Usted está aquí: domingo 7 de mayo de 2006 Opinión San Nicolás

Angeles González Gamio

San Nicolás

Pasado mañana se conmemora a este santo que muchos imaginan gordo y con barba blanca, por haber inspirado al popular santaclós. El que habría de volverse famoso predicador nació en Italia en el siglo XIII y cuenta la leyenda que tuvo un sueño que le indicó que debía ir a la ciudad de Tolentino y dedicarse a ayudar a niños abandonados, por lo que se volvió el patrono de los infantes, y como se decía que recuperó el cuerpo de un hombre que se había ahogado la semana anterior, lo resucitó y lo mantuvo vivo hasta administrarle los últimos sacramentos, se tornó también en el protector de los marineros.

Desconozco por qué razón la orden de los agustinos lo tomó como uno de sus patronos, pero el hecho es que con su nombre bautizaron uno de sus establecimientos más importantes en la ciudad de México, que tiene una interesante historia: los frailes agustinos nacidos en la Nueva España eran considerados "tiernos en la fe", por lo que no eran enviados como misioneros al lejano Oriente, teniendo que venir de la península los encargados de evangelizar esas tierras, por ser el paso por este continente la ruta más corta. En la escala de descanso que llevaban a cabo en la ciudad de México, al descubrir la sabrosa vida capitalina, muchos perdían el interés en seguir al Oriente e instalaban sus reales en la magnífica metrópoli o en alguno de los espléndidos conventos que la orden tenía en todo el país.

Para evitar esa deserción, los agustinos decidieron construir un hospicio (albergue) para que los misioneros en tránsito se encerraran a reponerse del viaje y prepararse para su dificultosa misión asiática, alejándolos de las tentaciones de la bella capital de la Nueva España. Así nació el Hospicio de San Nicolás Tolentino, a mediados del siglo XVII, en la antigua calle de Escalerillas, que a partir de entonces llevó el nombre de El Hospicio, actualmente República de Guatemala.

El edificio tenía un templo adjunto y varias "casas de renta", que les producían jugosos ingresos, cosa común entre las órdenes religiosas de la época. A raíz de las leyes de Reforma en 1861, los agustinos se vieron obligados a abandonar sus propiedades; éstas fueron fraccionadas y vendidas a particulares. Al paso de los años el templo fue destruido y el hospicio y sus casas se tornaron bodegas y vecindades.

Hace unos años se creó el Instituto Lucas Alamán, dedicado a realizar análisis económicos nacionales e internacionales del más alto nivel, para los sectores público y privado; lo dirige el economista Leopoldo Solís. En busca de sede, se les propuso el antiguo Hospicio de San Nicolás, en esos momentos en estado ruinoso; su sensibilidad les permitió captar la belleza que subyacía escondida y así se emprendió la restauración de uno de los edificios más hermosos del Centro Histórico. Actualmente es la sede de la embajada de la República Dominicana.

La fachada del antiguo convento agustino está integrada por tres cuerpos: los dos primeros están revestidos de sillarejos de tezontle; el piso superior carece de chapa de piedra u ornamentación alguna. En la planta baja tiene un rodapié de recinto con molduración de cantera rosa de La Villa. En los dos niveles superiores hay varios balcones con marcos sencillos de cantera y barandales de hierro forjado. Arriba del portón tiene una soberbia talla de cantera con motivos vegetales y la inscripción: "Sn. Augn. de Hona 1771" (San Agustín obispo de Hipona); la fecha corresponde a cuando se embelleció la construcción original.

En el interior, el patio principal es uno de los más bellos de la ciudad; se caracteriza por las esbeltas columnas de doble altura, que se levantan hasta la cornisa, exquisitamente labrada. Durante la restauración se descubrieron evidencias de la decoración en blanco y negro, que cubrió las pilastras de la parte superior, lo que se reprodujo en varias de ellas, lo cual nos permite apreciar la delicadeza con la que estaban decoradas esas mansiones en sus épocas de esplendor.

En la actualidad el rumbo está bastante lumpenizado, con teporochos y ambulantes, a pesar de que tiene construcciones magníficas, como el antiguo convento de Santa Inés, que aloja al museo José Luis Cuevas, espléndido en todos los sentidos, y la iglesia de la Santísima, auténtica joya barroca.

Junto al templo se encuentra un enclave oaxaqueño con varias tiendas, que venden todos los productos de esa fascinante región de nuestro país, además de que puede sentarse en una de las mesas que tienen sobre la calle peatonal a degustar un rico tamal con chocolate o atole, y deleitarse con la vista de la Santísima. Desde luego, hay que aprovechar para llevarse a casa tlayudas, queso, tamales, mole, chapulines, panes de yema o piloncillo y el suculento chocolate; todo fresquísimo.

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