La violencia y sus métodos
Si se sigue con detenimiento, el ingreso de Carlos Abascal a la Secretaría de Gobernación trae consigo, desde el año 2005, un giro radical en la forma como el gobierno federal ha decidido enfrentar el dilema de las elecciones presidenciales del próximo 2 de julio. Frente a una administración que no logra exhibir, después de 5 años de ejercicio, resultados esenciales en alguno de los rubros fundamentales que suelen congregar el consenso electoral (léase: empleo, política social, obras públicas, eficacia económica), ese giro apuesta a sacrificar lo único que podía legitimar a la política panista como una ruptura efectiva con el pasado, un deslinde con sus dos adversarios centrales (el PRI y el PRD) y un horizonte de expectativas mínimas pero predecibles: la imagen de un gobierno que privilegió la negociación por encima de la represión, la concesión antes que la violencia. Con Abascal y Muñoz (y lo que representan) en los puestos centrales de mando, esa imagen -de una fuerza que apuntaba a convertirse en un centro-derecha con base en alianzas aleatorias- ha quedado lamentablemente derruida.
Y de fungir como un mecanismo de contención de la violencia política en los primeros años de su administración, el gabinete mismo se transformó en uno de sus principales instigadores. Las estaciones de este viraje son más que evidentes: Michoacán, Guerrero, Tabasco, Atenco, todas zonas perredistas o afines a su influencia, han padecido en los últimos meses intervenciones explosivas de los cuerpos policiacos federales, que acaban creando, a través de la microscopía de las cámaras televisivas, un clima de enrarecimiento y desasosiego.
Es obvio también que el ánimo de depredación política no cuenta con el apoyo (acaso ni siquiera con la aprobación) de las fuerzas armadas, que lo siguen de lejos como simples testigos. Tal vez, y afortunadamente, las sotanas y los cuarteles siguen siendo irreconciliables, un logro que debe atribuirse a la Revolución Mexicana. Por ello, y sólo por ello, la estrategia de anomia política tiene límites tan visibles como los que impone una policía que siempre se encuentra al borde de ser desbordada por quienes pretende reprimir.
El cálculo de la violencia es siempre impredecible. Más aún en el último año de cualquier gobierno. Lo lógico sería pensar que afecta la credibilidad de quienes la promueven, Pero la lógica y la política son dos procedimientos que tienen poco en común. En situaciones tan volátiles como las que vivimos, el voto del elector puede optar por la mano más dura, sobre todo frente a una carencia tan ostensible de autoridad. Y ésa es la apuesta actual del giro de la ultra que ha secuestrado al gabinete.
Las organizaciones sociales, los grupos civiles, los ciudadanos de a pie, el México que quisiera ver a la violencia desterrada del catálogo de los instrumentos políticos, debería hoy, más que nunca (es sólo un sueño, por supuesto), tomar las calles del país en un reclamo de cordura por la no-violencia.
La danza de las encuestas sucede en el marco de un gobierno que ha optado por hacer reingresar la historia más oscura a una situación absolutamente inédita. Tal vez sea una coincidencia, tal vez no. No importa en realidad. En la política lo que decide es la simultaneidad de ciertos eventos, el timing de múltiples acciones.
Es una danza que "prepara", como se decía en los antiguos manuales de disuasión política, a la opinión pública para que el 3 de julio cualquiera de los candidatos pueda afirmar ¡gané! Sobre todo si se trata de una elección dividida. Con un IFE cuya legitimidad está en los suelos, una Presidencia fantasma, ultras en el gabinete y candidaturas abiertamente confrontadas, no se ve ninguna autoridad que pueda dirimir con la firmeza necesaria una contienda que ha empezado a adquirir un tono cada día mayor de pragmatismo e irresponsabilidad.
La pregunta es hasta qué punto está dispuesto a llegar el sector intransigente de la administración foxista para poner en entredicho la legitimidad del gobierno que surja de las urnas el 2 de julio a cambio de subir los ratings de una candidatura que no logró consolidar en cinco años de administración. El panismo se juega aquí una buena parte de su historia, pero sobre todo la mayor parte de su futuro.