Usted está aquí: jueves 11 de mayo de 2006 Cultura Peer Gynt

Olga Harmony

Peer Gynt

Aciento cincuenta años de la muerte de Henrik Ibsen, se escenifica en México -en coinversión del XXII Festival de México en el Centro Histórico, el FONCA y la UNAM- una obra paradigmática de su primera época, Peer Gynt, poema dramático que escribió en Italia, quizás nostálgico de los mitos y leyendas de su natal Noruega y que fue estrenado en forma de ópera con música de Grieg. Carlos Corona, director y adaptador del texto, aprovecha la ocasión para cantar una especie de palinodia en el programa de mano, en que compara a su generación, la llamada generación X, la de la indiferencia ideológica y el hedonismo, con el personaje ibseniano que nunca fue él mismo, materia prima para que el fundidor lo reutilice, ya que su amoralidad negada a todo compromiso no se puede tomar en cuenta ni siquiera para un destino infernal. Corona acepta que es el momento de tomar partido, cuando la de él es la generación que vuelve a oír las mismas estupideces que sus padres y abuelos escuchamos durante la guerra fría, al tenor de ''agitadores extranjeros'' que desestabilizan al país.

La adaptación, tal y como se nos dice, elimina personajes y pasajes enteros, cambia el yate de Peer de Marruecos a América tropical, como cambia de nacionalidad a alguno de sus pasajeros, pero conserva mucho de la esencia poética y mágica del original, su gracia y esos destellos de humor extraños en el dramaturgo noruego, como es la referencia del rey de Dovre a dedicarse a la comedia, ''que busca tipos nacionales" en momentos en que los gnomos no son sino leyenda, o la frase del Pasajero de que ''el héroe no puede morir a mitad del quinto acto'', la que ya presupone toda una contemporaneidad teatral que puede ser interesante analizar. Buena la adaptación, que muestra los diferentes momentos vividos por el protagonista -excepto algunos que no aparecen como muy necesarios en Egipto- pero gran parte de su encanto reside en el montaje. En escenografía de Auda Caraza y Atenea Chávez, consistente en una curva hilera de tablones, del techo al piso, que se abren y cierran para dar los diferentes espacios pedidos -y de la que incluso suben cabecera y piecera del lecho mortuorio de Asa o se levanta la proa de una embarcación- se mueven los actores sin eludir las partes derecha e izquierda de la escenografía propiamente dicha, en que la silla, único mobiliario excepto unos sombreros de copa usados como asientos, identifica la casa de la madre de Peer.

El vestuario de Jerildy Bosch, María y Tolita Figueroa no implica épocas ni estilos, excepto alguno vagamente medieval, pero tiene el cuidado de que el corte en las viejas campesinas, que incluye una toca, con un aro de crinolina en el ruedo se repita en las jóvenes Solveig e Ingrid, como el traje de Peer es igual en su corte al del herrero, lo que da una idea de pertenencia a una aldea en contraste con el fantástico ropaje de los duendes. Carlos Corona ofrece otra muestra de su chispa como director apoyado por un pequeño pero excelente elenco que dobletea papeles, a excepción de Rodrigo Vázquez como el protagonista. Muy ingenioso resulta que al paso de los años sólo envejezcan duendes y trasgos y que los humanos Peer y Solveig permanezcan iguales, la una fiel a su amoroso cuidado, el otro sin haberse encontrado a sí mismo entre los roles que gusta de interpretar, por no hablar de sus memorables mentiras.

El buen actor que es Rodrigo Vázquez tiene excelentes momentos, como es el conmovedor del relato a la moribunda Asa, que oscila del falso brío con que lo adorna a la exasperada tristeza ante la muerte inminente de la madre. Esta es representada, en papel principal que se le asigna, por Laura Almela, muy joven para ello pero que convence por su capacidad actoral y que hace gala de comicidad, contrastante con el hierático Fundidor. Haydée Boetto -creadora también de los títeres- destaca como la Mujer de Verde y resulta deliciosa en su interpretación de Tan Pa Lee. José Carriedo, muy bien en la gran gama de personajes que interpreta, sin tener un papel principal. Joaquín Cosío, también en muchos roles, se distingue como el rey de Dovre. Mariana Giménez es lo mismo la fiel Solveig que la sensual Anitra o el Pasajero anunciador de desgracias. Viridiana Olvera y Mariana Treviño cumplimentan multitud de roles cada una. El montaje se complementa con la iluminación de Matías Gorlero, la coreografía de Ruby Tagle y la música original de Mariano Cossa.

 
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