Usted está aquí: domingo 7 de mayo de 2006 Política Ahora, la "estrategia de la tensión"

Guillermo Almeyra

Ahora, la "estrategia de la tensión"

En el último lustro de los años 70, el Partido Comunista Italiano (PCI) era la primera mayoría, con cerca de 33 por ciento de los votos, pero el régimen excluía su ascenso al gobierno por imposición de Estados Unidos, pero también por temor propio. En efecto, aunque el PCI no amenazaba al sistema capitalista y sólo quería algunas reformas democráticas, y aunque se había diferenciado desde hacía rato del régimen de la Unión Soviética, no era el partido del capital sino el de la mayoría de las clases explotadas por éste. Ante la crisis de descomposición del Estado italiano, el partido que se identificaba con éste, la Democracia Cristiana (DC), comenzó entonces su proceso de fragmentación, y el ala "realista" y "progresista" de su dirección, encabezada por Aldo Moro, buscó terminar de cooptar a los comunistas intentando formar con ellos una coalición dirigida por esa ala democristiana. Fue secuestrado y asesinado por la ultraizquierda (las llamadas Brigadas Rojas), infiltradas por la CIA. Ese fue el pretexto para una terrible represión contra el movimiento obrero, que repudiaba el terrorismo "rojo" y no participaba en el mismo. El PCI, como consecuencia de esos hechos, apoyó la represión y no entró al gobierno, y el ala Moro de la DC quedó desbaratada. Al mismo tiempo, los servicios de inteligencia del Estado (siempre de la mano de la CIA), junto con los fascistas, comenzaron a colocar bombas en las oficinas de bancos en funcionamiento (echándole la culpa a un bailarín anarquista), en lugares turísticos de gran afluencia, en manifestaciones concurridas y en la estación de Bolonia, provocando cientos de muertos y heridos. Eso se llamó "la estrategia de la tensión". Ella buscaba evitar, por un lado, la llegada al gobierno, por vías legales y electorales, de un grupo que no era fiel al gran capital (o que podía no serle fiel) a pesar de toda la moderación de los dirigentes comunistas y democristianos progresistas y, por otro, crear condiciones para reprimir e instaurar el terror contra los movimientos sociales (obrero, estudiantil, de las mujeres, campesino) que habían denunciado, desde hacía una década, la alianza en el gobierno con la mafia, los terratenientes, el gran capital, el gobierno de Washington y sus servidores en Roma. Muchos miembros honestos e ingenuos de la ultraizquierda, por supuesto, al convertir entonces a los comunistas en su principal enemigo, le hicieron el caldo gordo a la ultraderecha y al imperialismo estadunidense, y aportaron militantes a las Brigadas Rojas y otras efímeras y dañinas organizaciones similares, creyendo así servir a la revolución socialista. Gran cantidad de los derechistas de hoy sembraron en sus años de ultraizquierdistas "rojos" la semilla de su decepción política posterior o de su transformación mística. Uno de ellos fue Toni Negri.

¿Por qué recuerdo algo que viví hace ya 30 años y en otro país? Porque me lo impone la sensación aguda de déja vu. En efecto, no creo que se pueda separar la brutal represión en San Salvador Atenco, preparada con tanta anticipación que delatores encapuchados identificaban casa por casa dónde arrestar y golpear indiscriminadamente, de la provocación evidente a los mineros al nombrarles desde el gobierno "su" dirigente, de la bestial represión mortal en Sicartsa, de las encuestas prefabricadas para justificar con antelación el fraude, ni del intento desesperado de alejar de las urnas, por miedo, a la mayor cantidad de sectores populares posibles. Lo de Atenco, en mi opinión, no es, simplemente, el cumplimiento de una venganza por no haber podido hacer el aeropuerto y haber perdido miles de millones de dólares, ni es sólo un golpe a la otra campaña, ni apenas una represalia sangrienta por los policías apaleados por los campesinos. Es terrorismo de Estado. Allanamientos con lujo de fuerza, con salvajismo e ilegalidad, detenciones y palizas feroces, utilización de los medios de información para crear terror y linchar a los campesinos, ligándolos con "la subversión" y el "terrorismo", son hechos que van más allá de las explicaciones circunstanciales, aunque éstas contengan algo de verdad. Es terrorismo de Estado, que forma parte de un plan general prelectoral y poselectoral, cuyos ideadores y organizadores seguramente no están sólo en el país, ya que México es demasiado importante para los grandes intereses geopolíticos imperialistas, e inclusive un ultratibio gobierno capitalista con algunas veleidades nacionalistas les resulta un peligro si no sale del riñón de las clases explotadoras. Si mataron a Moro, si mataron a Colosio, si mataron a cientos de luchadores sociales, si se sienten impunes, si son racistas, ¿por qué van a tener escrúpulos en el momento de defender sus negocios ilegales, su narcotráfico, su tráfico de niños, los despojos continuos que cometen, sus privilegios ilegales?

Por eso hay que hacer abortar esta estrategia de la tensión e imponer la liberación inmediata de todos los ejidatarios y habitantes de Atenco detenidos, de Ignacio del Valle y de los demás dirigentes campesinos, y de los floricultores, y luchar por el castigo a quienes dieron la orden de disparar en Sicartsa y de violar la ley y los derechos humanos en Atenco. Eso es lo primero y urgente. El resto, la pésima estimación de la relación de fuerzas, el triunfalismo retórico creador de desastres, e inclusive los errores causados por el odio legítimo pero ciego que llevó a excesos repudiables e impidió encontrar a tiempo una salida política o evitar la provocación, es algo que deberá ser discutido después.

 
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