidad, pasando por una falta de ética política notable. Los problemas de tal empresa, sin embargo, son mayúsculos, pero desde Los Pinos varios de sus habitantes están dispuestos a correr toda clase de aventuras, incluyendo la desestabilización del país, con tal de proteger sus intereses, sellar sus temores y regodearse con las fantasías de un pueblo creyente y manso a los dictados de las alturas.
En esta tentativa están involucrados varios personajes que integran, como grandes dueños de capitales y señores de destinos, los más elevados círculos del poder decisorio. No están solos: les acompañan en el viaje gerentes encumbrados en el servicio público y una caterva de fundamentalistas católicos, de alcances mínimos, que, cobijados bajo el paraguas presidencial, se mueven a sus anchas dentro de la burocracia oficialista.
Desde esas posiciones, inaccesibles para los millones de excluidos que conforman la gran masa popular, dimanan varias directrices, pero, por estos movidos días, todas llevan la instrucción de impedir que López Obrador, un simple tabasqueño reacio a ponerse a sus displicentes órdenes, llegue a la Presidencia. Han ido acumulando en sus amplísimas buchacas una serie de agravios. Quizá el mayor sea la expresa voluntad de AMLO, varias veces repetida, de acabar con los enormes privilegios de los que muchos de los mandones gozan de manera grotesca y dañina para los sanos intereses de la nación.
El presidente Fox, siempre atento y más que dispuesto a oírlos y obedecerlos, a tales mensajes, ha cerrado filas con ellos. Y, como ejecutivo eficiente, no descansa ni siquiera unas cuantas horas para dar la forma debida a la tentativa de sacar de la contienda a su aborrecido rival, al que no duda en catalogar de real enemigo; de ahí que predicarle el epíteto de peligroso no sea una simple frase publicitaria, sino una afiebrada convicción. AMLO ya es, para Fox y asesores yunquistas que lo rodean, una obsesión, íntima, un tanto caprichosa, ciertamente palaciega, de raigambre religiosa, estomacal por clasista e irrefrenable por sus debilidades. Fox ya no recuerda que llegó a Los Pinos por el voto de los mexicanos. Ahora, quebrando su compromiso democrático (si alguna vez lo tuvo), piensa, sueña, desea a toda costa, heredarle la oficina a uno de los suyos (a medias). Uno a quien acepten él, sus creyentes asesores y auxiliares que lo rodean y, sobre todo, uno que sea funcional a los grandes patrones que los miran con ojo avizor y, en el fondo, despectivo. Todos requieren de alguien que les sea moldeable, obsecuente, dócil, creyente en sus mismos valores, en el más allá como punto de fuga y referente de la acción práctica. Uno que se allane, de manera obcecada si es posible, a la continuidad del modelo actual de gobierno. Que conserve el mismo sistema de jerarquías en el mando, con idéntico modo de hacer las cosas: útil a sus intereses y protector de sus masivos privilegios.
Frustrado el desafuero, viene ahora un segundo acto, orquestado desde Los Pinos y a cargo del consejero áulico, Ramón Muñoz, sobre quien penden acusaciones de manipulador pedestre. Como avanzada, Fox lanzó una inacabable campaña propagandística, de inmenso costo, para apoyar a su protegido. Tanto, que ha escamoteado de la cuenta pública el reporte de sus gastos en medios electrónicos, pero que, con seguridad, alcanzará cifras por cientos de millones de pesos. Desoyó Fox la explícita orden de la Suprema Corte de Justicia, instruyéndole parar su campaña. Ahora traman acompasar tales esfuerzos con el aparato que Vázquez Mota armó, junto con diputados y otros panistas improvisados como funcionarios de la dependencia, cuando fue secretaria de Sedeso. Toda una real, inmoral, ilegal conspiración para inducir el voto ciudadano.
Con verdadera saña se empecina Fox en afectar el juicio colectivo de los mexicanos. Quiere endosarle, a golpe de cientos de miles de espots, triunfos inexistentes y programas de profundo sentido social a su correligionario de partido, Felipe Calderón. Y ha logrado relativo éxito en su cometido. Desde inicios de la campaña (enero-febrero) electoral se han sentido los efectos de esa propaganda en la imagen y la propensión de voto por el PAN y su abanderado. Efectos que se han combinado con esa guerra sucia panista que lideran, al alimón, Muñoz y Espino, torvos yunquistas esenciales que golpean con la verdad revelada. Se quiere dar la impresión de que Felipe avanza, sube en las preferencias. Pero mucho es aire, juego de espejos, burbuja endeble sin asideros en la realidad.
Calderón muestra en el accionar diario de sus desangeladas presentaciones con ralos públicos controlados, santiguadas por roqueros y afianzadas con bandas famosas (Cumbia Kings), la incongruencia de sus pretensiones dislocadas. No conecta con el público, aun el más reducido y partidista. Vaga por la república en busca de una tonada, una oferta que lo acompase con las pulsiones del electorado, pero no las encuentra. En verdad, Calderón no está al frente de su campaña. Es un simple vehículo que gesticula y hasta entorpece las turbias maniobras de sus conductores que, con supina irresponsabilidad, quieren ponerlo en una silla demasiado grande para sus cortos tamaños.