Editorial
Incontinencia, injerencia y cosas peores
Con su característica facilidad para el insulto, el presidente de Venezuela, Hugo Rafael Chávez Frías, involucró a su país en una nueva crisis bilateral, esta vez con Perú. Como se recordará, los roces vienen de hace algunos meses, cuando el mandatario venezolano acusó al presidente Alejandro Toledo de haberse "arrodillado ante el imperio", en referencia a la firma de un tratado de libre comercio entre Lima y Washington, y caracterizó a la entonces aspirante presidencial peruana Lourdes Flores como "candidata de la oligarquía". El asunto parecía haber quedado zanjado tras una aclaración de la cancillería de Caracas que tuvo olor a disculpa. Sin embargo, hace unos días, y en respuesta a una torpe e indebida declaración del candidato Alan García, quien tachó de "sinvergüenza" a Chávez, éste perdió toda la compostura que le es exigible como jefe de Estado y respondió con una andanada de lodo verbal contra el político peruano "tahúr, ladrón de cuatro esquinas y corrupto de siete suelas", dijo del primero, para luego referirse a García y al presidente Toledo como "caimanes del mismo pozo". La reacción de Lima fue el inmediato retiro de su embajador en Caracas.
El atrabiliario discurso de Chávez es de por sí una falta grave porque, alcance a comprenderlo o no, un jefe de Estado habla en nombre de su país, y no únicamente en el suyo. De esa forma, el gobernante ha venido participando en la generación de enfrentamientos innecesarios y absurdos con varias naciones de la región, bien por su propia cuenta o bien con la asistencia de gobernantes que rivalizan con él en incontinencia y torpeza verbales; caso concreto, el pleito que protagonizó con el presidente Vicente Fox en meses pasados.
Pero en la actual confrontación con Perú, Chávez ha introducido algo más grave que los insultos: un claro e inadmisible intervencionismo en los asuntos internos del país andino. Y es que el mandatario venezolano no sólo injurió, sino que tomó partido por uno de los candidatos que se disputan la presidencia peruana: "Ollanta (Humala), compadre, eche pa'lante y gane las elecciones", dijo el ex militar, para, a renglón seguido, proferir una amenaza intolerable: "Si por obra del demonio el señor García llega a ser elegido presidente, voy a retirar de Perú a mi embajador".
Llegados a ese punto, los agravios ya no iban dirigidos únicamente contra tres políticos del país andino el presidente Toledo, el candidato García y la ex candidata Flores--, sino contra la totalidad de la ciudadanía peruana, a la cual Chávez pretende ordenarle por quién votar.
Debe reconocerse que, en las campañas electorales que se desarrollan en nuestro país, el presidente venezolano se vio involucrado por una voluntad ajena a él: la del Partido Acción Nacional, el cual usó, en forma por demás inescrupulosa, su imagen, con la pretensión de vincularla a la de Andrés Manuel López Obrador. En Perú, en cambio, Chávez metió las manos sin que nadie lo llamara, y con resultados de desastre.
Parte del daño político principal fue para el "amigo" del deslenguado mandatario, el candidato Humala, quien se vio obligado a deslindarse de un apoyo tan envenenado como el que recibió del Palacio de Miraflores, y rechazó los denuestos proferidos contra su rival Alan García. Pero, a fin de cuentas, la parte más afectada por la virulencia injerencista de Chávez es su propio proyecto político nacional y regional. Con las ofensas a los peruanos el gobernante de Venezuela dio la razón a las acusaciones de Washington sobre su intervencionismo en otras naciones de América Latina, reforzó las tendencias que apuntan a aislarlo en el ámbito continental de poco le servirá regalar ríos de petróleo para contrarrestarlas, rebajó su investidura y ofreció a las derechas hemisféricas un regalo inapreciable, en la medida en que, con la ofensa, hizo más ardua la tarea de escucharlo con respeto y tomarlo en serio.
Por último, el enfrentamiento con Perú pone de manifiesto un pecado adicional, y no menor, del presidente venezolano: su tendencia a servirse del poder público no para beneficiar los intereses nacionales de su país, y ni siquiera para apuntalar su revolución bolivariana, sino para satisfacer sus afinidades y sus aversiones personales. El lenguaje es por demás expresivo: "Si García llega a ser elegido, voy a retirar de Perú a mi embajador, porque con un presidente así Venezuela no va a tener relaciones". Hay algo más en esa frase que un patrimonialismo por demás incompatible con un gobierno que se reclama popular, democrático y progresista: hay en ella, además, una definida insolencia oligárquica, característica de aquellos a quienes Hugo Chávez llama sus enemigos.