Usted está aquí: sábado 13 de mayo de 2006 Opinión El espejo de Atenco

Francisco López Bárcenas

El espejo de Atenco

Dicen los pueblos indígenas de México que San Salvador Atenco es un espejo donde México se refleja y donde ellos se miran. Que la violencia policiaca -supliendo la ineptitud de los yunquistas que se hicieron del poder ante el vacío presidencial- ellos la ven seguido en sus territorios, de la misma manera que observan la resistencia popular expresada de diversas maneras ante la falta de solución a sus necesidades y la violación cotidiana de sus derechos. Dicen que lo peor es que en medio de ese panorama les preocupa la violencia que se cierne sobre el país, provocada desde el poder como forma de acabar con la resistencia de los pueblos agraviados, o como salida desesperada ante la falta de otras vías de expresión y de solución pacífica de los problemas.

Afirman que en la violencia gubernamental y la saña con que se ejecutó en San Salvador Atenco no se puede ocultar la responsabilidad de los gobiernos federal, estatal y municipal, cuyos titulares pertenecen a tres partidos políticos distintos. Tienen claro que era su responsabilidad encontrar una salida negociada al problema de los vendedores de flores y no lo hicieron, tal vez, porque necesitaban el pretexto para reprimir a la gente; tampoco tienen duda de que una vez que sus operadores políticos fracasaron, era su deber usar la fuerza para guardar el orden social, y no abusar del poder para cobrar viejos agravios, como la frustración por no poder construir un aeropuerto despojando a los campesinos de su único medio de subsistencia. Pero lo hicieron, sin importar que para lograr sus fines truncaran vidas inocentes, privaran ilegalmente de la libertad a muchas personas y desaparecieran a otras, violaran mujeres y golpearan niños. Los que prometieron llevar a juicio a los genocidas de hace años no pueden hacerlo porque caminan sobre sus huellas.

Ninguna duda tienen de que la arbitrariedad con que el Estado actuó en San Salvador Atenco es reprochable. Pero al lado de la rabia que provoca el hecho, les duele constatar que no es el único crimen de Estado cometido en el sexenio: los mineros de Pasta de Conchos, sepultados en vida por la negligencia patronal y gubernamental; los obreros de Sicartsa, defendiendo su autonomía sindical; los campesinos de La Parota, que no aceptan ceder sus tierras para la construcción de una presa hidroeléctrica a cambio de unos míseros pesos; o los indígenas de San Pedro Yosotatu, desaparecidos por defender sus tierras, entre los mas conocidos. En esos casos, a los que se pueden sumar miles ocurridos en todo el país, el Estado fue incapaz de hacer respetar el estado de derecho, tan manoseado para abusar del poder en San Salvador Atenco, que más refleja el pretendido derecho del Estado de agredir a los pueblos que no se dejan, exhibiendo de esa manera su orientación de Estado de derecha.

El uso faccioso que el Yunque, y su candidato a administrador de esta empresa, que todavía llaman México, hace de la represión estatal para señalar a los agredidos como un peligro para el país, desata sospechas de que la agresión a San Salvador Atenco forma parte de la estrategia para apuntalar la campaña del miedo entre los ciudadanos que piensan ir a las urnas el próximo 2 de julio a elegir presidente, con la esperanza de que, ahora sí, el elegido cumpla sus promesas de campaña. Pero hasta en eso Atenco espejea y muestra que no son los únicos, también los otros partidos políticos participan de esas prácticas electoreras en donde gobiernan. Unos asesinando abiertamente, otros amenazando a los que se oponen y en el mejor de los casos condicionando los programas gubernamentales que se hacen con dinero de los contribuyentes. Tan alejada de la sociedad se encuentra la política electoral que los procesos se vuelven contra los ciudadanos que deberían darle vida.

Roto el espejo por la furia gubernamental, ya no refleja bien la imagen de la resistencia incubada por todo el país como legítima defensa de los pueblos ante un Estado que los arremete pasando por encima de las leyes que juró respetar. Los pedazos que quedan de él muestran imágenes fragmentadas, como un rompecabezas difícil de ordenar y sin que se vea por ninguna parte quién podría hacerlo, ni de qué manera. Porque el peligro existe y no va a desaparecer sólo porque desde el gobierno se le ignore o se le someta por la fuerza. Frente a este panorama, la pregunta de muchos pueblos indígenas no resulta ociosa: ¿Qué camino nos dejan?

 
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